•6•

209 17 0
                                    

—¿Cuál es el plan? —pregunto.

—Salir con vida —responde Alex.

Entramos en una tienda pequeña, pero en la cual parecen vender de todo, desde frutas hasta bicicletas. También parece que a cargo del local solo hay una mujer que está ocupada. No hay cámaras de seguridad a la vista.

—Zack, ve y toma unos tomates.

Espero un momento, pero al ver que Alex no reacciona me doy cuenta de que no es una broma.

—Te diré lo que necesitamos; tres tuercas, tomates y un cuchillo —dice como si robar esos objetos fuera lo más normal del mundo— tu ve por los tomates y yo me encargo de lo demás.

No pienso discutir ni preguntar porque, así que me dirijo a cumplir mi misión, resignado, tomo cinco tomates y los echo en una de esas bolsas de plástico.

De vuelta al lugar en el que nos separamos veo a Alex embelesado mirando algo.

—¿Aún montas en skateboard? —pregunta sonriendo y casi que puedo leerle la mente.

—Definitivamente no importa la edad que tengas, siempre seguirás siendo un niñito —digo a modo de respuesta.

Él me ignora y toma la patineta entre sus manos.

—Es una mala idea —le aseguro.

—La peor de todas —confirma él.

Todo ocurre muy rápido y no estoy seguro de lo que estamos haciendo, bueno, no estoy seguro de nada. Solo sé que cuando la mujer del local mira Alex con desconfianza él no lo duda ni un momento; desliza la patineta, corre un poco para tomar impulso y se sube en ella.

—¡Súbete! —me grita.

—¡Idiota! nos vamos matar si nos subimos ambos.

Escucho a la mujer gritar detrás de nosotros.

Demonios. Me subo tambaleante, pero en poco me agarro de los hombros de Alex y logro recuperar el equilibrio. Vamos en fuga, rápido y sin control; La adrenalina vuelve a azotarnos. Todo parece divertido e incluso irreal, hasta que la patineta da un salto seguramente a causa de una piedra, haciéndonos caer estrepitosamente, como una plasta en la acera.

Escucho a Alex maldecir por lo bajo y quejarse pidiendo que quite mi pie de su carota, yo lo hago y la vez lo aparto para que deje de aplastarme. No me imagino lo estúpidos que debemos vernos... oh mierda, creo que no tendré que imaginarlo; un anciano que pasaba por la calle nos mira como si acabase de ver un extraterrestre.

—Jesús, María y José, está generación de hoy en día —exclama.— ¿Necesitan ayuda?

—No, solo nos acabamos de ir de jeta, pero estamos bien.

El hombre no sabe cómo reaccionar a la respuesta de Alex, así que decide seguir su camino con la misma cara extraña y condenadamente graciosa.

Nos miramos. Vemos al hombre marchar. Observamos la bolsa que ahora lo que tiene es salsa de tomate. Volvemos a mirarnos y sin poder más estallamos; reímos como unos retrasados mentales, aunque nada de lo que ha ocurrido sea tan gracioso, toda la tensión que había entre nosotros desaparece con esa pequeña aventura que funciona como un recordatorio; nos recuerda lo unidos que éramos antes.

Cuando nos duele el estómago de tanto reír nos incorporamos un poco para dejar que el aire vuelva a nuestros pulmones.

—¿Provisiones? —pregunto.

—Una bolsa con tomates aplastados, tres tuercas, un stake que se ha dado un totazo increíble y un cuchillo.

—¿Qué planeas hacer con el cuchillo?

—Matarte.

—Alex, si lo haces, ahora te enviarían a una verdadera cárcel.

—No si escapo primero, esta vez no tendría ningún estorbo en mi camino.

—¿De ladrón callejero a asesino en serie?

—Prefiero pasar a ser un asesino antes que ser el cobarde que huye.

Ruedo los ojos. No quiero seguir con este juego que hace difícil ver la línea que separa la bromea de la ofensa.

Alex se levanta, toma la patineta que había terminado estrellada en una pared y vuelve montado en ella. Estoy pensado que debería hacer ahora cuando al frente de nosotros aparece un niño de no más de diez años, con la ropa sucia y el cabello enmarañado.

—Hola, ¿podrían comprarme una galleta? —dice el niño mostrando un tarro con ambas manos y forzando una sonrisa.

No llevo dinero en mis bolsillos. Miro a Alex el cual pasa la mirada de la patineta al niño.

—¿La quieres? —dice señalándola.

Al niño casi si le cae el tarro.

—Eh... yo no debería...

—Ten, llévatela y si alguien te pregunta di que te la encontraste en este lugar —dice Alex entregándole la patineta.

Los ojos del niño brillan de emoción. Acepta el regalo y lo analiza; puede que se haya raspado un poco, pero estoy seguro es la primera vez que tiene una patineta de esta calidad. Ahora nos mira a nosotros y abre el tarro ofreciendo sus galletas, pero Alex y yo nos negamos, así que él se limita a darnos las gracias y se pierde por donde apareció, rebosante de felicidad.

—¿Por qué me miras así? Tal vez soy un ladrón, pero aun soy una buena persona. Además, tú sabes lo que es vender cualquier tontería para conseguir dinero y después dárselo a madre —dice— ¿Okey y ahora que hacemos?

—Por si lo has olvidado, yo fui el que perdió de manera injusta y tiene que divertirse contigo.

—Hoy es viernes, por lo tanto, los chicos del barrio se reúnen por la noche —niego con la cabeza y él asiente mientras me obliga a levantarme— vamos a divertirnos, pero ya sabes, a mi manera; loco y arriesgado.

Almas solitarias | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora