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Melissa tomó una gran bocanada de aire antes de acercarse al guapo hacendado que le había robado el corazón desde el primer momento en que lo conoció hace algunos meses cuando visitó su hacienda llevando un encargo de la condesa viuda.

James tenía razón, ella era una doncella y él un hacendado que buscaba una noble como esposa, sin embargo no desaprovecharía la oportunidad que le brindó Alexander.

—¿Sir Halton?—se acercó despacio, los nobles con los que había estado conversando ya se habían marchado. John Halton lo regresó a ver dubitativo seguramente pensando que era una insensata por tener la astucia de acercarse a él sin carabina, ni ningún tipo de presentación previa.

—¿Milady?—el hombre frunció el ceño y ella apretó las manos nerviosa.—¿Se le ofrece algo?

—Yo...—se removió inquieta en su sitio, reprochándose en silencio no ser capaz de articular nada decente. Los brillantes ojos azules del caballero la contemplaban con serenidad, sin un ápice de molestia, motivándola a continuar.—Un...baile.—tartamudeó.

—¿Desea que compartamos un baile?—preguntó solo para molestarla un poco. John lo había comprendido desde la primera vez que la descubrió mirándolo desde una pequeña esquina del salón. Por su inseguridad y delicadeza, él intuía que se trataba de una debutante, pero lo sorprendente es que no veía a ninguna matrona cerca de la dama, a la que solicitarle bailar con su hija.

Melissa asintió nerviosa y el caballero tomó su mano depositando un beso en ella.

Juntos atravesaron el salón hasta llegar a la pista de baile, momento exacto en el que se arrepintió de su decisión. Ella no sabía bailar esos bailes difíciles que estaban ejecutando las parejas.

—Sir Halt...—empezó, pero el caballero ya había colocado su mano en su cintura haciéndole olvidar de todo a su alrededor.

El baile era lento y en todo momento Melissa se concentró en no pisarlo. No le importaba lucir tan grácil como un pato, en lugar de un cisne, pero no quería hacerle daño con su desconocimiento. Muy pocas veces lo miró a los ojos porque su vista se clavaba en el suelo a sus pies.

—¿Milady?—su ronca voz la desconcentró y por error trastabilló provocando que chocaran con una pareja cercana. En silencio pidió perdón y se puso roja de la vergüenza por el bochorno. Ella no era una noble, ni tampoco tenía el suficiente dinero para ser una burguesa, sólo era una sirvienta más que a duras penas podía moverse en aquel salón sin tropesarse con sus pies. No debería estar allí, pero como no desearlo cuando tenía en frente al hombre que quería.—¿Se encuentra bien?

Sir Halton sujetó con más fuerza su cintura y ella intentó componer su mejor sonrisa.

—Dispense mi torpeza, Sir Halton.—compuso buscando entre su repertorio de palabras las más sofisticadas. A penas sabía leer y escribir y había decidido hacerse pasar por una noble.

¿Acaso se había vuelto loca?

—Está nerviosa.—concluyó John divertido antes de que el sonido de jadeos femeninos a sus espaldas captará la atención de ambos.

El motivo de tan apabullante suceso había sido el repentino desmayo de su señorita. Lady Graves estaba siendo cargada en los brazos de Alexander mientras ambos acompañados de la condesa viuda desaparecían por un oscuro pasillo. 

Melissa miró a su acompañante sintiendo como la magia de su momento terminaba, la condesa viuda pondría al servicio patas arriba y su madre más rápido que cualquiera terminaría reparando en su ausencia, mucho más si la necesitaba para algo. La doncella se apartó del caballero lentamente aprovechando que la música se había detenido por el accidente de Lady Graves y la confusión de la muchedumbre.

Perdido en otro sigloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora