No sé cómo empezar esto, si así está bien o si va a ser demasiado falso y estridente. No sé si debería publicarlo, porque no sé si quiero que lo lea esa persona. Pero lo voy a hacer, porque, si lo medito bien, también quiero que se me tenga en cuenta. No quiero ser un espectador de mi vida, quiero ser la protagonista.
¿Sabéis esa sensación en la que notáis cómo, poco a poco, se desvanece todo lo que os hacía felices? Eso siento ahora, que se pierde todo el esfuerzo que he realizado para que algo funcione y se haga realidad.
Por una parte, me podría definir como enamoradiza, fuerte y con ganas de vivir. Pero, cuando una persona que crees que te quería se va, mi definición sobre mí misma, cambia a: débil. Sí, una palabra. No necesito más para decir cómo me siento ahora.
Me gustaría que hubieras tenido más hagallas, para llamarme o para venir a decírmelo. Porque, sí, nuestra relación se basaba en un móvil con cobertura y acceso a Internet pero podrías haber hecho más por salvar lo que quedaba. Supongo que estoy tan acostumbrada a resurgir de mis cenizas como el Ave Fénix, que lo veo como algo lógico y sencillo. Pero para ti ha sido mejor volver a quemarlas y destrozar lo poco que nos quedaban.
Ojalá hubieras venido. A dos semanas de volver a verme te has quedado. ¿Ibas a venir de verdad? ¿Querías venir a verme? ¿Estabas tan feliz como yo? No, creo que no.
Agradezco haberme dejado a mí misma, es una experiencia que nunca olvidaré. Al igual que tus oraciones hechas desde un intento de autocompasión que surgieron efecto alguno (como "¿estarías más tiempo conmigo sin cansarte?" o "pienso que estás desperdiciando oportunidades ahí."). Sedme sinceros, ¿realmente puedes cansarte de una persona que quieres o de la que estás enamorado?
Has conseguido que me sienta extraña en mi propio cuerpo, que piense que la gente necesita descansar de mí porque, tal vez, sea demasiado intensa para soportarme. Has logrado que piense que te he superado pero que a las dos horas me derrumbe al recordar.
Y qué malo es recordar, ¿eh? Tú, yo y la playa. Tú, yo y el coche. Tú, yo y nuestra canción... Tú y yo. Me mata por dentro saber que voy a tener que encerrar los recuerdos en una caja para, cuando se hayan curado mis heridas, poder volver a revisarlos.
No te asustes no me has dañado solo tú. También tu incertidumbre, tus sonrisas falsas, tu falta de cariño, tu inestabilidad... Al final, vas a tener razón, yo siempre he sido más mente fuerte de lo que pensaba.
Creía que necesitaba un cuándo y un por qué, probablemente los seguiré buscando. Pero me he dado cuenta de que tú los necesitas mucho más que yo, porque aún no sabes si cuándo decidiste dar por terminado esto ni por qué quisiste dejarme así.
No te creas que todo es malo, no. También me has ayudado a darme cuenta de que me debo querer más a mí (porque para los demás siempre van ellos antes que cualquier otra persona), que yo no soy el problema de todo ni de nada, que una sonrisa a tiempo arregla más que mil palabras, que enamorarse pronto no es malo solo más complicado... Me has enseñado tantas cosas que esas van a permanecer vagando por mi mente y siempre me recordarán a ti.
Hasta que se rompa por el paso del tiempo, la pajarita con hilo rojo seguirá en su sitio y no se moverá.
Tus cintas de la vida están aquí conmigo, yo te las guardo a buen recaudo para que todo te vaya bien porque, como te prometí, no te guardo rencor.
Espero que llegue pronto el día en el que lea todo esto y me ría de mis propios sentimientos; que esté tan alegre con el presente que el pasado esté embalado en cajas.
Aunque yo no me creí los te quieros que me soltaste la última vez que hablamos, yo sí que lo siento de verdad, por eso estoy así, triste y, tal vez, resentida.
Sé que vas a volver porque todos al final lo hacen, pero, como te dije en su momento, una vez sales por la puerta, ésta se cierra por fuera y pocas veces se vuelve a abrir.
Definitivamente, me equivoqué y no eras el hilo rojo que parecías ser.