Prefacio

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La noche era fresca y una neblina espesa me rodeaba, caminaba por una calle solitaria con las manos en los bolsillos, mi blazer se había roto y no tenía nada con que calentarme.

Tropecé con una rama y casi caí de bruces. Reanudé la marcha. Había avanzado casi media cuadra cuando lo vi, un ave que me miraba fijamente, casi inmóvil, sus plumas eran del color del carbón, pero suaves como la seda, era un cuervo.

Me alejé de él a toda prisa, según lo que había oído, los cuervos eran las aves de la muerte y anunciaban tu final. Conseguí escapar del cuervo y de la muerte esa noche, pero no lo volvería a hacer.

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