Harry

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Era una noche lluviosa y de vientos violentos. Remus se encontraba en la cocina encendiendo la estufa y colocando sobre ella la tetera llena de agua cuando un relámpago especialmente brillante se abrió paso a través de su ventana.

Era 31 de octubre de 1981 y Remus jamás había presenciado una tormenta como aquella.

La dirección del viento cambió repentinamente y la lluvia y el frío comenzaron a colarse por una de las pequeñas ventanas del recibidor. Remus se alejó de la estufa cuya única flama encendida amenazaba con ser extinguida por el aire y se dispuso a cerrar la ventana esperando que su vieja alfombra no se hubiera mojado demasiado.

Sus pasos eran lentos y forzados. La luna llena se marchó dos días atrás y su cuerpo estaba hecho un estropicio. Le dolía cada articulación y las nuevas cicatrices sobre su piel ardían como el infierno. Tenía sólo veintiún años y se sentía como un jodido anciano.

Remus llegó hasta la ventana y la cerró con seguro antes de mirar a través de ella. El cielo presumía unas nubes oscuras y gordas que no dejaban de llorar y que aparentemente no se detendrían en un buen rato. No había rastro de la luna o las estrellas en el cielo y eso, por absurdo que fuera, causó en Remus un sentimiento de nostalgia que rápidamente se transformó en un mal presentimiento.

El castaño se recargó en la ventana con el ceño fruncido. Mordió su labio inferior en gesto pensativo antes de soltarlo con un quejido de dolor al recordar que se lo había lastimado en su forma lobuna. Estaba a punto de alejase de la ventana y cerrar las cortinas cuando una luz blanca atravesó el cristal.

Por un momento, Remus creyó que se trataba de un relámpago más, pero después de unos segundos de espera —cuando el trueno jamás chocó contra la tierra— se dio cuenta de que en realidad tenía una visita.

Una que no quería tener en ese momento.

Remus cerró las cortinas con expresión cansada. Apagó las luces y regresó a la cocina dispuesto a fingir que no escuchó la puerta. Sabía que su actitud estaba siendo infantil, pero simplemente no se sentía con ánimos de tratar con Sirius Black. Ya había tenido suficiente con la discusión que habían mantenido la última vez que se encontraron.

La luz de la motocicleta golpeó contra las cortinas y se extendió de manera tenue por toda la sala principal. Remus retiró la tapa de la tetera y arrojó dentro del agua hirviendo algunas rajitas de canela antes de volver a taparla y bajar la intensidad de la llama. El sonido del motor de la motocicleta era cada vez más fuerte conforme más se aproximaba. Retumbaba dentro de los oídos de Remus y hacía que la culpa le carcomiera. Afuera estaba lloviendo y Sirius había ido de Londres hasta Gales en un viaje de dos horas y media en ese endemoniado híbrido de metal.

Entonces el sonido se detuvo, no así la culpa de Remus. Las luces de la motocicleta se apagaron y el hombre lobo se encontró de pie junto a la puerta de la cocina, con una taza de té que no dejó reposar en absoluto y con la mirada clavada en la puerta mientras era golpeada insistentemente.

—¡Remus! —le llamó

El primer instinto del hombre lobo fue el de abrir la puerta. La voz de Sirius se escuchaba ahogada por el sonido de la fuerte lluvia.

»¡Remus, por favor! —insistió

A Remus le quemaban las manos por dejarlo entrar, pero si lo hacía, estaba seguro de que Sirius retomaría el tema que los había hecho pelear en primer lugar. No podía ceder, Remus sabía que hacía lo correcto, pero Sirius siempre había sido del tipo necio. Del tipo que estaba acostumbrado a obtener todo lo que quería porque podía.

—¡Remus, por favor! ¡Harry está conmigo!

El gesto de aflicción de Remus rápidamente se transformó en desconcierto. Atravesó el salón principal lo más rápido que sus maltrechas piernas se lo permitieron y dejando la taza de té sobre la mesita de centro, abrió la puerta.

The greatest adventures of Dadfoot & MoomyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora