El desastre.

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Hiro y Miguel al día siguiente se levantaron, y desayunaron junto a Tía Cass, ella antes de permitir que salieran les dijo que se cuidaran y llegaran temprano y así Ambos entendieron sus condiciones.
Luego de un rato, ella bajó a trabajar.

—¿Ya estás listo?

—Sí, ya voy, no seas impaciente Migue.

Los dos minutos después, salieron del lugar para empezar a caminar.
Hiro parecía caminar sin ánimos, la ciudad era algo que veía todos los días, sólo hacía su esfuerzo por Miguel, que miraba cada cosa que le llamara la atención.
Mucha gente transitaban por las calles, y se detenían para cruzar, esperarando a que los semáforos estuvieran a su favor.

—¿Te está gustando?

—Claro, al menos es más grande que Santa Cecilia.

—Eso sí, sin duda.—rió.

Hiro respondía las preguntas de el otro, que estaba entusiasmado al máximo.

Después de un rato, Hiro le enseñó los lugares donde pasaba momentos con su hermano Tadashi, y lo hizo para complacer a Miguel, quien insistía.

Él no podía evitar mirar la sorpresa del chico, se sentía extraño, verlo felíz le hacia sonreír como idiota, no lo entendía. Le frustraba.

Cuando sintieron hambre Hiro le dió a probar unas bolitas deliciosas, para el juicio de los habitantes, la gastronomía era muy distinta a la de México, pero experimentar cosas nuevas no le venía mal a Miguel.

—¿Cómo se llaman?

—Dangos, Migue.—rió y suspiró.—Tadashi... Cada vez que podía, cuando salía temprano de la universidad, compraba dangos, los llevaba a casa y los comíamos con Tía Cass... Era lindo.—dijo bajando la vista.

—Eran buenos momentos, ¿verdad...?

—Los mejores...—cerró los ojos y suspiró.

Miguel por su parte, sabía bien que la nostalgia de Hiro podía ser intensa y hasta aveces ocupar la mayoría de sus pensamientos.

—Lo siento...

—No Migue, está bien, yo lo siento, últimamente he sido muy tonto...

Miguel tomó la mano del otro.

—No tan tonto, yo creo que estás bien.

—Sabes...—dijo tomando su mano con una suave fuerza.—debo darte las gracias.

—¿Por qué lo dices?—soltó una risa.

—Porque... Tengo muchas cosas detrás de mí, pero... En serio creo que... De verdad has creado y reparado mucho más de todo lo que he perdido, Miguel.

—Pues... Creo que podrías acostúmbrate a que alguien te haga sentir así...

—Bien, entonces quiero que te quedes siempre así comigo.

—¿De la mano?

—Cada vez que lo necesitemos,—ambos entrelazaron sus dedos con una leve presión.—Tú siempre tendrás mi mano.

—Y yo siempre tendré la tuya....—sonrió.

***

Unas cuatro horas habrán pasado, y ya habían recorrido muchas partes lindas de la ciudad. Pero aún así, Miguel tenía declarado su lugar favorito de San Fransokyo.

—¿El parque de los cerezos?

—Sí, me gustó mucho ese lugar, las flores sakuras son hermosas.

Un Héroe Citadino. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora