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Desde el Invernadero, llegado el momento, se podrían ver perfectamente los fuegos artificiales de la medianoche . Además, gracias a que el techo era de cristal duro, amortiguaba el ruido y Hans siempre podía verlos desde ahí.

Aunque esa noche no le importaban los fuegos artificiales, su madre falleció un año atrás ese mismo día y no podía pensar, seguía sintiendo su voz y sus gritos, la fuerza de sus pasos, el pesado movimiento de su mano al escribir. Recordaba los detalles aunque empezaba a olvidar algunas tonalidades de su voz y cada tanto se encontraba pensando en cómo eran sus ojos bajo la luz del sol.

Por ende, Hans estaba pasando estas navidades zambullido en el agua, brazada tras brazada redibujaba el rostro de su madre, veía nuevamente su vida, recreaba a la persona que fue y pedía con fervor el deseo de no olvidarla. No quería encontrarse un día, ya adulto, pensando que solo fue criado por un padre que no lo entendía. Su mamá era la única que le decía que en él no había nada malo, la única que lo acompañaba constantemente y le daba fuerzas para salir al mundo exterior. Ese mundo que él consideraba tan atroz. Ella podía ser crítica, malévola y una espantosa persona, pero sabía bien cuidar de quienes amaba y esas personas nunca se veían perjudicadas por su ojo crítico.

Estaba cerca de su duodécima vuelta cuando algo golpeó su cabeza, dejó de nadar y se quitó las antiparras para ver a su padre de pie en el borde de la piscina,  le había arrojado una pelota inflable que ahora se alejaba flotando en el agua. Al parecer, el acuerdo tácito de no acercarse a él cuando estaba en la piscina se rompería. Hans ignoró la pelota plástica que flotaba a la deriva,  nunca se sintió tan identificado con un objeto inanimado como ese trozo de goma, repleto de aire, arrojado al agua por su padre y abandonado en medio de aquel lugar vacío.

Su padre siquiera se detuvo a pensar que arrojar esa pelota podría ser peligroso o que le podría haber golpeado con fuerza, él era un hombre íntegro que no se detenía en detalles, y por íntegro se deduce completamente necio, terco, testarudo y hosco. Cualidades, depende la persona, llevadas al extremo en su peor faceta.

— ¿Qué haces acá?—preguntó el hombre con voz fuerte, Hans se irguió en la piscina, flotando sin hacer pie.

—Nado—respondió simplemente, decidiendo que la obviedad sería el mejor camino. Mordió sus dientes con fuerza, no quería decirle a su padre que prefería pasar el primer aniversario solo, y el otro, y el otro y el otro... y que sabía que él también lo prefería. Pero a su padre le encantaban las mentiras. Su mentira preferida era una que llamaba Apariencias.

—Quiero que salgas de ahí y vengas a la cena familiar— proclamó su padre con voz fuerte, Hans pensó que nunca habría odiado tanto una cena familiar, sobre todo cuando esa familia se reducía a su padre, tres de sus abuelos y él mismo. Sus abuelos eran harina de otro costal, no importaba de donde los vieras eran abuelos en el sentido más tierno de la palabra pero trataban a Hans como si tuviera una discapacidad y que eso fuese algo terrible. Como no quería sentirse impotente, preferiría no ir. Hans deseaba creer que podía ser egoísta.

—No quiero, me quedaré aquí a ver los fuegos—respondió Hans sacando la parte terca de él que llevaba dentro. Faltaba poco más de hora y media para que sea tiempo, tiempo que pasaría nadando.

— ¡Sal ya mismo del agua!— gritó su padre con fuerza, Hans retrocedió hasta chocar la espalda con la pared más alejada, el agua ondeó bajo su movimiento.

—Me quedaré— insistió con la poca determinación que guardaba para las charlas con su padre.

— ¡Sal ya mismo! ¡Iras a hablar con tus abuelos!

—No— cortó Hans con tono bajo, salió rápidamente de la piscina cuando notó que su padre se disponía a caminar por el borde hacia él.

— ¡Ven aquí!— gritó el hombre y su voz sonó como un trueno para los oídios de Hans, rápidamente se puso las zapatillas sin molestarse en secarse. Cuando volteó, su padre estaba ahí.

En una milésima de segundo Hans se preguntó cómo había llegado tan rápido en una piscina de poco más de quince metros de largo, pero ese pensamiento fue desplazado cuando su padre gritó justo frente a él y desencadenó una reacción por inercia en su interior.

— ¡ENTRA A LA CASA YA MISMO!— gritó con todas sus fuerzas y con las mismas fuerzas, llevado por el pánico, el asombro y la impresión, Hans lo arrojó al agua.

Su padre golpeó el agua en cámara lenta, su rostro se contorsionó con furia y tomó a su hijo del brazo arrastrándolo con él. Hans cayó se hundió a unos metros de su padre luego de tomar envión para resguardar su costado y que la caída no doliera. A diferencia de su padre, Hans cayó con cierta elegancia de nadador y no sinitó dolor, pero eso no lo privó de escuchar cuando su padre asomó la cabeza dando un grito de dolor por el impacto.

Hans siquiera lo miró, nadó con prisa hasta el otro lado y salió con la misma velocidad. No volteó atrás, simplemente corrió con el chillido de sus zapatillas mojadas persiguiendo cada paso que daba.

Ruido [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora