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Desperté temprano. Fui a prepararme una taza de chocolate y cuando vuelvo él está sentado en la cama, se ha colocado la camisa de mi hermano sobre las vendas y tiene la mirada perdida en ninguna parte.

Me siento a su lado y empezamos a hablar de temas sin relevancia, ignorando la realidad.

Pero no por mucho.

—Susan, dije que te lo explicaría, que te contaría porque he terminado en esta situación, pero para ser honesto, nunca antes he confesado toda verdad. Es complicado. Podría solo revelar lo que paso anoche, quedar como el inocente, pero no puedo hacer eso, la inocencia no va conmigo.

—No tienes que hacerlo si no quieres.

—Pero si no lo hago, cuando me vaya, tú seguirás pensando en ello. Quieres saber el origen de esta cicatriz que me recorre la espalda, quieres saber que me paso antes de que apareciera de esa manera en tu puerta... además creo que me vendría bien confiar en alguien, llevo varios meses ahogándome en mis propios secretos. ¿Puedo confiar en ti?

—Puedes contarme lo que sea, antes éramos buenos amigos, me gustaría que volviéramos a serlo.

—Prométeme que nunca dirás ni una sola palabra.

—Lo prometo.

—Repítelo —exige, como queriendo descifrar si miento.

—Zack, prometo nunca decirle a nadie.

—Tú crees conocerme ¿cierto? Bueno, pues no lo haces. No puedes definirme por lo que dicen de mí.

—Nunca lo he hecho.

—Pero piensas que soy una buena persona, con una vida que muchos desean, aunque en realidad, nadie sabe lo malo que he hecho, ni cómo vivo.

—Tienes razón, puede que no te conozca, pero tampoco te voy a juzgar.

Él se pasa una mano por el pelo, nervioso, como si no creyera del todo lo que afirmo.

—¿Cómo puedo saber que no me darás la espalda cuando sepas en lo que me he convertido?

—Al menos te considerare valiente.

—¿Por qué?

—Por no esconderte en un mar de mentiras —sentencio.

No puede negase y se nota que necesita liberarse de algo que le oprime. Estoy dispuesta a escucharlo, sobre todo a intentar entender.

Suspira.

—Cuando tenía doce años, mi padre me hizo lo que hoy vez como esa cicatriz que me recorre la espalda. Empezamos a discutir por algo, como lo hacíamos usualmente, pero esa vez fuimos demasiado lejos. Quizá él había bebido demasiado, o tal vez yo no debí decirle que él tenía toda la culpa de que nuestra familia y el negocio estuvieran totalmente rotos. Solo sé que en algún momento, cuando se incendió de odio, me hizo ese corte profundo con la filuda punta de la hebilla de la correa con la que me pegaba. Aun no entiendo muy bien lo que paso esa noche, tengo los recuerdos borrosos, como confundidos por el terror. Lo único que me es totalmente claro, es que cuando logre zafarme de su brazo, fui corriendo a mi habitación y escape por la ventana. Vague por las calles como un huérfano, con la camisa manchada de mi propia sangre, hasta que dos personas que jamás voy a olvidar me rescataron; Helena, una mujer con pequeños rastros de una belleza robada por el tiempo, y su hijo, tan solo un año mayor que yo. Me llevaron a su casa, la cual era incluso más pobre que la mía, me curaron y dejaron que pasara ahí la noche. Después de lo eso, la relación con mi padre se quebró por completo, todo lo bueno que guardaba sobre él desapareció, pero no era tan malo, ya que había encontrado una nueva compañía; solo fue cuestión de que Helena me dejara un momento con su hijo para que los dos supiéramos que nos convertiríamos en buenos amigos. Aunque queríamos negarlo, éramos muy parecidos; su padre le había abandonado como mi madre hizo conmigo, nunca teníamos dinero suficiente y nos encantaba juagar al basquetbol. En fin, Helena poco apoco empezó a llenar el vacío que había dejado mi madre al tratarme como si fuera su hijo, y además, de alguna manera, Alex y yo nos convertimos en hermanos. Con el pasar del tiempo nos uníamos cada vez más, a tal punto que juramos siempre apoyarnos, pasábamos todos los días juntos haciendo locuras y distrayéndonos de nuestros problemas.

