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Susan

Cierro el libro de golpe y miro la habitación, intentado inútilmente que mi mirada no termine posada sobre ese chico que ahora está temblando, haciendo que yo también me estremezca al no saber si lo hace por frío, dolor o miedo.

Le prometí a mi abuela que no me preocuparía, pero a cada segundo me sorprendo jugando con un mechón de pelo rubio, limpiando mis gafas sin que estas estén sucias o distraída de que lo que estaba haciendo... como ahora que me salte un párrafo entero en la lectura. Yo nunca me pierdo leyendo, excepto cuando hay algo que me impide concentrarme, pero en este preciso momento no es algo, es alguien, llamado Zack Storm.

Le conocí posiblemente hace cuatro años, cuando él acababa de entrar al colegio y solamente era el chico nuevo. En ese entonces no tenía muy buenos amigos y decidí hablarle, descubriendo que ese chico de ojos desconfiados era una persona realmente amable, capaz de hacerte reír hasta que te doliera el estómago y de apoyarte aunque su propio mundo se estuviera derrumbando.

Nuestra amistad de alguna manera ha permanecido, pero siempre fuimos demasiado distintos y seguimos caminos diferentes. El termino ganándose el respeto incluso de aquellos que no respetan a nadie, convirtiéndose en el capitán del equipo de basquetbol, siendo el chico del que las chicas susurran en los pasillos, volviéndose en una leyenda con mil y un historias que transcurrían la escuela, desde anécdotas graciosas hasta los rumores de los problemas en lo que andaba. El termino siendo alguien y yo seguí siendo la chica rara, que se la pasa leyendo y escribiendo historias sobre los mundos a los que nunca podría ir, llevando mi corazón delante de todo, incluso si eso significaba que al final volviera quedarme sola, aunque para ser honesta, no me preocupo mucho por ello.

Me pregunto en qué momento nos convertimos en extraños, o si quizá, nunca llegamos a conocernos realmente.

Me quedo pensando en que esta noche parece carecer de estrellas; primero mi hermano llamo desde el teléfono de la universidad para decirme que no podrá volver a casa para el fin de semana, por tercera vez. Luego Zack cayó en mi puerta, sin yo poder hacer nada más que intentar sujetarlo y llamar a mi abuela a gritos, pero eso no fue lo peor, lo más atroz fue cuando le quitamos la desgarrada camisa para curarlo, descubriendo unas pequeñas cortaduras que le recorrían toda la espalda, como si tuviese clavados un monto de cristales o haya roto una ventana, pero además, una cicatriz que era como si alguien hubiese trazado con un pincel una línea larga y fina que dolía de solo verla.

Él no es un ángel, pero nunca lo he considerado un demonio. Me duele ver que haya tenido que soportar tanto. Solo espero que mañana despierte y tenga la confianza de contármelo todo, necesito oír que todas sus heridas han sido de accidentes por lo que nadie lo busca para matarlo.

Pienso en apagar la luz de una vez por todas y poner la cabeza en la almohada, intentar dar fin a la noche, pero no creo poder dormir.

Siempre hay algo que hago cuando estoy nerviosa, me ayuda a olvidar, pero me avergüenzo un poco ante la posibilidad de que este consiente. Lo miro y él sigue en la misma posición, teniendo una pesadilla.

Me levanto, dejo el libro en el estante y descuelgo mí guitarra de cuatro cuerdas, es decir, mi ukelele.

No lo pienso mucho, solo empiezo a tocar la primara canción que recuerdo, la cual es una de La M.O.D.A llamada Hay un fuego y que canto con una voz que no parece la mía, no sería capaz de juzgar si lo hago bien o mal, pero lo hago y eso es lo importante:

Él dijo una vez que no es la fama
ni el dinero
pero cada halago significa el mundo entero
si es sincero
seguiré tocando si me muero
no importa si vivo de esto
o de ser camarero

hay un fuego dentro que nos guía desde niños
la llama se quema si detrás no hay un latido
hay un fuego dentro y será vuestro peor enemigo
arderán vuestros continentes sin contenido

canto para los que se han quedado sin motivos
siempre he sido más de perdedores y perdidos
no vencidos
no podrán secar el mar, no van a poder parar
la fuerza del destino y
sonreímos

deja que me cuele en tus oídos
hay canciones que pueden curar a los heridos
no quiero mentir y ya he mentido
si digo que no he cambiado y sigo siendo el mismo

los nuevos demonios son los vasos
y los besos
sonreír al otro lado del abrazo
y del espejo, es un reflejo
no dónde va a llegar
no si será capaz de no
decepcionar

siempre hay una luz
no se va
es igual que

Suenan las sirenas y no es de la policía
en este cementerio por un día hay
alegría desbordada
veo al viejo que está ahí
e intento comprender cómo será
cuando me llamen viejo
a

hay un fuego dentro que nos guía desde niños
hay un fuego dentro y será vuestro
peor enemigo
no dónde va a llegar
no si será capaz de no
decepcionar

Termino la canción y espero que no se vean mis mejillas posiblemente sonrosadas en la oscuridad, por descubrir que tengo unos ojos marrones posados en mí.

—¿Te duele mucho? —pregunto.

—No, solo estoy cansado —miente—. Susan, cantas hermoso.

—¿Me dirás la verdad cuando hayas descansado?

—Supongo que es la única forma que tengo de pagar lo que has hecho por mí —dice en un suspiro.

Nos quedamos en silencio y él vuelve a cerrar los ojos, pero esta vez no parece como si estuviese atravesando una pesadilla. Yo apago la luz de la mesa de noche y me quedo dormida.

Sueño con los sentimientos que pensaba haber enterrado, pero que al parecer mi corazón sigue guardando bajo una llave de acero.

Almas solitarias | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora