El viento logra que los cabellos sueltos se me peguen a la cara; sin embargo no hago nada por apartarlos. La serenidad que el mar hace que sienta, me obliga a concentrarme únicamente en el paisaje y todo lo demás pasa a un segundo plano.
Apoyada en las barandas del yate, mantengo mi vista al frente y a lo lejos alcanzo a escuchar como mis padres se ríen de los chistes que hace mi novio. Quisiera quedarme aquí por siempre.
Dejo que mi mente se vaya lejos de aquí y me encuentro rememorando el momento exacto en el que Miguel abrió su corazón y por fin, después de años esperando aceptó que tenía fuertes sentimientos por mí.
— ¿En qué piensas que sonríes tanto? — me sobresalto al sentir sus labios haciendo cosquillas en mi oreja y sus manos serpenteando por mi cintura. Giro en sus brazos para quedar de frente a él y abrazarlo por el cuello.
— En nosotros. — Respondo dejando un casto beso en sus labios.
— ¿Te quieres casar conmigo? — pregunta de pronto.
— ¿Qué? — suelto una pequeña risa.
Y tan pronto como lo hago da un paso atrás y saca del bolsillo de su bermuda un precioso anillo que la luz del sol hace resplandecer.
— No voy a arrodillarme porque esas cosas no me van, probablemente lo romántico tampoco y eso tú lo sabes bien. Pero quiero pasar cada día de mi vida contigo, amor. — toma mi mano derecha y pausadamente me acaricia los nudillos — No veo mi vida sin ti. Sé que es muy pronto, que no hace mucho tiempo empezamos con esto, pero estoy enamorado y tú también. Lo estás, ¿verdad? — pregunta con el ceño fruncido y yo simplemente asiento con un movimiento de cabeza — Muy bien, tú me conoces y yo te conozco. La vida ha sido tan generosa conmigo y tú has sido tan paciente, que yo quiero darte esto. Quiero que entiendas que cuando imagino mi futuro a la única mujer a la que veo a mi lado es a ti. Por favor, por favor, dime que sí.
— Y tú dices que no eres romántico. — nos reímos al tiempo — Ponme ese anillo ya mismo.
Despierto echa un mar de lágrimas. Hacía meses que no soñaba con aquel día en el yate. Supongo que es mi cabeza jugándome malas pasadas luego de presenciar como Dean le pedía a Alex que se casara con él. Me duele el corazón y la cabeza al tiempo y a pesar de intentarlo, no puedo dejar de llorar.
Me levanto de la cama y voy hasta la cocina por un vaso de agua, doy respiraciones profundas en busca de una calma que justo ahora no encuentro. Pongo mi trasero en una silla frente a la barra del desayuno y me cubro la cara con las manos para amortiguar los gemidos.
Cálmate ya, no estás en tu casa sola para que nadie te oiga llorar, me digo.
Escucho cómo se abre una de las puertas e intento limpiar lo más rápido posible el desastre en mi rostro, pero qué va. Jamás he podido disimular que he llorado, se me pone la cara roja, como si me la hubiese depilado toda con cera.
— ¿Te sientes bien? — Es Martina, la compañera de piso de Alex, pero no levanto la vista de la barra.
No, no me siento nada bien.
— Sí, sí. Todo en orden. — La voz me traiciona cortándose en la última palabra y ella lo nota.
— ¿Segura? — duda — ¿Quieres que despierte a Alex?
— No, no, no. — niego frenéticamente y pongo mi ojos en ella casi suplicándole que no lo haga.
Las cejas le salen disparadas hacía arriba notando por primera vez mi aspecto y alcanzo a ver la preocupación cruzándose por su expresión.
— Si necesitas hablar yo podría...
— No te preocupes — la corto — Solo necesito un momento.
Me observa incrédula pero asiente despacio entendiendo que quiero estar sola.
— Si cambias de opinión, estaré en mi habitación o puedes despertar a Alex, no creo que se moleste. — le agradezco su ofrecimiento y ella da media vuelta en dirección al pasillo del departamento y se pierde dentro de su cuarto.
Termino de un sorbo el vaso de agua que serví y me meto en la habitación de invitados. Consigo caer dormida rápido, pero las lágrimas se niegan a dejar de salir.
Al despertar veo a Alex sentada en pijama a mi lado con una tableta apoyada en las piernas y la mirada concentrada en lo que sea que está haciendo.
Estiro los brazos por encima de mi cabeza y eso llama su atención. Levanta los lentes que tenía puestos y los recarga en el pelo dejando de lado su trabajo para concentrarse en mí.
— Buenos días. — Dice simplemente
— Buenos días a ti también. — respondo sin muchas ganas. Me duele horrores la cabeza y siento los ojos pequeñiticos, ya puedo imaginar mi aspecto deplorable.
— ¿Quieres hablar o voy a tener que sacarte las palabras?
Claro que Martina le iba a contar.
Resulta que hace mucho no la veía de esta forma. Hasta ahora había conseguido huir de esta situación porque es mucho más fácil fingir durante una llamada de larga distancia que en una conversación cara a cara. Pongo a trabajar mi cerebro en busca de alternativas que me permitan evadirla, pero no halló una lo suficientemente convincente.
— Y bien... — Me hago la desentendida queriendo ganar tiempo pero Alex tiene otros planes. — Muy bien, como no contestas, asumo que tendré que obligarte a hablar y no vas a escapar, Laura. Confía en mí — se le llenan los ojos de lágrimas y yo siento crecer en la garganta ese nudo tan conocido para mí — ¿Tú crees que a veces no le lloro también? No pienses que porque me fui del país, mis tristezas se quedaron en mi viejo cuarto.
— Es que me cuesta hablar de esto. — Digo al fin.
— Puedes hablar conmigo de lo que sea, cielo — casi puedo compararla con mi madre — Nos conocemos hace tantos años y debes recordar que Miguel era... es mi mejor amigo.
— He pasado un año horrible. — le confieso cuando me he sentado — A veces siento que a pesar de mis intentos no he podido avanzar. Cada día se repiten en mi cabeza las palabras de ese doctor y aunque ha pasado tiempo, continúo sintiendo que una nube negra camina conmigo a donde sea que voy.
Estoy llorando otra vez. Qué novedad.
— Era el amor de tu vida. — me recuerda — Un año no es mucho tiempo si lo piensas. Todos estamos aprendiendo a continuar sin él. — Deja en medio de nosotras una caja de pañuelos y saca uno para limpiar sus lágrimas. — Por supuesto que tienes derecho a tener días malos, a sentir que lo extrañas unos días mucho más que otros, a llorar lo que consideres necesario; pero no te encierres en ti misma. Habla conmigo — me súplica — cuéntame qué sientes, qué piensas. No soy tu enemiga. Si quieres puedo sentarme aquí a escuchar sin opinar, únicamente para que te desahogues si es eso lo que necesitas, yo estoy para ayudarte.
Prácticamente me echo sobre sus brazos y lloro desconsolada. No sé durante cuánto tiempo Alex acaricia mi espalda mientras pronuncia las palabras adecuadas para mí hasta que consigo calmarme y controlar mi respiración.
— Estoy yendo a terapia porque quise suicidarme. — Confieso a mi amiga por fin, luego de tanto tiempo pidiéndole a mi familia que me guardase el secreto.
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Daño reparado
RomanceSegunda parte de Cayendo Por Ti. ¿Quién nos enseña a seguir adelante cuando perdemos a la persona que amamos? Al nacer nadie nos entrega un manual de instrucciones que diga qué pasos debemos seguir después de que se ha ido quien pasaría el resto de...