No pasaron siquiera quince minutos desde que Hans, con el agua chorreándole el cabello negro, y la joven, Guinda, se chocaron dos calles más abajo del Invernadero. En ese tiempo, Hans simplemente volvió a murmurar una disculpa y se ofreció a guiarla hacia Ratón.
Guinda no tenía demasiadas alternativas, simplemente se mantuvo cauta y atenta a una distancia prudente hasta que Hans se detuvo frente a la casa de Fabriccia. En realidad, ella no conocía a muchos en el barrio, que ciertamente era pequeño. Si conocía a alguien, era por verlo comer sus pasteles o tartas en algún evento sin importancia del gimnasio pero Guinda era mala con los nombres, terrible con los apellidos y a duras penas recordaba un rostro.
Aunque, por el miedo que sentía, estaba segura de que jamás olvidaría a Hans. Rogaba que el joven le esté diciendo la verdad, que no se haya equivocado y su hermanito esté bien.
—Vamos, toca— animó Hans señalando el timbre. Guinda miró el timbre como si su mano no tuviera la fuerza necesaria para tocar. Si Nehuén no estaba allí, se largaría a llorar —Te conviene tocar.
— ¿Por qué?— preguntó Guinda saliendo de su estupor, simplemente porque le llamo la atención la advertencia. Tuvo un leve recuerdo, la trabajadora social diciéndole que toque, que los padres adoptivos de su hermanito estaban tras esa puerta. Se vio corriendo, lejos. Decidiendo que ella era la única que podía criarlo. Muchas veces se preguntaba si esa decisión era suya para tomarla, muchas otras veces también sentía que era capaz de cualquier cosa con tal de que su hermanito se quede a su lado.
—Porque Fabriccia es una bruja— la respuesta de Hans fue tan natural, sin ironía o burla en su voz. Las palabras más normales que dijo en toda su vida. Guinda comenzaba a dudar qué tan normal podía ser, en vista de que estaba en traje de baño a mitad de la noche en víspera de Navidad. Pero lo dejó estar y presionó el timbre.
—Las brujas no existen.
No lo admitiría, pero las palabras de Hans la habían animado, por dentro Guinda sintió aquello con un divertido desafío y no se quería quedar de brazos cruzados. Si una bruja tenía a su hermano, ella incluso pasaría a través de ello para recuperarlo. Aunque no era como si las brujas existieran.
La puerta, de un celeste viejo y desgastado como el fondo de una piscina abandonada, se abrió en un sonoro pero dulce chillido y una mujer, alta y algo robusta, con el pelo largo y despeinado de grandes ojos saltones aunque no espeluznantes, se encontró frente a ellos. Parecía una de esas secretarias de los jardínes maternales que le dijeron un centenar de veces a Guinda que, sin una firma de un adulto responsable, no podrían admitir a Nehuén. Sin importar cuantas veces ella asegure que la trabajadora social lo había puesto bajo su cuidado.
— ¿Qué sucede que esta noche que los niños caen del cielo?— preguntó la mujer con un fuerte acento extranjero, a Guinda los acentos no le gustaban, le hacía acordar a la trabajadora social. Esta noche no podría ser peor.
—Busco a mi hermano— respondió rápidamente —Por favor, dígame que esta acá.
— ¿Te refieres al niño o al gato?— preguntó la mujer frunciendo el ceño con extrañez. A Guinda la pregunta la desconcertó por un momento, buscó la mirada de Hans pero él simplemente asentía como si la pregunta tuviera sentido. Y para Hans eso sí tenía mucho sentido, tenía la teoría de que Ratón en verdad era un humano que Fabriccia transformó en un gato pero nunca podría comprobarlo.
—El...niño— dijo Guinda algo titubeante.
— ¿Segura?— preguntó Fabriccia —No estás completamente segura, no te puedo dar un niño así como si nada.
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Ruido [Finalizada]
General FictionHans perdió a su madre y ahora le queda la compañía de un padre que no puede, ni quiere, comprenderlo. Al mismo tiempo, Guinda pierde a su hermano, pero quizás ella sí pueda hacer algo para recuperarlo. [ Historia finalizada | Capítulos cortos | a...