capitulo 7

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Como por arte de magia, apareció un automóvil detrás del follaje. ¡Adentro! La ya familiar boina negra, el abrigo colgado del brazo, una maleta no muy grande, la ayuda de las rojas manos de María. Ya verás qué cosas te voy a comprar…
Ella se empeñó en sentarse al lado del chófer, y él tuvo que consentírselo, ocultando su disgusto. La mujer, a la que no volveremos a ver nunca más, decía adiós agitando con
la mano una rama de manzano. María asustaba a las gallinas tratando de conseguir que volvieran a entrar. Nos vamos, nos vamos.

Se sentó bien apoyado en el respaldo y, sosteniendo el bastón —un objeto antiguoy valioso, con grueso puño de coral— entre las piernas, se quedó mirando a través del cristal de separación la boina negra y los contentos hombros. Hacía un tiempo
excepcionalmente caluroso para no ser más que junio, y como por la ventanilla se colaba una corriente de calor no tardó mucho en quitarse la corbata y desabrocharse el cuello de la camisa.

Al cabo de una hora la niña se volvió a mirarle (le señalaba alguna cosa que había junto a la carretera pero, aunque él, boquiabierto, se volvió, llegó tarde para verlo; y, por algún motivo, sin ninguna relación lógica con este incidente, pensó de súbito que les separaba, al fin y al cabo, una diferencia de edad de casi treinta años). A las seis pararon para tomar un helado, mientras el charlatán chófer se bebía una cerveza en la
mesa vecina, y compartía con su cliente diversas consideraciones.
Y seguimos adelante. Miró el bosque que se iba aproximando en brincos
ondulantes de ladera en ladera hasta que se deslizó cuesta abajo, dio un traspiés y cayó al otro lado de la carretera, para quedar allí archivado y almacenado. «¿Y si parásemos un momento aquí? —se preguntó—. Podríamos dar un paseíto. Sentarnos
un rato en el musgo, entre setas y mariposas…». Pero no reunió fuerzas suficientes como para decirle al chófer que parase: había un no sé qué de insoportable en la idea
de un coche sospechoso detenido y vacío en plena carretera.

Después oscureció e, imperceptiblemente, se encendieron los faros. Se pararon a cenar en la primera tasca de carretera, el filosofastro volvió a despatarrarse junto a ellos, y no pareció prestar tanta atención al bistec y los buñuelos de patata de quien le había contratado como al perfil del cabello que escondía la cara y la exquisita mejilla de la niña… Mi pequeña está cansada y acalorada, por el viaje, y por el buen plato de carne y el sorbo de vino. La noche insomne pasada al fulgor rosado del incendio en la
oscuridad se está cobrando su peaje, la servilleta está cayendo poco a poco de la suave hondonada de su falda… Y ahora todo esto es mío… Preguntó si tenían habitaciones libres; no, no las tenían.

A pesar de la creciente lasitud de la niña, esta se negó resueltamente a abandonar el asiento delantero para refugiarse en las íntimas profundidades del automóvil,
diciendo que atrás se marearía. Por fin, por fin, unas luces comenzaron a madurar y estallar en mitad del caliente y negro vacío, escogió enseguida un hotel, pagó el
atormentador viaje, y todo eso quedó zanjado. Ella estaba medio dormida cuando se apeó del coche se dejó caer en la acera y quedó plantada, aturdida, en la azulada y
toscamente granulosa oscuridad, en el caliente olor a quemado, entre los rugidos y palpitaciones de dos, tres, cuatro camiones que se aprovechaban de lo desierta que estaba la calle nocturna para tomar a espantosa velocidad la curva tras la que se
ocultaba una gimoteante, empinada y rechinante cuesta.

Un viejo paticorto y macrocéfalo con chaleco desabrochado —perezoso,
lentísimo, que se puso a explicar con todo detalle y culpable bonachonería que sóloestaba reemplazando al dueño, que era su hijo mayor, el cual había tenido que salir para atender unos asuntos familiares— estuvo rebuscando largo rato en un cuaderno
negro, para finalmente anunciar que no les quedaba ninguna habitación libre con dos camas individuales (se estaba celebrando una exposición de flores, había muchos
forasteros), pero que había una con cama de matrimonio «que es prácticamente lo mismo, usted y su hija estarán incluso más…».
—De acuerdo, de acuerdo —le interrumpió el viajero, mientras la confusa niña se mantenía a un lado, parpadeando y tratando de enfocar su languideciente mirada en
un gato doble.

el hechicero(Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora