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Diane regresó a su habitación pensativa. No estaba muy segura si el trato que acababa de pactar con ese caballero era del todo conveniente, pero en su situación actual tenía que utilizar cualquier medio posible.

Abrió la puerta de su habitación y se encontró con que la pulcritud de su armario había sido profanada.

—¿Qué haces Nana?.—preguntó al ver que la mujer hacía una pila con sus vestidos favoritos.

—Su madre ordenó que me deshiciera de todas estas prendas.—le contestó con tristeza porque sabía lo mucho que a su señorita le gustaban.

—¿Qué?.—Diane ahogó un jadeo.—No puedes hacer eso, ¿qué ropa me pondré?

—Lady Georgiana dijo que con la nueva ropa que mandó a confeccionar para usted será suficiente.—explicó la nana.—La modista vendrá en una hora para tomarle las medidas.

Diane ahogó una réplica por educación, pero en el fondo gritó con todas sus fuerzas cuando observó por varios minutos a su nana apilando sus vestidos antes de llevárselos para regalarlos a alguna orfandad.

Su madre solo le había dejado con esos que a ella tanto le gustaban. Diane tenía que admitir que no eran feos, pero no eran su estilo. Ella era más recatada y no le gustaba llamar tanto la atención.

Se sentó en la cama observando la falda de su vestido antes de escuchar el sonido de la puerta abrirse.
Su nana había regresado, pero no venía sola, el señor Evans la acompañaba ayudándola con un pequeño cesto de telas y cosas varias.

—Gracias.—sonrió su nana cuando el caballero  depósito el cesto en el suelo.—Eres muy útil, Alexander. Ahora sí puedes seguir con tus labores, perdona la molestia.

—No es una molestia.

—Por cierto ya que estás aquí.—añadió Bertha mirando a la dama que los observaba.—Te presentó a la señorita de esta casa, Lady Diane Graves.

Dereck asintió sin saber si lo correcto en estos casos era extender su mano o hacer una inclinación tipo “Un gusto milady, estoy a sus órdenes”

La señora Bertha lo observó con gravedad como si esperara un movimiento de su parte. Ahora que lo recordaba los caballeros tomaban las manos de las jóvenes y las besaban. Así que Dereck no se lo pensó más y tomó la mano de Lady Diane, rozando sus dedos con los suyos antes de depositar un beso en ella.

Las dos mujeres lo miraron con los ojos desorbitados.

—Perdónelo, milady.—se apresuró a disculparse la señora Bertha al ver al torpe sobrino de Richard tomar la mano desnuda de su señorita y besarla. Ni siquiera el noble más atrevido hacía algo así en público. Los guantes existían por algo.

Diane sintió sus mejillas adquirir un tono carmesí al notar como sus manos se unían y el roce de su piel con la suya.

—¡Alexander!.—gruñó su nana llamando la atención de ambos.—¡¿Cuánto más pretendes sostener la mano de mi señorita?!

Dereck la soltó al instante, totalmente confundido.

¿Qué había hecho mal?

La señora Bertha aprovecho su aturdimiento para echarlo de la habitación de Lady Diane.

Una vez que el caballero se retiró, Diane inconscientemente se llevó la mano besada al pecho. Era el movimiento más atrevido que un hombre había tenido hacia ella y por alguna extraña razón le gusto.

—Le aseguró que es un buen muchacho, milady.—empezó a justificarlo su nana mientras la ayudaba a arreglar todo.—Estoy segura que actuó así por falta de educación. Richard me comentó que su sobrino fue criado en un pueblito bastante alejado de la capital e ignora muchas cosas, pero le aseguró que no volverá a tener ese atrevimiento hacia su persona, milady.

Perdido en otro sigloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora