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Guinda siguió con la mirada a su hermanito, que aguardaba pacientemente a que Fabriccia terminara de cocinar, la observaba con sus grandes ojos como si su mente comprendiera cada movimiento y cada paso que Fabriccia le explicaba que hacía mientras cocinaba, tal y como si hablara con un adulto.

La joven estaba sonriendo de un momento al otro, pero cuando giró se encontró con la mirada entristecida de Hans. Él tenía la vista perdida en la pared, donde Fabriccia colgó decenas de cuadros de todos los tamaños con diferentes personas. Rápidamente los ojos de Hans se oscurecieron y frunció el ceño molesto, a causa de sus pensamientos. Entre las fotos  reconoció a su mamá, mucho más joven antes de tenerlo. Le pareció injusto que sus pensamientos estuvieran tomando el único camino posible: lo inútil que habría sido asistir a la cena familiar. Estaba dispuesto a comenzar una lista de argumentos en los cuales, estar aquí y ahora, en casa de Fabriccia habiendo ayudado a Guinda a encontrar a su hermano, era mucho mejor que estar en casa, pero algo en su cabeza nunca lo dejaría tranquilo. Su mamá atesoraba a los abuelos, creía firmemente en respetar a los mayores. Hans sopesaba con resignación sus posibilidades de tener un lugar en el infierno por quebrar las ilusiones de su madre.

Pero se convenció para sonreír, sin él, Guinda no habría encontrado a Nehuén. Al menos hizo algo bien durante ese día.

—Por cierto— dijo Guinda al ver que al fin él sonreía —Soy Guinda.

—Creo que lo sé— murmuró Hans saliendo de sus pensamientos, la joven lo miraba no sin cierto interés.

—Pero no te lo había dicho formalmente, ahora es diferente, somos amigos. Gracias por haberme dicho dónde estaba Nehuén. Él lo es todo, todo lo que me queda.

Hans asintió lentamente, le gustaba que la voz de ella fuera suave pero sin dejar de ser baja, tenía el volumen adecuado y no sentía ganas de cerrar los ojos con fuerza para apaciguar el dolor, además, si los cerraba no podría ver la mirada esperanzada y clara de ella.

—Soy Hans— respondió al fin —No me agradezcas. Me hiciste una pregunta y respondí.

Guinda le devolvió una sonrisa amplia.

—Dime, ¿te gustan los dulces?— preguntó Guinda comenzando a sentirse más tranquila, le gustó el silencio de Hans, la tranquilidad que transmitía cuando lograba destensar la línea de los hombros. Era calmo y quieto sin tener una connotación negativa, no parecía ocultar malas noticias en su silencio.

—Casi como a todos— contestó Hans sonriendo, Guinda asintió.

—Prepararé algo— miró hacia la cocina y elevó la voz —Fabriccia, ¿tienes harina, huevos, manteca y esas cosas?

—Si con "esas cosas" quieres decir "ingredientes para cocinar" claro que tengo, no soy una persona sin habilidades culinarias— respondió Fabriccia con tono alegre, lejos de sentirse enfadada. Hacía demasiadas navidades que Fabriccia pasaba esas fechas solamente con Ratón, tan sólo horas atrás estuvo llorándole al animal acerca de su soledad. Por momentos, Fabriccia se descubría mirando detenidamente al gato, pero este no daba indicios de darse por aludido en su silencioso reclamo.

—Entonces prepararé un postre— decidió Guinda poniéndose de pie, miró a Hans y notó que este la miraba como si acabara de descubrir un secreto —¿Vienes?

—Claro— aceptó Hans —Pero antes... Fabriccia.

—En el armario— dijo la mujer sin siquiera mirarlo, Hans señaló que aún traía ropa mojada y Guinda asintió sintiendo que se ruborizaba. Fue hacia la cocina mientras él iba a cambiarse y secarse.

—Mira, Guinda, mira— llamó Nehuén tirando de la remera de su hermana —Estamos haciendo pollo.

—Estamos, dice— se burló Fabriccia haciéndose a un lado, su cocina era relativamente pequeña y mientras el pollo terminaba de asarse le dejaría espacio a Guinda.

—Solo me tomará un momento— avisó Guinda pero Fabriccia asintió en un ademán rápido indicándole que no le importaba que ocupara la cocina.

Fabriccia se apartó de la escena tomando lugar en el sillón desde donde tenía una vista perfecta del arco de la cocina, Ratón fue tras ella, dio un salto al sillón y se subió hasta el apoya brazos. Fabriccia lo acarició con calma y costumbre.

—Debes dejar que sigan con sus vidas— le murmuró en voz baja, Ratón ronroneó bajo su mano sin prestarle atención —Y debes dejar de meterte en mi vida.

Ratón la miró inclinando la cabeza hacia un lado y le pidió más caricias, Fabriccia suspiró con agotamiento cediendo por completo al pasar su mano entre sus orejas.

—No me importa que ahora estén mejor. No eres quien para decidir por ellos— acusó la mujer por lo bajo, el gato se restregaba contra la palma de su mano con felicidad, Fabriccia no pudo evitar reír como si la soledad se hubiera llevado una parte de sí. Sus charlas unilaterales con Ratón eran su única compañía desde que su amiga falleció, en esa casa vacía nunca faltaban sus delirios y discusiones con el animal.

Nehuén se acercó corriendo al escucharla reír. Guinda lo miró un segundo hasta que Hans llegó a ella y reemplazó al pequeño en la cocina llamando la atención de la joven.

—Estoy bien— le decía Fabriccia a Nehuén —Solo que Ratón me hace reír a veces con sus ocurrencias, es muy listo. Sabe todas mis debilidades.

Nehuén le respondió algo a la mujer, aunque Guinda no alcanzaba a oírlo. La joven vio a Hans acomodarse a su lado, codo con codo.

—También se cocinar— dijo Hans sonriendo con diversión aunque Guinda sólo arqueó las cejas. Omitió decir que en verdad sabía cocinar lo suficiente como para subsistir si su padre se negaba a comprar comida, cosa que sucedía casi siempre, no creyó que Guinda necesitara saberlo.

—Entonces serás de gran ayuda— comentó soltando una suave risa, volvió a mirar a Fabriccia con algo de preocupación, consternada por ver cómo alternaba la charla entre Ratón y Nehuén con asombrosa naturalidad — ¿Ella está bien?

—Te lo dije— le recordó Hans sin preocuparse de que la estridente risa de Fabriccia hubiera contagiado a Nehuén.

— ¿Qué cosa?— dudó Guinda comenzando a amasar, un escalofrío le recorrió la espalda cuando Hans se movió hacia el otro lado de ella, para poder observar mejor a Fabriccia.

Apoyó los codos en la mesa junto a ella, una sonrisa cómplice asomándose en sus labios, Hans la miró con un brillo particular en los ojos oscuros, uno más suave  y divertido:

—Es una bruja.

Ruido [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora