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Sucedió durante la víspera de navidad.

El hermano menor de Guinda vio un gato completamente blanco en su tras su ventanal y decidió salir a buscarlo. Abrió la puerta en silencio y se marchó sin hacer ruido, la puerta estaba tan bien cuidada que siquiera golpeó o chilló al cerrarse.

Cuando Guinda volvió al pequeño comedor con el postre recién salido del horno, no prestó mucha atención. Al menos no los primeros cinco o siete minutos. Lo dejó sobre la mesa y llamó a su hermanito esperando una respuesta ruidosa, la cual nunca obtenía. Se tuvo que cansar de esperar hasta decidir ir por él.

Recorrió el pequeño departamento en un parpadeo. Una habitación, un diminuto baño, la cocina-comedor... ¿qué otro lugar había? La puerta-balcón, claro, pero daba al abandonado pulmón del edificio y nunca se abría si no hacía un chillido espantoso. Entonces se dio cuenta, al abrir la puerta de calle, que estaba sin llave.

Se le cayó el alma al suelo, tenía que ser eso. Revisó una vez más todo el lugar pero no tenía dudas, Nehuén ya sabía abrir puertas, después de todo tenía tres años. Era un peligro y cualquier cosa pudo empujarlo a salir fuera. Guinda salió tras él pero el pequeño Nehuén tenía un paso constante y una velocidad considerable cuando se lo proponía.

Deambuló sola mientras corría, buscándolo, no quería gritar por miedo a que él se asuste y tampoco quería llamar a la policía por miedo a la trabajadora social. Las calles estaban desiertas, la noche comenzaba a caer y en lo único que podía pensar era en los inminentes fuegos artificiales que comenzarían a estallar en el cielo y en lo horrorizado que estaría su pequeño hermano ante eso. Sintió de nuevo ese vacío en el centro del estómago y la presión en el hueco entre las costillas, el vacío le quito el poco aire que tenía cuando chocó contra alguien.

Guinda se fue de fauces al suelo y la otra persona hizo lo suyo enredándose los pies y cayendo de culo. Cuando recobró un poco la compostura, Guinda vio que estaba sobre los pies de un joven, tenía el torso desnudo y el pelo completamente mojado, chorreaba agua por donde se lo viera, traía shorts cortos de baño y zapatillas deportivas mal sujetas. Guinda rodó sobre sí, sintiendo su remera empapada y el short con manchas de humedad, el joven se paró torpemente y la sujetó de un brazo ayudándola a pararse aunque rehusó el contacto casi inmediatamente, apartándose de ella.

—Realmente lo siento— dijo él con tono afligido, algo bajo, cosa que llamó la atención de Guinda pues él era alto y de contextura demasiado fuerte como para tener una voz tan baja. Al moverse su pelo desprendió varias gotas que se le escurrieron por el rostro.

—No pasa nada— se apresuró a decir recordando a Nehuén — Aguarda — lo detuvo al notar que  estaba a punto de marcharse con nerviosismo, como si escapara. Guinda era buena reconociendo personas que escapaban, veía en sus ojos lo que fue de ella —¿No viste a un niño pequeño?

— ¿Pequeño como de dos a cinco o pequeño de como seis a doce?— preguntó el joven haciéndola extrañar. Ella no lo sabía, pero en el gimnasio donde el joven vive la natación se divide principalmente en esas categorías. Una vez que lograban entrar a la piscina grande, para él dejaban de ser niños.

—Como de dos a cinco—respondió Guinda de todas formas, le importaba más su ayuda que su tecnicismo.

—Sí, lo vi— dijo él poniendo su palma la altura sobre sus rodillas, haciendo una marca invisible de altura —¿De este tamaño?

—¡Ese es!— respondió Guinda con entusiasmo y ansiedad, su voz fue un decibel más alto e hizo que el joven retrocediera un paso. Ella hizo lo mismo antes de hablar suavemente —Por favor, es mi hermanito ¿dónde está? ¿dónde lo viste?

El joven sonrió ampliamente, con relajo.

—Está con Ratón—respondió y Guinda no supo qué decir.

Ruido [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora