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Diane estaba furiosa con la actitud del caballero quien no dejo de perseguirla incluso cuando ella empezó a avanzar en dirección al carruaje.

Si era honesta sentía cierta simpatía con el extraño, pues parecía tan fuera de lugar como ella. Aunque no dejaba de fastidiarla con su mirada penetrante y sus comentarios como:

¿Seguro que estás cómoda con toda esa tela encima?

¿Que estaban celebrando?

¿Quiénes son los duques de Nortfolk?

¿Cómo se llama esta calle? ¿Y esta otra?

Y luego cuando respondía todas esas preguntas él comentaba algo como:

Ah así que este es el sitio donde estará en algunos años la inmobiliaria y el departamento de Daniel.

Y aunque lo comentaba en voz alta, ella intuía que se lo decía así mismo. Su mirada bailaba por todos los lugares que atravesaban en el carruaje.

Ella no supo ni como ni cuando había accedido a llevarlo, pero él simplemente se subió al carruaje y ambos partieron alejándose de la velada de los Nortfolk en dirección a su casa. La dama intuía que en algún momento él pediría bajarse, pero eso no sucedía.

—Milord ¿Dónde vive?.—preguntó con cautela mientras pensaba en una forma de convencer al cochero de hacer una parada allí antes de volver a su casa.

El caballero la miró fijamente como si de repente cayera en cuenta de que estaban dirigiéndose a su casa. Parpadeó un par de veces.

—Eh...yo.—Dereck se pasó una mano por su cabello desordenándolo.

No sabía que responderle a Rita (que en realidad no era Rita sino Lady Diane) porque si era honesto, no tenía un lugar a donde ir. Su departamento debió haber sido construido al menos un siglo después, junto a los celulares, autos, computadoras y todo lo que él conocía.

Lo único que agradecía de su inexplicable viaje es que se había ahorrado asistir a una junta de negocios al día siguiente, donde tendría que escuchar a su padre hablarle de lo importante que es conservar el negocio familiar y porque es hora de que él tome el mando.

Ahorrarse toda esa parafernalia, le pareció suficiente para quedarse en 1814, pero si lo meditaba a consciencia no tenía nada en esa época. Ni dinero, mucho menos una casa y tampoco conocía a nadie, excepto a Rita, que a la final no resultó ser ella.

—¿Milord?.—insistió Diane cansada de esperar una respuesta. Se hallaban a solo unas cuadras de su casa y el caballero no daba indicios de tomar otro rumbo distinto al suyo.

—Ire a donde usted vaya, milady.—contestó impasible provocando un jadeo de incredulidad en la dama.

¿Acaso había escuchado bien?

—¿Qué?

—Así como lo oye, milady. Me quedaré a su lado.—le contestó mientras pensaba en como arreglar este pequeño inconveniente. Su padre era un amante de la historia y él recordaba haberlo escuchado hablar alguna vez de su rama familiar y de sus antepasados.
Podía hacer el intento de buscarlos, pero realmente dudaba que lo recibieran de buena gana y cualquier explicación que diera sería tomada como una locura de algún demente, pues quien en su sano juicio creería que había viajado unos siglos atrás.

El sonido chirriante de las ruedas del carruaje al detenerse apagó la replica de la dama, quien aún no sabía si lo mas prudente era bajarse lentamente y llamar a algún miembro de Bow Street para que lo sacara de su propiedad o fingir que jamás lo había conocido.
La segunda opción era la que menos trabajo le daría, así que descendió del carruaje sin la ayuda del sorprendido cochero y avanzó a la seguridad de su hogar.

Perdido en otro sigloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora