Kreacher

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El pequeño humano se encontraba recostado sobre su espalda, dentro de su cuna. Estaba despierto y mordisqueaba un león de felpa como si no hubiera probado bocado en días, babeándolo todo y soltando risitas molestas en ocasiones.

Kreacher creía que era realmente desagradable.

El elfo se quedó de pie en el pasillo principal, escondiendo parte de su cuerpo detrás del muro y asomándose por la puerta. Sus manos huesudas y grisáceas se aferraban al marco mientras susurraba un sinfín de maldiciones. Él tenía cosas más importantes que hacer que observar a aquella criatura repugnante.

El pequeño soltó una carcajada y el elfo se sobresaltó, nervioso. No le gustaba estar cerca de él. Detestaba estar cerca. Contrario al amo Regulus —del que se había encargado desde su nacimiento— ese niño no era mínimamente agraciado. Se reía mucho y además, demasiado fuerte. Siempre estaba sucio y a pesar de que apenas había aprendido a caminar correctamente, iba en todas direcciones como si fuera un escarbato en busca de oro. Su rostro siempre estaba lleno de comida y su cabello, Salazar santo, no había manera de controlarlo.

Kreacher realmente no entendía la necesidad del amo Sirius de conservar a aquella desagradable cosa que sólo causaba problemas. Era gracias a ese cachorrillo que la preciada casa Black había perdido su resplandor y aunque el amo le había permitido conservar la mayoría de las cosas de los antiguos amos, no era lo mismo. Aparentemente la casa no era segura para un bebé, o eso había dicho el desagradable lobo. Eso era una tontería, por supuesto, Kreacher había sido testigo del nacimiento de muchos pequeños amos y todos habían crecido perfectamente bien.

El elfo frunció la nariz cuando el niño comenzó a charlar con su león de felpa, hablándole sobre la merienda y otras cosas que él apenas pudo entender. ¿El amo Sirius se molestaría mucho si Kreacher tirara esa cosa a la basura? ¿O le agradecería por haberse librado de ese pequeño problema? Él había prometido al amo Regulus antes de morir qué serviría a su hermano mayor con la misma lealtad que a él y hacerle la vida más fácil era su tarea principal, ¿verdad?

Kreacher había soportado la remodelación de la casa y la presencia del lobo pero ahora era obvio que el amo no tenía idea de lo que era mejor para él. ¿Criar a un huérfano mestizo? ¿Hijo de una sangre sucia? Bueno, él siempre había sido así, por algo la ama lo había echado de casa. Kreacher no entendía como es que su hermano había podido amarlo tanto. El amo Regulus sí que era benevolente.

El ruido desde la cuna hizo que el elfo saliera de sus pensamientos. El niño se había sentado en la cama y lo estaba mirando directamente. Kreacher se escondió un poco mejor detrás del muro hasta que sólo parte de su cabeza fue visible en la puerta.

—Duerme —le ordenó y Harry soltó una carcajada, haciendo que los juguetes en la repisa de la habitación levitaran y cayeran directamente en el suelo.

Típico de un niño mestizo. Ni siquiera podía controlar su propia magia.

Fastidiado, Kreacher levantó la mano y chasqueó para poner todo en orden. Los juguetes flotaron de nuevo hasta la repisa y el niño volvió a reír escandalosamente antes de levantar su propia manita e intentar chasquear los dedos también y fallar en el proceso.

—Ni siquiera eres capaz de hacer eso —dijo la criatura con burla antes de volver a chasquear únicamente por el placer de saber que él sí podía hacerlo y el disque salvador del mundo mágico no.

Harry le miró atento. Sus enormes ojos verdes abiertos de par en par y completamente fijos en las manos huesudas del elfo quién no dejaba de tronar los dedos en una clara muestra de superioridad. Incluso un viejo elfo de una familia sangre pura era mejor que un niño mestizo de madre sangresucia. La ama Wilburga no se había equivocado. Sin embargo, ¿por qué el cachorro no lucía enojado o humillado? Kreacher no lo entendía.

The greatest adventures of Dadfoot & MoomyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora