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Hay un sentimiento que persigue a Hans constantemente. Es ese sentir que la mente te bulle de actividad al punto de hacerte doler la frente y escocer lo ojos o irritar la nariz. Para calmar ese sentimiento, en lo único que Hans confía es en el movimiento.

Es tan simple como aquello, moverse sin importar hacia dónde o con qué fin, mientras se mueva.

Cada vez que sentía eso oprimiéndole el pecho optaba por nadar, así que tomaba sus cosas y se internaba en el gimnasio de su padre sin sentir las horas pasar. Su santuario era aquel en donde se instaló la piscina, las duchas y la enfermería.

Aunque ahora era una pileta, a aquel lugar le decían Invernadero, ya que no solo lo había sido sino que lo seguía pareciendo.

Usualmente su padre no lo molestaba cuando lo veía salir de la casa, situada tras el gimnasio,  hacia la piscina. Era su forma de librarse de su hijo, y a su vez, ocuparse de otras cosas que consideraba más importante.

Hans tiene muchos pensamientos dándole vueltas por la cabeza constantemente, el más usual es así no se hacen las cosas, sobre todo si es durante una situación que lo hace sentir estresado. Cree que si quieren que la vida siga un rumbo determinado, las personas deberían cumplir algunas reglas.

Todos deberían.

Hay veces que Hans se siente solo y viejo, y que la cabeza le duele demasiado, que los ojos le arden mucho, que los dientes le arden de presionarlos con tanta fuerza por morderse la lengua y no decir lo que quiere decir.

Porque si Hans dijera todo lo que tiene que decir viviría discutiendo y no tiene paciencia, no para los detalles que siente que lo sacan de quicio.

¿Cómo se puede hacer para convivir en paz con otros que no respetan tus mínimas? Para Hans la única respuesta es simplemente mordiéndose la lengua.

Hans está harto de tener que contenerse, todo el tiempo siente que sostiene una cuerda tensa pese a que no sabe qué hay del otro lado. Pero si opina su padre dirá que se parece demasiado a su madre, quejándose de todo y definitivamente le diría que debería reír más. Su padre no rie mucho más que él, así que Hans jamás comprendió esa parte de su discurso.

Hans no quiere reír mas, quiere tranquilidad, poder caminar sin sentir la presión en su cabeza. Qusiera poder decirle a su padre que no es que no le gustara reír, ama reír y bromear pero últimamente no encuentra paz para hacerlo.

Pero quizás su padre tenga razón, quizás Hans este mal y todo el mundo esté bien, quizás lo único que haga falta sea que él se interne en algún lugar como esos que su padre constantemente murmura a sus espaldas y se quede ahí hasta que sienta que cambió o que se puede adaptar. Pero es injusto, piensa Hans, ¿porqué él debe adaptarse a las personas y las personas no hacer nada por adaptarse a él? ¿Porqué él debería esforzarse por gente que nunca se esforzó por él?

Su padre diría que no acepta a los demás, al igual que su madre. Aunque Hans acepta, simplemente que los otros no lo aceptan a él. Hans se cree caprichoso muchas veces e incluso egoísta cuando llega a pensar que los demás deberían acoplarse a sus reglas, que los demás deberían hablar más bajo, no reír tan estridentemente, no poner la música tan fuerte, que quizás no deberían discutir tan seguido.

Hay un detonante que une cada una de esas cosas.

A Hans le molestan los ruidos.

Las bocinas. Las peleas. La música. La risa. Las puertas cerrándose. Las persianas bajándose con fuerza. El chirrido de los neumáticos frenando. La bocina. ¡Las bocinas! ¿Quién habrá inventado las bocinas? Hans lo googleó y encontró realmente poco y nada. ¿Quién habrá inventado los timbres? Hans también googleó eso, solo sabe que hace demasiado están en la tierra ¿Quién habrá inventado las discusiones puramente hechas de gritos y berrinches? Hans sabe discutir, pero él sabe hablar, no le gusta gritar y si grita es porque está llorando y la cabeza le duele demasiado como para soportar la presión que hay dentro de sus ojos.

Su padre usualmente no molesta a Hans cuando va hacia la piscina, pero en este día lo detiene, le dice que no puede ir, le grita que no sea insensato, le vuelve a gritar que es un malagradecido, le grita que es un desamorado.

Pese a lo que su padre crea, Hans amaba a su madre y lamenta profundamente su muerte, la llora desde que se enteró de aquella noticia, que está rompiéndole aún más la cabeza por dentro, pero necesita ir a nadar. Cuando su cuerpo golpea el agua y se zambulle alejándose de los ruidos (y de su padre), Hans cree que puede hacer algo, que puede encontrar la solución, ve una luz cálida al final del camino y realmente siente la desbordante esperanza de que va apoder vivir su vida con tranquilidad.

Cuando sale del agua y su padre lo está esperando, con un traje completamente negro y el llanto dolido a flor de piel, Hans sabe que no podrá dormir esa noche.

Ruido [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora