¿Cómo explicármelo, cómo reconciliarme conmigo mismo? —pensaba, las pocas veces que llegaba a pensar—. No puede tratarse de lascivia. La carnalidad más tosca
es omnívora, mientras que la otra, la refinada, exige que haya, tarde o temprano, una satisfacción. Y si bien es cierto que he vivido cinco o seis aventuras de las corrientes,
¿acaso podría comparar su naturaleza insípidamente fortuita con esta otra llama tan singular? ¿Qué pensar de esta?
En nada se asemeja, por supuesto, a la aritmética del libertinaje oriental, en el que una pieza resulta tierna en razón inversa a su edad. Oh, no, no puede ser contemplada como un grado especial dentro de un conjunto
genérico, puesto que se trata de algo que está absolutamente divorciado de lo genérico, algo que no es más valioso sino incomparable.
¿Qué es, pues? ¿Enfermedad, delito? Por otro lado, ¿resulta compatible con los escrúpulos y la vergüenza, con la mojigatería y el miedo, con la continencia y la sensibilidad? Porque
ni siquiera soy capaz de considerar la posibilidad de causar dolor o de provocar inolvidables repugnancias. Qué bobada, no soy ningún violador.Las limitaciones que les impongo a mis deseos, las máscaras que invento para ellos cuando, en la vida real,
hago aparecer con artes de ilusionista ciertos métodos que me permiten saciar mi pasión, poseen una providencial sutileza. No soy un ladrón, sólo un ratero. Aunque,
quizá, en una isla circular, con mi pequeño Viernes femenino… (y no sería sencillamente cuestión de seguridad, sino que allí me estaría permitido convertirme en un salvaje, aunque, ¿no será que ese círculo es un círculo vicioso, con una palmera
en el centro?).Dado que sé, de acuerdo con la razón, que el albaricoque del Éufrates sólo es
dañino si está enlatado; que el pecado es inseparable de las costumbres cívicas; que todas las higienes tienen sus hienas; y dado que sé, también, que esta misma razón no se opone a la vulgarización de aquello cuyo acceso ella misma prohíbe en otras
circunstancias… descartaré ahora todo eso y ascenderé a un plano más elevado.
¿Qué ocurriría si el camino que conduce a la auténtica felicidad pasara, en efecto, a través de una membrana aún delicada, que no ha tenido tiempo de endurecerse, de enmarañarse, de perder la fragancia y el trémulo resplandor a través
del cual podemos penetrar en la estrella palpitante de esa felicidad? Incluso dentro de estas limitaciones, mi proceder está regido por una refinada selectividad; no me atrae
la primera colegiala que pasa por mi lado, todo lo contrario —cuán numerosas son las que podemos ver, en cualquier gris calle mañanera, que nos parecen demasiado fornidas, o flacuchas, o que llevan un collar de granos, o gafas—, pues todas las de
esos tipos me interesan tan poco, en sentido amoroso, como una vieja conocida de tipo obeso podría interesar a otros. En cualquier caso, e independientemente de esas otras sensaciones especiales, me encuentro a gusto entre los niños en general, así desencillo; sé que yo sería un padre amantísimo en el sentido corriente de la palabra, y hasta ahora no he sido capaz de averiguar si esto es un complemento natural de lo otro, o una contradicción demoníaca.Llegados a este punto quiero invocar esa ley de la gradación que he repudiado en donde me parecía ofensiva: he tratado a menudo de sorprenderme a mí mismo en la transición de un tipo de ternura al otro, del simple al especial, y me gustaría muchísimo saber si son mutuamente exclusivos, si, a fin de cuentas, deben ser adscritos a géneros diferentes, o si hay uno de ellos que, nacido en la noche de Walpurgis de mi tenebrosa alma, es una extraña floración del otro; pues, si fuesen dos
entes distintos, tendría que haber dos clases distintas de belleza, y el sentido estético, invitado a la mesa, se derrumbaría estrepitosamente entre dos sillas (pues tal es el destino de todo dualismo). Por otro lado, el viaje de vuelta, de la ternura especial a la
simple, me parece bastante más fácil de entender: aquella, por así decirlo, se le resta a esta en el mismo momento en que queda saciada, lo cual parece indicar que la suma
de sensaciones es efectivamente homogénea, suponiendo que puedan aplicarse aquí las reglas de la aritmética. Es una cosa extraña, muy extraña, y lo más extrañísimo de
todo es, quizá, que, con el pretexto de analizar ciertos fenómenos notables, estétratando simplemente de encontrar alguna justificación para mi culpa.
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el hechicero(Terminada)
RomanceLa novela trata la historia de un joyero que observa a una niña de doce años un día en el parque jugando al lado de su madre. Este hombre se enamora perdidamente de ella, hasta el punto de que planea casarse con la madre, una vez se ha enterado de q...