Detiene su relato con una mirada melancólica, como si deseara volver a ser ese niño. Yo sigo en silencio, intentando que no se note lo sorprendida que estoy;

Su madre lo abandono.

Su padre le maltrata.

Y aun así solo conozco su sonrisa.

—Pero conforme crecíamos, la magnitud de nuestros problemas también lo hacía y llego el día en el que nos hartamos. La vida nos había robado absolutamente todo, ahora era nuestro turno; empezamos robando cosas pequeñas, pero nunca era suficiente y la avaricia hizo que perdiéramos el control de lo que hacíamos. Me gustaría decir que él fue quien me influencio pero la verdad es que yo también lo disfrutaba, nos sentíamos invencibles y no fue hasta que todo salió mal, que entendimos el peligro de nuestras acciones, para nosotros y para los demás.

—¿Que paso? ¿Los atraparon?

—A él lo atraparon. Pero eso no es no es lo peor.

No me mira a los ojos. Nos quedamos mirando el mismo punto. Esperando el efecto de las palabras.

—Fuimos a un lugar alejado, en donde nadie nos conocía, ya que esa vez, no robaríamos en una tienda cualquiera. Creíamos que lo teníamos calculado, pero la verdad es que no teníamos ni idea de lo que hacíamos. No se Alex de donde la saco, pero antes de entrar, me paso un arma de fuego. Me dijo que era solo para causar miedo, que no pasaría nada, pero lo cierto es que nos pasó de todo en esa noche maldita. Había más empleados de los que pensamos... en algún momento varios de ellos golpearon a Alex por atrás hasta dejarlo inmovilizado de rodillas y cuando fueron por mí... yo no pensé en nada, solo estaba siendo controlado por el miedo y el impulso de querer seguir con mi vida... así que disparé. El estallido y la visión de un hombre que caía al suelo me despertaron, comprendí lo que había hecho cuando vi a todos mirándome aterrados, incluyendo a Alex.

—Tu... no puedo creer que lo hayas...

—No lo mate; según dicen le herida de bala fue leve. —me interrumpe con una voz ronca— la verdad aun no entiendo cómo, pero logre escapar; abandonando al que llamaba hermano, corriendo enloquecido como un cobarde e intentando apagar las sirenas de la policía que retumbaban en mi cabeza. Estuve corriendo hasta que dolieron mis pies, los cuales me habían llevado a una casa vieja que consideraba mi hogar. Entre, con miedo, y Helena estaba sentada en el sillón, como si estuviera esperando a alguien. Me miro de arriba abajo, con unos ojos llenos de tristeza. Quería pedirle perdón, decirle que su hijo estaba en problemas, decirle que lo sentía, decirle que no fue mi culpa... pero ella hablo primero; señalo el arma que no recordaba que llevaba en la mano y me exijo que se la diera. Ella la tomo entre sus cansadas manos, dirigiéndome una mirada como quien pregunta que has hecho. Me lo esperaba todo de esa mujer que me había acogido como su hijo, todo, excepto que me pusiera la pistola en la frente diciendo sin dudar que si me volvía a ver, les daría todos mis datos a las autoridades y si ellos no hacían algo al respecto, lo haría ella misma. Yo estaba petrificado, siempre había visto una anciana, pero esa vez, vi a una mujer fuerte que había mantenido a su hijo y aún desconocido; un par de desgraciados. Salí de esa casa lo más rápido que pude. Era de madrugada, hacia frio y en las calles solo había fantasmas; volví a ser ese niño asustado con la camisa manchada de sangre, la diferencia es que esa vez nadie me rescato del dolor. Lo perdí todo, otra vez, y desaté una pesadilla que continua hasta ahora.

—Alex te hizo esto —digo refiriéndome a sus heridas.

Él asiente con la cabeza.

—No nos veíamos hace meses. Debió de haber estado consumiéndose de odio en la correccional y nadie sabe si ya termino de hacerme pagar.

Almas solitarias | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora