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Dereck rodeó el pequeño cuerpo que empezó a temblar entre sus brazos sin saber muy bien qué decir o hacer. Desde que la condesa viuda lo sacó del salón había estado cerca esperando a que la mujer se marchara para verificar por sí mismo si Lady Graves estaba consciente.

Los ojos de la dama estaban acuosos y sus carnosos labios parecían llamarlo con insitencia mientras sus brazos se aferraban con fuerza a él.

—No me deje sola.—pidió Diane, pero antes de que Dereck pudiera darle una respuesta, los pasos y las voces de la condesa viuda volvieron a resonar por toda la estancia.

Dereck la soltó con delicadeza ocultándose detrás de una de las estatuas del salón, hasta que las mujeres se marcharan nuevamente.

—Por aquí doctor.—las damas venían acompañadas de un hombre de mediana edad, delgado que llevaba un pequeño maletin en sus manos.

Dereck los contempló impotente sin saber como ayudar. Si estuviera en su siglo lo más probable es que acudiría a Daniel, su buen amigo y médico de confianza, pero en esta época la medicina era bastante básica, por lo que tenía que esperar que no resultara nada grave.

—Un desmayo.—repitió el médico observando  como su paciente se incorporaba.

Diane se apoyó en sus codos en su intento de salir del sillón y demostrarle a su madre que estaba bien, pero el doctor la detuvo con un ademán mientras le daba unas indicaciones a la condesa viuda.

—Necesita descansar...—advirtió.—afortunadamente no tiene fiebre, pero no podemos confiarnos. Fue mala idea retomar sus clases de baile de manera tan rigurosa, milady.—miró a Lady Diane y luego a la condesa viuda.—usted no esta acostumbrada a hacer esfuerzo físico de manera paulatina y la reacción de su cuerpo me lo confirma. Además últimamente su madre me ha reportado que no ha estado comiendo bien.

La mirada de la joven se ensombreció.

—Bueno...es que no tenía mucho apetito.—se justificó frente a la mirada molesta de la condesa viuda.—pero le prometo que me alimentaré mejor sino me manda a reposar durante un mes, por favor.

Su voz sonó como un ruego, pero a Diane no le importó. Gran parte de su infancia la había pasado en cama por recomendación de los médicos y no quería que la historia se repita.

—Eso no sucedera siempre y cuando cumpla con su palabra.—añadió el doctor mientras le recetaba unas cuantas medicinas antes de desaparecer junto a su madre por la puerta.

Lady Mary, la madre de Lord Hamilton se acercó a ella una vez que su madre se fue.

—Cariño.—la tomo con delicadeza del brazo.—mi esposo y yo planeamos hacer un viaje al campo en unos días, qué te parece venir con nosotros.—sugirió.—Estoy segura que el aire libre te sentara bien.

—Pero la temporada y mi madre...—empezó a negar.

—No te preocupes por eso, hablaré con ella. De cualquier forma hasta que tu hermano regresé de Italia no tienes que esforzarte demasiado en conseguir esposo.—advirtió con una delicada caricia.—Además siempre podemos obligar al testarudo de mi hijo a tomarte como esposa sino hay otra opción.—le susurró al oído provocando que los colores abandonaran su rostro y le costara respirar.

Ahora sí sentía que se iba a enfermar.

—No...—pidió de forma a penas audible antes de reparar en la presencia del caballero en el salón. Lord Hamilton la observaba desde el otro extremo de la estancia con una sonrisa.

¿Desde cuando estaba allí?

¿Habría visto su abrazo con el señor Evans?

Se sonrojó.

Perdido en otro sigloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora