La primera vez que fui a un día de campo

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Max me llevaba de la mano estando totalmente ruborizado mientras yo cargaba esa pesada mochila que él había preparado. La presión de su mano sobre la mía y el entrelazado de nuestros dedos hacia que mi corazón brincara de felicidad y que de mis mejillas no se apartase ese rubor que me hacía volver a tomar algo de color.

Los pasos de Max eran mucho más acelerados que los míos lo que hacía que mi mano se estirara y yo caminara con dificultad detrás de él, mi estómago se llenaba de cosquilleos cada vez que el me miraba por el rabillo de los ojos con vergüenza.

―Max ya estoy cansado... ― dije jadeando mientras seguía caminando por un gran parque al centro de la ciudad. Había mucho césped, arboles e incluso un pequeño lago con patos nadando en él.

No sabía que existía este lugar, era como estar en un bosque repleto de caminos de asfalto y carritos donde hombres de uniformes blancos vendían dulces y helados.

―Ya estamos por llegar... ― dijo en voz baja cuando finalmente paraba en un lugar alejado de los demás donde únicamente unos pajaritos se estaban dando un almuerzo de semillas.

La brisa se sentía tibia y movía las ramas de los arboles cercanos esparciendo ese exquisito aroma a inicios de primavera. Aunque el invierno aún no había terminado del todo, los arboles ya estaban llenos de flores y hacían que el corazón de cualquiera se alegrara al verlos tan hermosos y frágiles.

De alguna manera ver estas hermosas cosas junto a Max me hacían sentir infinitas veces mucho más feliz, y esa sensación de que mi corazón explotaría se hacía notar cada vez más.

―Quítate la mochila este lugar está bien... ― dijo mientras miraba un punto vacío y subía las mangas de su camisa de franela de cuadros, bajándolas de inmediato al recordar las cortadas que adornaban sus delgados brazos.

―Entiendo ― le sonreí para que se animara.

Extendí una manta que Max había ordenado sobre el pasto mientas él se recostaba sobre ésta mirando el cielo con expresión distante.

― ¿Y qué se hace en un día de campo? ― le pregunté mientras lo imitaba y comenzaba a ver las divertidas formas que las nubes formaban, antes hubiera podido ver aquellos pequeños seres que flotaban en el aire, pero cada vez podía percibir menos a los que convivían con nosotros.

― ¿Comer? Pero aún es temprano... ¿hace calor no?

―Si, un poco ¿te sientes cómodo con esa camisa tan gruesa?

―No se trata de si me siento cómodo o no, me da un poco de vergüenza que veas como están mis brazos...

―Max... ― ladeé mi cabeza hasta encontrarme con su rostro, él sonreía de manera nerviosa, mordiendo su labio y jugando con sus manos.

Sujeté una de sus manos mientras este no separaba su vista del cielo, sus mejillas nuevamente habían adoptado un tono rojizo.

Presioné su mano llevándola hasta mi corazón y luego con suavidad subí su manga dejando ver todas esas blanquecinas y rojas cortadas que en su brazo tenia, Max trataba de forcejear con su brazo, sin embargo, mi mano presionaba fuerte impidiendo que se alejara de la mía.

―Te dije que nunca más haría esto pero no sé de qué otra forma demostrarte que no me importa como seas o lo que hayas hecho, sólo me importa que seas feliz y que compartas tu felicidad conmigo.

―Orión...

Llevé su mano cerca de mis labios repartiendo pequeños besos sobre ella hasta finalmente llegar a su muñeca repartiendo más besos. Me sentía feliz porque sabía que las mariposas de mi estómago también lo estaban ¿Cuál otra podría ser la razón por la que revoloteaban tan alegremente dentro de mi estómago?

Cuando mis alas desaparezcanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora