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Recuerdo perfectamente el día en el que por primera vez sopese el suicidio como una posible salida a tanto dolor

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Recuerdo perfectamente el día en el que por primera vez sopese el suicidio como una posible salida a tanto dolor.

Llevaba dos meses escondida en mi cuarto llorando sin parar, reclamándole a Dios por qué cuando había logrado tenerlo todo me lo había arrancado sin ninguna compasión. Mi peso estaba por lo menos 10 kilos debajo de lo normal y los huesos de la clavícula, caderas y espalda empezaban a sobresalir.

Fácilmente podrían confundirme con un muerto viviente y a mí me habría dado igual. Todo había dejado de tener importancia, mi aspecto, mi alimentación, mi trabajo, mi salud...

Aquel día ni siquiera me preocupe por correr las cortinas. Quería que mi cuarto estuviera tan oscuro como se encontraba mi vida. Si podía conciliar el sueño más de tres horas significaba un milagro y algunas veces debido al cansancio dormía tan profundo que era la única manera en la que no sentía nada.

Me pregunté por primera vez en toda mi vida, si acaso era posible conseguir apagar tanto sufrimiento durmiendo para siempre. Si de esta manera dejaría de doler y dejaría de afectar tanto mi estado a las personas que me rodeaban, porque sí, aunque no decía nada me daba cuenta de cómo me observaban mis padres, algunas veces alcancé a escuchar sus conversaciones con Martha donde trataban de encontrar la mejor opción para ayudarme.

De manera instintiva busqué en internet distintas formas de llevarlo a cabo. Algo que no fuese muy traumático, tampoco muy escandaloso y me dividí entre tomar pastillas y encerrarme en una cocina con la llave del gas abierta.

Quince días después estaba de pie frente al espejo de mi baño observándome. Fijándome en todo lo que no había querido ver antes, pero que los demás sí notaban: mis ojos carecían del brillo que los caracterizó alguna vez y grandes bolsas oscuras estaban debajo, los pómulos prominentes se habían quedado en tiempos mejores y los labios tenían un aspecto tan demacrado, en mi piel se transparentaban las venas y hacía poco había empezado a sentir un cansancio extremo...

Respire hondo varias veces armándome de valor y por fin abrí el frasco que contenía las pastillas que me llevarían, bien sea al infierno o a Miguel. Deposité algunas sobre la mano y cuando estaba a punto de ingerirlas, mamá entró al baño sin avisar.

— No es algo de lo que me sienta orgullosa, por supuesto que no. — le digo a Alex sin hacer contacto visual — Aún no sé si fui muy valiente por intentarlo o muy cobarde por rendirme.

— ¿Por qué nunca me contaste?

Al igual que yo, está llorando. Creí que nunca le hablaría de esto, que me iría a la tumba guardando este horrible secreto.

— Porque tú también tenías tus problemas, tú también habías perdido a Miguel y ya no estabas con Dean. No quería ser egoísta y necesitaba que para una de las dos las cosas fueran más fáciles.

— No voy a entrar en discusiones contigo sobre egoísmos. — Sentencia limpiando sus lágrimas — Pero ahora vas a prometerme que sin importar si es un poquito o mucho, si es trascendental o no, vas a contarme lo que sea que suceda contigo, Laura. — Habla medio enfada medio dolida — Aunque esté a kilómetros de nuestra ciudad, yo voy a encontrar la manera de ayudarte, ¿me oyes?

Se le corta la voz en la última frase y yo quiero prometerle que lo haré, pero las promesas son para cumplirlas y no estoy muy segura de poder hacerlo.

♦♦♦

Alex planeó un día exclusivamente para nosotras, incluyendo a su madre y a Martina. Fuimos a comprar algunas cosas y ahora estoy sentada en la silla de un salón de belleza dejando que el estilista haga con mi cabello lo que quiera.

Ni siquiera estoy mirando. Sé que hace un buen trabajo porque mi amiga no ha parado de sonreír y levantar los pulgares, pero no quiero verlo hasta que haya acabado.

Ella y nuestras dos acompañantes están sentadas frente a mí dejando que les hagan la manicura.

— Entonces... ¿has estado hablando con Leo estos días? — Alex deja caer la pregunta como si estuviéramos hablando del color de uñas que quiere.

— Uhmmm.

— ¿Quién es Leo? — Pregunta Martina, elevando la cabeza por encima de la de la Eli para que Alex, quien está en el otro extremo pueda verla.

No seré yo quien responda esa pregunta, así que elevo una de mis cejas cuando miro a Alex

— Es un amigo de Laura — le contesta restándole importancia y espera a que su amiga deje de prestar atención para lanzar la siguiente pregunta en susurros — ¿De qué hablan?

— De cómo me está yendo, de la ciudad, de la gente, de cuándo voy a volver...

— ¿Todavía quieres volver a Bogotá en una semana?

Hace un par de días, Alex me propuso que me quedara más tiempo del que tenía previsto. No es una idea tan descabellada puesto que estar aquí me ha hecho bien y eso que solo ha pasado la mitad del periodo que planeé en un principio.

— Aún no lo sé. — Respondo dudosa. — Me gusta estar aquí, pero también tengo que volver a la consulta y lo más importante tengo que ir a casa para arreglar lo que quedó pendiente con mis padres.

Después de mi vómito verbal de esta mañana, le conté la discusión que tuve con ellos.

— Quédate dos semanas más. — Junta las manos a la altura de su pecho como si estuviera suplicando.

— Déjame pensarlo. — le pido

— Ya está hecho — Habla el estilista interrumpiendo nuestra conversación.

Gira lentamente la silla en la que me encuentro con mucho dramatismo para quedar frente al espejo y que pueda ver el resultado. Las manos empezaron a sudarme por la ansiedad. Lo único que había hecho por mi aspecto en el último año había sido cortarlo. Cortarlo porque a Miguel le encantaba que tuviera el cabello largo y acariciarlo mientras hacíamos zapping, mientras me iba quedando dormida, mientras estábamos en el cine. Durante cualquier oportunidad que se le presentará, lo hacía y ahora que él ya no está, no me quedaron razones válidas para mantenerlo de esa manera. Además, era un constante recordatorio de que se había ido.

Cuando por fin veo mi reflejo, este me devuelve una mirada sorprendida, una disimulada O se forma en mis labios, quedó al menos unos 3 centímetros más corto que cuando llegué, así que ahora lo tengo a mitad de los hombros y mi castaño claro natural ha desaparecido, en su lugar encuentro un negro azabache que hace que mis ojos verdes y mi piel pálida resalten muchísimo más.

— Es tan diferente... — digo bajito al tiempo que paso los dedos entre los mechones. Se siente suave, sedoso, con vida.

— ¿Verdad que sí? — Alex me observa desde atrás con una sonrisa gigante y Eli sube y baja su cabeza dándome su aprobación.

— Si a tu Leo no le gusta el cambio, es una razón de peso para que continúe siendo solo un amigo. — Las palabras de Martina me hacen reír pero no le presto demasiada atención. Solo han pasado algunos días desde que nos reencontramos y no pienso en él de forma romántica. Al menos no por ahora.

Una pequeña vibración en mi trasero anuncia un nuevo mensaje en mi celular. Me inclino hacía la izquierda para poder sacarlo del bolsillo y leo:

Leonardo: Hola, preciosa. Vi esto y me acordé de ti.
Imagen adjunta.

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⏰ Última actualización: Mar 01, 2019 ⏰

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