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– ¡Lincey, tenemos que irnos! – gritó mi mejor amiga escaleras abajo.

– ¡Un momento! – le grité.

Me miré nuevamente al espejo. ¿Qué estás haciendo Lincey? Acomodé mi cabello a un lado y me acerqué más al espejo para ver que mis ojos estaban de un tono azul realmente profundo. Tomé una bocanada de aire y tomé mi mochila. Corrí escaleras abajo y me encontré con Halley y George en el mustang.

– Te ves bien – me entusiasmó Halley. – Julie te pellizcaría las nalgas.

Reímos y nos metimos en el auto. Me acomodé en los asientos de atrás y saludé a George con un beso en la mejilla. Solté un suspiro y nos dirigimos a la escuela.

“Voy a morir. Voy a morir” me repetí mentalmente mientras Halley se bajaba del auto y me abría la puerta para dejarme pasar.

Me tomó de la mano y caminó a un lado de mí. George se bajó del auto y corrió hacia nosotras para abrazar a Halley por la cintura y golpear mi hombro suavemente en muestra de apoyo. Mis manos temblaban y mis piernas flaqueaban mientras caminaba. Paso por paso, los conté. Halley me sonrió. Pegó su boca a mi oído y susurró algo que no pude entender. Una chica me señaló y se llevó la mano a la boca, sus amigas hicieron lo mismo. Los ignoré y seguí caminando a través del estacionamiento. Un chico casi choca contra un poste por mirarme y no quitarme la mirada de encima. Reí. Llegamos a la entrada.

– Bueno chicas, desde aquí están solas – dijo George mientras hacía una mueca. Besó a mi amiga en los labios y luego se acercó a mí. – Hazlos trizas, guapa – me guiñó un ojo.

Le sonreí y tomé la mano de mi amiga nuevamente. Se despidió una última vez de George y apretó mi mano antes de entrar. Abrió las puertas y me dejó entrar primero. Bajé mi mirada cuando sentí que todos me veían.

“Nada de subestimarte”, recordé las palabras de Justin la noche anterior. Subí la mirada y seguí caminando. Un chico se azotó contra su locker.

– ¡Wow! – exclamó mientras me veía el rostro.

No me sorprendía que ahora estuvieran impresionados. Ahora mi cabello quebrado caía en bonitos caireles por mis hombros en lugar de llevarlo recogido en una coleta, mis pestañas estaban enchinadas y con rímel y mis labios con labial rojo carmesí. Aunque fuera poco maquillaje, ya nadie desde primer semestre me había visto con maquillaje. Llevaba la misma ropa, pero al menos era un comienzo.



En clase de literatura la estúpida de Susan no le quitaba la mirada de encima al profesor.

– Lincey, ¿podrías leernos el siguiente capítulo? – me pidió el profesor repentinamente.

– Ah, claro – me asomé al libro de la chica de enfrente para ver en qué página estaban, pero no alcancé a ver nada.

– De pie, señorita Wilde – cerró su libro y me hizo una señal con su dedo para que fuera con él.

Me tomó de los hombros y me puso al centro de la clase, donde todos y todas podían verme. Harry estaba junto a sus amiguitas y amiguitos de siempre. Entre todos ellos empezaron a aullar como lobos. Robert los calló y de repente todo empezó, mi revelación estaba a punto de comenzar.

– ¿¡Por qué no te quitas esa chaqueta de hombre y nos enseñas lo gorda que te pusiste, zorrita!? – gritó alguien atrás. Hice una mueca de enojo y bajé la mirada a mi sudadera enorme.

– ¡Hey! Quien haya dicho eso…

– No, está bien profesor, tienen razón. Debería de mostrarles lo obesa que estoy.

Le di mi libro y me quité la sudadera. Mi playera azul marino holgada salió a la luz, no se me veía ni el busto. Le di la sudadera al profesor y empecé a quitar la blusa poco a poco. Primero mostré mi abdomen desnudo, luego lo que restaba del torso hasta al fin quedarme solo en sostén. Arrugué la blusa y caminé entre las bancas. Todos tenían sus bocas abiertas por la impresión. Me acerqué a donde estaba Harry y le di mi blusa.

– Para que recuerdes lo bien que te hice sentir – le di un beso en la mejilla y después le guiñé un ojo y me salí del salón.

Estaba casi desnuda y no me importaba. Corrí al salón donde estaba mi amiga, pero al parecer se había fugado, así que solo me quedó buscar a Ally, mi otra amiga. Corrí hacia el salón de Ally.

– Buenas tardes, ¿puedo hablar con Ally? – le pregunté al profesor que estaba sentado en su escritorio y viendo su celular mientras que los demás se aventaban papeles y todo eso.

Ally subió la mirada y me vio como si fuera su salvación, hasta que me vio semidesnuda. Todos los hombres empezaron a chiflar y las chicas solo susurraban cosas entre ellas.

– ¡Lincey! ¿Qué te pasó? – exclamó sorprendida mientras caminábamos por los pasillos.

– Bueno, pues esos idiotas me provocaron primero.

Comencé a reír al igual que ella.

– Me agrada que rías de nuevo – me sonrió.

– Me agrada hablar contigo de nuevo.

Nos fuimos hasta la cancha de fútbol y le expliqué todo lo que había pasado conmigo antes de nuestro reencuentro. Mi celular vibró en el bolsillo del pantalón, lo saqué y vi el nuevo mensaje.

“Creo que deberías de venir por tu sudadera antes de que te dé un resfriado. Robert”

Sonreí y le enseñé el mensaje a Ally. Quedamos de vernos en mi casa a las cinco para que pudiera ir a la oficina del señor Robert y pedirle mi sudadera.

Me adentré en la sala de maestros. Gracias a Dios no había nadie, así que pude meterme sin problema a la oficina del profesor Robert. Toqué la puerta.

– ¡Pasa! – gritó al otro lado de la habitación.

Entré y cerré la puerta detrás de mí. Mientras caminaba me cubría el torso con mis manos, todavía me daba un poco de pena.

– Buenas tardes, profesor – lo saludé temblorosa.

– Oh, hola Lincey. Siéntate.

– Me agradaría sentarme sabiendo que tengo una sudadera que cubra mis desnudos.

Dejó de ver los papeles en el escritorio y reaccionó.

– Ah, discúlpame. Tengo la mente en otro lugar.

Abrió un cajón y sacó mi sudadera gris. La tomé de entre sus manos y me la puse. Me senté en la silla frente a su escritorio, crucé las piernas y vi sus hermosos ojos verdes. Robert era un hombre joven, de unos 26 más o menos, cabello castaño claro lacio, se lo levantaba con un poco de gel y se veía realmente bien, sus labios eran gruesos y secos, pero aun así me daban muchas ganas de besarlo.

Robert se sentó y me miró. Soltó un suspiro, tan profundo como el sueño de un bebé. Tapó su boca y su barbilla con su mano y volvió a mirarme.

– Lincey, me gustaría platicar contigo – comenzó. – No quiero que lo tomes a mal, al contrario, pero es que… eres una jovencita – se pasó las manos por el cabello, se lo jaló demostrando desesperación y enojo.

– Ya casi cumplo los dieciocho y pues, parezco de 20.

– Lincey, no lo entenderías. Creería que soy un depravado.

– Dime – lo alenté.

– Me gustas demasiado. No he dejado de pensar en ti desde que empezó el semestre – soltó un gruñido y se alborotó el cabello con su mano derecha. – Eres mi alumna y sé que éticamente no es correcto, pero, de verdad me gustas.

Le sonreí. Bajé la mirada y sonreí aún más.

– Tú también.

Abrió sus ojos como platos y sus labios dibujaron una sonrisa preciosa. Me levanté de la silla y caminé hacia él. Me senté en sus piernas a horcajadas y puse sus manos en mis caderas. Siguió mis ojos y me dio un beso delicado en el cuello.

– Si nadie se entera, podríamos ser…

– Podemos intentarlo.

– Pero Lincey, jura que no le dirás a nadie de esto – pidió con voz lenta y suave.

– Te lo juro.

Besé sus labios y me levanté de sus piernas. Caminé hacia la puerta, pero me detuvo su voz.

– ¿Quieres salir conmigo en la noche?

– Como…

– Novios, claro está – alzó sus brazos y los puso detrás de su cuello para estirarlos.

– ¿Novios? Ni siquiera hemos tenido la primera cita.

– Entonces que sea la primera cita – me ofreció.

– ¿Tengo que arreglarme?

– Para mí hasta en pijama eres hermosa.

Sonreí de oreja a oreja, ladeé la cabeza y lo miré con dulzura.

– ¿Pasas por mí?

– Claro.

Se acercó más a mí y me tomó de la mano. Me encaminó a la pared. Me acorraló con sus brazos, subió sus manos hasta mi rostro, lo tomó entre ellas y me acercó más a él. Acarició mis labios con los suyos y después abrió su boca invitando a la mía para unirse en un beso apasionado y lento. Nos besamos por unos segundos, unos muy largos segundos hasta que su teléfono sonó.

– Te veo después.

Salí de su oficina y sonreí como niña pequeña. Mi celular vibró en mi pantalón. Era un mensaje.

“¿Cuándo terminamos la clase que quedó pendiente? Solo si te sientes cómoda para seguir con las clases. Cuídese, señorita Wilde. Justin”

¡Mierda! ¿Qué harás ahora Lincey?

Asdkjvhskjvhs omg, se esta poniendo interesante c:

Comenten y voten para seguirla, voy a elegir de los comentarios de este a quien dedicarle el siguiente capitulo :) x

Sex Instructor » BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora