Capítulo3

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Me tambalee en mi lugar y luego caí al suelo. Mi madre me levantó y besó mi frente.

-Lamento haberte asustado, Abbey-Dijo en un susurro.

-No me asustaste, solo que…es mucha información.-Le dije, luego, para cambiar de tema le dije-¿Heredaré tus ojos?

Ella rió en respuesta y me dijo:

-Sí, lo harás

-¿Qué planeas enseñarme?-Dije frunciendo el ceño.

-oh, bueno…primero se realiza una especie de… ritual, en el que yo te traslado mis poderes infernales y tú te transformas en la nueva reina del Infierno-Respondió tranquilamente, como si de escribir se tratara.

-Lo dices como si fuera lo más normal del mundo-Respondí, algo confundida.

-Se ha hecho desde el principio de los tiempos, de generación en generación y no hay escapatoria-Repitió.

-Ya lo sé, hagámoslo-Cedí.

***

Los elementos para realizar el ritual eran muy extraños y no eran solo objetos, sino que también habían dibujos en el suelo. En el centro de la habitación, se había encendido un fuego de color azul y a su alrededor se encontraban cinco copas de plata y dos de oro.

La reina actual debía verter su sangre en dos copas y media de plata y en una de las copas de oro. Yo debía hacer lo mismo y luego, verteríamos la sangre de las copas, en las llamas. Al finalizar, sellaríamos el pacto, uniendo nuestras manos ensangrentadas.

Los graznidos de los cuervos cesaron totalmente y la habitación se quedó en silencio. Mi madre me alcanzó una daga de oro con incrustaciones de esmeraldas, ella se quedó con una de plata con incrustaciones de rubí. Hicimos un corte en nuestras palmas, vertimos la sangre en las copas correspondientes y vertimos el líquido en el fuego, ahora faltaba lo más difícil, cerrar el trato.

Asentí una sola vez, mi madre me tendió su mano y yo la tomé.

Las convulsiones comenzaron cuando nuestra sangre se mezcló. El fuego del Infierno ascendía por mis venas y me quemaba sin piedad. Grité a todo pulmón, pero no pareció suficiente. Luego, me desplomé en el suelo y grité por segunda vez. Pensé que iba a morir del dolor, pero mi sistema nervioso siguió reaccionando a las llamas. Lloré cuando el fuego quemó mis ojos y estos, se tornaron rojos como las incrustaciones de rubí de la daga de mi madre. Desde ese día, jamás volví a ser la misma.

***

Cuando abrí los ojos, estaba en mi casa. Pensé que había sido solo un mal sueño pero, cuando me miré al espejo me di cuenta de que mis ojos, anteriormente verdes, eran rojos como la sangre.

Lloré cuando una oleada de dolor acarició mi cuerpo. Luego, me envolvió un frío glacial y tuve que volver a mi cama. No iría a la escuela, no así.

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