10 de septiembre de 1939

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Formados para entrar al enorme avión militar, toman nuestros nombres y edades, aunque luego no importe ya que en lo único que eres mencionado es en Gusano, Mujercita o Basura. Es igual para todos, todos matamos para una misma nación y claro, para un mismo hombre, Hitler.

Subimos al avión, ya sentado en una de esos pobres asientos echos ya puro metal oxidado y pedazos de plástico, me dirige la palabra Arnold, un joven cuya personalidad me hacía parecida, como esa enorme nariz y pequeños ojos.

-¡Mujeres, es hora de bajar!- el Sargento da la señal mientras una enorme compuerta se abre dentro del avión -¡Tomen sus chalecos, jalen el cordón pequeño antes del más grande!- Tomé inmediatamente mi chaleco observando como uno por uno se lanzaba del avión, estaba aterrorizado, era mi primera vez que me lanzaba de un avión, me congele en mi turno, no podía mover las piernas, las sentía pegadas en el oxidado metal, hasta que el sargento me empuja.

Todo era horrible, no veía absolutamente nada, el aire lastimaba mis ojos, y los oídos estaban más que tapados, el mismo aire impedía que el sonido llegara a mis oídos. Jale el primer cordón, y después el mayor, un enorme paracaídas se abrió justo arriba, mis ojos ya empezaban a ver y mis oidos a oír. Un muerto, dos muertos, tres muertos, balas en los aire, era una masacre, creía que moriría al bajar. Llegando a tierra, una maldita cuerda se enreda en mi pié, haciendo que caiga, quedándome indefenso y desarmado -¡Enemigos!- uno de mi propio bando grita señalando a mis espaldas, al voltear siento como uno de esos malditos me dispara en la pierna. Caigo del dolor, pidiendo ayuda, dos de mis compañeros se acercan junto con Arnold, no podía ya oírlos, la vista se me nublaba, el frío se apoderaba de mi pierna. Fue cuando todo ya estaba absolutamente obscuro.

Atte: Arthur.

Carta a JanettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora