31 de Julio.

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Remus colocó el último muffin en la charola y miró con orgullo el amplio jardín adornado con globos, serpentinas y múltiples banderines de colores vibrantes. Todo parecía estar listo para el cumpleaños número tres de Harry; el pastel estaba en medio de la mesa, rodeado de muchas bolsitas con golosinas. Los sándwiches de diferentes rellenos ya estaban sobre las charolas, las jarras con al menos diez sabores diferentes de jugo también y la mesa de regalos ya estaba prácticamente llenas con todo lo que Sirius y él habían obtenido para su ahijado.

Con un movimiento de varita, el lobo agrandó la mesa de regalos y duplicó la cantidad de sillas en el jardín, sólo por si acaso. También se aseguró de que todos los lugares contaran con sombra fresca para resguardarse del sol de verano y una vez que terminó, satisfecho se dejó caer en uno de los banquitos más cercanos a los rociadores que había instalado en la mañana porque, ¿qué sería de una fiesta de cumpleaños veraniega si los niños (y los adultos) no pudieran mojarse un poco?

El castaño suspiró dejando que su cuerpo se relajara y lanzó un tempus para asegurarse de que podía tomarse unos minutos de descanso antes de que todos los invitados llegaran y las cosas se salieran de control. Habían invitado a todos sus conocidos de La Orden del Fénix y a algunos compañeritos de Harry del kindergarten. Debían ser al menos dos docenas de niños frenéticos por juegos y dulces, de los cuales, Fred y George Weasley eran los más peligrosos.

Junto con Sirius.

—Vamos, Harry, muéstrale a Remus tu atuendo cumpleañero —el hombre lobo escuchó que decía la voz de Sirius desde la entrada del jardín.

El castaño no tuvo que voltear, porque Harry apareció en su campo de visión tan rápido que le hizo preguntarse si no habría llegado en esa escoba que él estaba seguro había escondido en lo alto del armario. El niño vestía unos pantaloncillos cortos perfectos para el calor y una camiseta ligera de manga corta con una snitch dorada estampada en el pecho. Nada fuera de lo común, si no fuera por la corona dorada que adornaba su cabeza.

—Un poco pretencioso, ¿no crees? —preguntó pellizcando suavemente la mejilla del pequeño.

—Es un día especial. No es como si quisiera criar a un pequeño monstruo —le respondió Sirius—. Esta bien si es por un día, ¿verdad? Es como un gorrito de fiesta.

Remus miró a su novio hacer un puchero y luego a su niño quién, distraído, miraba los globos colgados sobre su cabeza, asombrado.

—Sí, por un día está bien.

—Ya escuchaste a Moomy, Harry. Hoy, tú eres el jefe.

—¿El jefe puede comer panqueques? —preguntó y Remus asintió divertido—. Entonces sí quiero ser el jefe.

El perro soltó una carcajada y el lobo negó divertido mientras el infante daba la media vuelta, dispuesto a observar por décima vez en ese día, la enorme tina llena de globos con agua y pintura que Sirius había dispuesto para que los niños pudieran jugar más tarde.

El sonido de la chimenea llamó la atención de la pareja y Remus, que estaba tan o más entusiasmado que Harry, se dirigió al salón para recibir a sus primeros invitados que resultaron ser los Longbottom. Frank estrechó su mano y Alice le dio un pequeño beso en la mejilla para después animar al pequeño y temeroso Neville para que saludara cortésmente. El niño lo hizo, obediente a sus padres como siempre, aunque no soltó la mano de mamá en ningún momento.

—Veo que aún eres tímido —comentó el lobo y el niño se escondió tras su mamá—. Vamos, Nev. Si te quedas allí, no podrás ir a jugar con Harry. —Los adultos intercambiaron una sonrisa cuando Neville se asomó, cauteloso al escuchar ese nombre—. Está en el jardín con Sirius.

The greatest adventures of Dadfoot & MoomyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora