2: Tomado por sorpresa.

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Cornwall, Inglaterra.

ANABELLE:

Mentiría si dijera que la mudanza de Brístol a Cornwall no me afectó. Pasé meses en Dublín, pero no era lo mismo. Cuando estuve allá estaba rodeada de familiares, mis hermanos y mi papá ocuparon cada minuto de mi tiempo recuperando, por así decirlo, el que habíamos perdido. En el fondo sabía que volvería, también, aunque no había querido admitirlo. Ahora, en cambio, el traslado de una ciudad a otra ciudad o, mejor dicho, pueblo en el que Loren creció, era un completo cambio para mí.

Mientras que allá cada uno tenía su lugar, aquí estábamos bajo un mismo techo en Dionish, los viñedos de su familia, ya que él consideraba que no había mejor lugar en el que pudiéramos estar. Al principio pensé que compartir la casa con sus padres sería incómodo, pero cuando llegué y me di cuenta de que la construcción era tan grande que difícilmente estaríamos amontonados y de que, en efecto, no había visto nada más bonito en mi vida que los kilómetros y kilómetros de arbustos de uvas que rodeaban la mansión Van Allen, decidí confiar en su palabra. Anastasia y Lucius, por otro lado, pasaban tanto tiempo en Brístol que casi no los veíamos. Con el nacimiento de Lachlan y Charlotte al mismo tiempo optaron por quedarse allá indefinidamente para ayudar a Rachel y a Marie, viniendo solo de visita, para tristeza de Mike. Él estaba acostumbrado ya a hornear con Anastasia y pescar con Lucius cada fin de semana.

Vivir aquí era una experiencia.

Después de ocupar una de las viejas habitaciones principales con Loren, algo en lo que tardé un par de semanas desempolvando y renovando con ayuda del servicio, no hubo rincón de la hacienda que no hubiese recorrido. A veces con Loren. A veces con Mike. A veces a pie. A veces en caballo. Aunque extrañaba el kínder y a los chicos, especialmente a Madison, tampoco mentía al decir que nunca había estado tan inspirada como ahora. El hecho de que solo tenía a Mike y a Loren para ocupar mi tiempo me dejaba con muchas horas libres, cuando estaban en el trabajo o en la escuela, que ocupaba frente a mi computador en nuestra cama escribiendo nuevas historias o compartiendo con mis nuevas y viejas lectoras.

No era malo, sino diferente.

─¿Anabelle? ─preguntó Mike, tocando mi puerta con suavidad, tras llegar del colegio.

Dejé mis anteojos para protegerme de la luz del monitor en la mesita junto a nuestra cama y me levanté. Loren llegaría hoy de un viaje de un par de noches que había tenido que hacer de emergencia a Londres. Mike no había podido acompañarlo porque tenía examen de matemáticas. Lena estaba con Arthur en un congreso, también fuera del pueblo, por lo que tampoco se había podido hacer cargo. Ambos confiaron en mí para cuidarlo. Mi relación con ella era bastante buena. No éramos las mejores amigas todavía, pero lo hacíamos lo mejor que podíamos cuando salíamos a comer en grupo con Mike o cuando se veía con Loren para discutir asuntos relacionados a su educación. Después de que se disculpó por su imprudencia con él, explicándome que fue su culpa por estar confundida, que mi prometido en ningún momento le devolvió el beso y que realmente amaba a Arthur, le dije que realmente no le guardaba ningún tipo de rencor.

Quizás no habría hecho lo mismo que ella, pero entendía su reacción. Estaba viviendo un infierno cuando eso pasó y Loren apareció como su ángel salvador. Además, suficiente cargo de consciencia tenía con el hecho de que jamás la perdonaría por haberle ocultado la existencia de Mikhael, lo cual él no decía, pero entre nosotros, los adultos, se palpaba. Si quería ser más que la novia de su padre para Mike, darle más motivos a su madre para sentirse miserable no era un buen comienzo. Cualquier cosa que pudiera herirla la heriría a él también y ese pensamiento me resultaba insoportable. No solo era el hijo de Loren, sino también el niño más tranquilo e inteligente que existía. Defensor del medio ambiente. Una personita que se apartaba del camino de las hormigas para no pisarlas. Lo segundo mejor de mis días.

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