9: Opciones.

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Londres, Inglaterra.

Dos semanas después.

ANABELLE:

Loren sostenía mi mano con una de las suyas mientras que con la otra sostenía su telefóno ya que atendía una llamada. Estaba usando su tono de trabajo, razón por la que todos en la habitación de espera del consultorio de Greta nos miraban con las cejas alzadas. Estaba casi segura de que la persona con la que hablaba era Ryan, así que podía entenderlos. Me costó un poco acostúmbrame al lenguaje de ambos juntos.

—Eres, oficialmente, la peor relación fuera del matrimonio que existe.

Intenté esconder mi anillo, pero un par de mujeres lo notaron y me miraron con lástima. Mis mejillas se sonrojaron. Increíble. Ahora pensarían que mi esposo me engañaba con casi dos metros de músculo.

Músculo moreno y macizo, gigante, con una mirada exóticamente seria.

Justificable.

—No, no me interesa que tu esposa sea mi hermana. Asumiste un compromiso cuando empezaste a acostarte conmigo por dinero. ¡No te puedes ir de vacaciones sin terminar tu trabajo! ¡Recuerda quién te rescató de la pobreza! ¡Solías ser una puta de dos dólares antes de que llegara a tu vida! —Apreté su brazo, así que bajó el tono de voz—. No, Ryan, no quiero un suplente. Te quiero a ti. Desde que mi sobrina empezó con las competencias faltas cada vez que quieres. ¡Esta ni siquiera es importante! ¡De lo contrario me habrían invitado! ¡Te doy una hora para que reconsideres tus prioridades y me llames de nuevo o me plantearé buscar otra amante!

Para cuando terminó la tensión en la sala de espera era palpable. Escondí el rostro en su brazo, abochornada, antes de mirarlo como si nada hubiese sucedido. Cuando me casé con él lo hice sabiendo que egocéntrico no era lo único en su lista de defectos, sino también grosero y prepotente. Además, si su hermana, la más afectada en este triangulo amoroso, se había acostumbrado a ello, ¿por qué yo no?

—¿Anabelle van Allen? —preguntó la enfermera acercándose con un portafolio.

Asentí.

—Aquí. —Loren y yo nos pusimos de pie—. Gracias —le dije cuando me dio una bata y la indicación de esperar a Greta en la camilla del consultorio.

Loren me ayudó a quitarme la ropa. Se deshizo de mis zapatos y pantalón mientras hacía lo mismo con mi suéter y brasier. Sus cejas se alzaron cuando sus manos, él entre mis piernas, se encajaron en el interior del elástico de mi ropa interior de seda. Sabía lo mucho que le gustaba que usara lencería bonita, estábamos teniendo una buena racha tras regresar de Dubái, así que lo besé cuando se inclinó.

—Creo que llegué en un mal momento —dijo Greta mientras entraba, sus ojos oscuros tras un par de lentes de montura que realzaban su anguloso rostro—. ¿Les molesta si observo? Les prometo que solamente lo haré con fines científicos.

—Lo siento —me disculpo mientras estrecho su mano.

—Lo sentimos —corrige Loren ofreciéndole la suya, a lo que ella negó.

—No. No tocaré sus fluidos. —Me miró—. No es personal.

Mis mejillas se sonrojaron.

Debía pensar que éramos pervertidos.

—No te preocupes.

—En fin, Anabelle, tu hermano me comentó que estabas en medio de la crisis de los treinta y querías un cambio de imagen por miedo a... estar perdiendo tu matrimonio. —Miró a Loren con la frente arrugada—. El cual me acabo de dar cuenta de que no está en riesgo por el sexo, así que antes de tomar tu dinero y hacerte lucir aún más hermosa, ignorando lo que vi, ¿me podrías decir que estás haciendo esto para complacerte a ti misma y no a tu sexoso esposo?

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