Empujoncito.

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Tópico propuesto por: Naenox


El aula de transformaciones se encontraba en silencio. Minerva McGonagall sentada detrás de su escritorio, levantando la vista de vez en cuando, cuando alguna risilla traviesa o un susurro más allá del reflexivo tono de concentración de algún alumno se escuchaba. Estábamos hablando de McGonagall sin embargo, no era como que alguno de sus alumnos se atreviera si quiera a respirar demasiado fuerte, ya no digamos a mantener una conversación fuera de tema. Ni si quiera James y Sirius se atreverían a tanto. No mientras estaban sentados tan lejos el uno del otro, al menos. 

Canuto se encontraba prácticamente al frente de la clase —un hecho indudablemente extraordinario—, junto a Remus quien ni si quiera le dirigía la mirada, demasiado ocupado en su propia copa, practicando el hechizo de transformación que les acaban de enseñar y dominándolo como cada jodida cosa que hacía. James, por su parte, estaba un par de asientos más atrás, junto a Lily y no prestaba el mínimo de atención, demasiado perdido en la forma en que las manos de la chica se movían; tan delicadas y a la vez tan fuertes. Perdido en sus ojos y en sus labios que apenas pronunciaban un par de palabras en latín. Ambos como un par de locos enamorados.

Patéticos adolecentes enamorados.

—Te juro, Potter, que si no dejas de mirarme no vuelvo a dejar que te sientes conmigo —dijo Lily con clara falta de concentración y con mucha, mucha, irritación.

—Es que me gustas mucho —le respondió y eso fue suficiente para desarmarla.

Sus mejillas se tiñeron de rojo hasta las orejas y el encantamiento que estaba tratando de realizar falló en su totalidad mientras unas cuantas chispas de colores salían de la punta de su varita. James, por su parte, sonrió enternecido porque sabía lo que había causado en ella y después de tantos años de batallar para obtenerlo era lo mínimo que podía hacer.

—¿Podrías, por favor, dejar de decir esas cosas?

—No puedo —respondió, franco y cada vez más enamorado.

Y era verdad, no podía. No podía evitar recordarle lo hermosa que le parecía, ni lo encantadora que la encontraba. No podía dejar de repetirle lo mucho que le gustaba, que la quería y lo muy feliz que se sentía de que por fin, por fin, haya decidido darle una oportunidad. Después de tres años, cuatro meses, una semana y dos días.

—Hablo en serio, James —le reprendió y estaba siendo muy cuidadosa de que nadie le hubiera escuchado llamarle por su nombre. Era un poco vergonzoso—. Podrías intentar ser un poco más discreto con ésto, como Sirius.

—Por favor, Sirius ni si quiera es capaz de aceptar que le gusta Remus —se defendió.

—¿... Quieres decir que no están saliendo? —susurró cautelosa de no ser atrapada charlando por la profesora.

—No oficialmente, que yo sepa.

—¿Por qué? —le preguntó indignada—. Fíjate como le mira, se está muriendo por él.

—Oh sí —respondió James pasando a la siguiente página de su libro de transformaciones—. Están completamente locos el uno por el otro.

—¿Y entonces? —preguntó como si para ella no hubiera explicación para su falta de compromiso.

Ella casi habría jurado que ya tenían algo, pero no sé había animado a preguntar para no ser entrometida.

—Supongo que no quieren arruinar la amistad. La de los cuatro.

The greatest adventures of Dadfoot & MoomyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora