5: Miedo.

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Cornwall, Inglaterra.

Un año después.

LOREN:

¿Algo jodidamente peor que el miedo?

Perder la esperanza.

Luego de que tres de nuestros embarazos no se completaran, seguíamos juntos y amándonos, pero existía una espina entre nosotros que ella no quería sacar, al menos hasta dentro de unos años, con otras alternativas. La entendía, pero eso no significaba que no lo odiara. Que no odiara ver cómo la luz en sus ojos se iba apagando. Aún así era un imbécil egoísta y la dejaba continuar con ello. Aunque Anabelle y Mike eran todo lo que necesitaba para ser feliz, quería más. ¿Pero eso realmente estaba mal? ¿Querer cumplir cada sueño de Anabelle? ¿Cumplir los míos junto a ella? Ni siquiera sabía qué clase de esposo era. ¿Uno de mierda por apoyarla en algo que probablemente rompería su corazón? ¿Uno bueno? Gruñí recordando cómo la destruyó la última vez. No trabajó en sus novelas por meses porque decía que no haría finales felices o, peor, mataría a todos sus personajes. Bajé la mirada a mi copa semivacía mientras pensaba en los sacrificios que mi chica estaba haciendo por nosotros, reduciendo su vida a permanecer acostada en nuestra cama, ahora.

Esta era la cuarta vez que pasaba por esto.

A diferencia de las otras, no había sido un accidente, sino planeado y supervisado por los mejores especialistas.

Tenía, no, necesitaba que funcionara.

—¿Papá?

Alcé la cabeza para toparme con la cabellera rubia de la cabeza de Mike asomándose en mi despacho. Habíamos acaparado Cornwall como nuestro hogar fijo. Ya que mis hermanas se quedaron en Brístol y mis padres no eran una molestia hasta el momento, no nos habíamos sentido en la necesidad de mudarnos. Anabelle amaba la casa. Mike también. Su madre, ahora con gemelos y un esposo que aprobaba que mi hijo llamara padrastro, no tenía planeado mudarse. Estábamos bien aquí.

—Pasa, Mike. —Mi visión estaba borrosa—. ¿Qué sucede?

Mi chico hizo una mueca, lo que significaba que no tenía idea de cómo pedir lo que quería. Tenía once años, casi doce, ahora. Estaba renunciando a sus facciones de niño. Endureciéndose. Era increíble ver, día a día, cómo se convertía en el increíble hombre que sería. Ponía toda mi fe en que elevaría nuestro apellido más de lo que papá, yo o cualquiera de nuestros antepasados pudo. Era responsable. Amaba la industria de los vinos. Era una versión mejorada de mí. Menos idiota. Más consciente de su alrededor. Estaba orgulloso de él. Sabía que era un pensamiento jodidamente extraño ya que no era una niña, pero arruinaría a quién lo lastimara.

Eso incluía a cualquier perra loca que se aprovechara de su nobleza para poner sus garras en su corazón y herirlo.

—Quería saber si... yo...

Alcé las cejas.

—¿Quieres traer a tus amigos a casa? —Arrugué la frente—. La última vez te dije que no necesitabas pedir permiso siempre y cuando no montases una fiesta, la cual no es que no puedas hacer, sino que tienes que avisar con anticipación para que limpien la casa de la piscina. No tendré niños correteando en el pasillo mientras intento dormir. —No era el típico padre, lo sabía, pero no tenía la jodida culpa de que los demás fueran tan aburridamente irrealistas—. Estuve en tus zapatos y prefiero evitar que busques... alternativas de lugares que no sean tu casa.

Mike negó, la tensión en sus hombros desapareciendo mientras una sonrisa surgía en su rostro y entraba en confianza. El hecho de que fuese un padre actualizado al siglo veintiuno, lo que en realidad llevaba más trabajo de lo que las personas creían, no significaba que no me tuviese respeto. Nuestra relación era buena.

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