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“¿Por qué punza mi puta cabeza?” gritó mi interior. Sentí la tela suave debajo de mis manos. Un picor en las sienes me hizo estremecer. No quise abrir los ojos, me dolía.

– ¡Buen día! – gritó una voz masculina.

– ¿Qué puta? – mascullé. – ¿Qué haces? – exclamé sin saber quién era.

Me levanté un poco de la cama para tener una mejor visibilidad de lo que estaba pasando.

– ¿Papá? – pregunté sorprendida.

– No, un fantasma. Sí dormilona, soy tu papá. Te levantarás de la cama para ir a desayunar y luego te darás una buena ducha – me ordenó. – ¡Vamos! –gritó.

Salió del cuarto y yo detrás de él. Traía ropa que no era mía encima.

“¿Qué demonios pasa?”

Intenté recordar pero nada llegaba a mi cabeza, solo un dolor agudo en las sienes y un tremendo golpe en la boca del estómago. Cuando llegué a la cocina, el desayuno ya estaba preparado; unos panqueques de moras con un poco de jamón a un lado y un vasito de leche junto con un jugo de naranja.

– ¿Lo hiciste todo tú? – pregunté sorprendida.

– Todo para mi hija. Hoy no tengo que trabajar y me siento de un humor excelente – sonrió.

Nos sentamos y empezamos a desayunar en silencio. Casi no había temas de conversación con él, nunca. Solo nos dábamos algunas miradas a escondidas, pero nunca hablábamos directamente de algo, al menos que fuera la escuela.

– Y… ¿cómo van los chicos? – preguntó de repente.

– ¿Chicos? – pregunté mientras masticaba el panqueque dentro de mi boca.

– ¿No tienes novio? – preguntó alzando la ceja.

Recordé a Robert y quise llorar.

– Tuve uno – admití.

– ¿Ah sí?

– Ajá.

– ¿Cómo se llama? – preguntó interesado. Tomó su vaso de jugo y sorbió un poco.

– Robert – dije con voz ceca.

– Robert… - repitió entre dientes. – Y, ¿qué pasó? – me preguntó interesado.

– Prefiero no hablar de eso ahora. Apenas ayer terminó todo – pedí.

Sentí que mis ojos se humedecían y no podía contener más sentimientos.

– ¿Has ido a la gimnasia? – preguntó desviándose del tema.

– Me salí hace año y medio papá. Ahora solo corro por las mañanas.

– ¿Y qué seguimos haciendo aquí? Ponte tu ropa deportiva y vamos a correr – me ofreció.

Lo miré con desconcierto y enarqué la ceja. ¿Estaba loco? A penas estaba entrando en la resaca.

– La verdad no tengo muchas ganas de ir a correr hoy. Tengo asco y nauseas.

Se detuvo en seco frente a mí.

– ¿Estás embarazada?

– ¡No! ¡Qué dices! – grité incómoda. – Solo estoy en esos días que no quieres hacer nada.

– Bueno. Yo iré a correr. Por favor ordena aquí, haz tu cama y métete a la ducha ¿quieres?

Asentí con la cabeza y seguí comiendo. Me sentí mal con el último bocado. Sentí que vomitaría en cualquier momento, pero opté por cerrar la boca y pensar en otras cosas. Tomé todos los trastes sucios y los puse en el fregadero para empezar a lavarlos. Después de lavarlos, limpié toda la cocina; el piso, las alacenas, los estantes de madera, etc.

Después empecé a limpiar los pisos y ordenar absolutamente todo. Aspiré la alfombra de la sala y las escaleras. Subí y empecé a hacer las camas, primero la del cuarto de mis padres y luego la mía.

Terminé y tomé algo de ropa. Me metí a la ducha y el dolor empezó a hacerse mayor. Me desnudé y me metí para que el agua me cubriera poco a poco. Tomaba bocanadas de aire, pero ahora también me costaba trabajo respirar y fue cuando una voz en mi cabeza me dijo “Libéralo, vomita”. Empecé a sacar todo el alimento por la boca de una manera incesante y asquerosa.

Luego el dolor regresó a mi cabeza y a la boca de mi estómago. Me puse de “huevito” en la tina y empecé a llorar. Odiaba sentirme así; mal físicamente y sentimentalmente. Alcé un poquito la mirada y alcancé a verme en el espejo del baño; desnuda y desprotegida.

Así me sentía. Miserable. Escuché la puerta de la entrada. Recé por que fuera mi padre y pudiera escucharme.

– ¡Papá! – grité con las pocas fuerzas que me quedaban. – ¡Papá! – volví a gritar.

Seguí gritando, gritando hasta que sentí que mis cuerdas vocales reventarían y solo me quedaba una cosa por decir antes de desmayarme: “Ayúdame”.
















Sentí los brazos llenos de alguien. Sabía que no me habían dejado olvidada en la bañera. Fuera quien fuera, me estaba ayudando. Abrí lo poco que pude mis ojos y alcé la mirada.

Estaba cubierta por una toalla blanca, sujeta por unos brazos que se sentían fornidos y que sabía que no eran de una mujer. Alcancé a ver una parte de su rostro, pero mi mente no daba para más. Eché mi cabeza para atrás y me dejé hundir en un mar de lágrimas.

– No vuelvas a dormir. Escucha mi voz, ¿sí? – reconocí su voz. Era la voz a la que respondería aún a pesar de estar muriendo, por la cual nadaría el mar entero por volver a escucharla de nuevo, esa voz aterciopelada y honda que me enchinaba la piel.

Asentí.

– No puedo – me rendí.

– Vamos, solo déjame llevarte a la cama y poder darte algo para que te alivies y podrás dormir.

Me dejó caer suavemente sobre una superficie suave y acolchonada: una cama.

Se alejó rápidamente y regresó tan rápido como se fue. Regresó con un zumo o algo así. Me levantó y me dio de tomar de esa cosa rara y asquerosa. La escupí.

– Vamos, solo toma un poco y te sentirás mejor.

– No quiero sentirme mejor. Me dejaste. No quiero sentirme mejor que saber que el hombre por el que habría dado mi vida me engañó todo este tiempo. No quiero – cerré los ojos y seguí durmiendo.

– Nunca te dejé y nunca lo haré.





Unas putas horas después…


– Lincey – escuché que alguien decía. – Amor – empezó a sacudirme para poder regresarme a la luz.

Alcé la vista y vi a mi padre.

– ¿Papá? – me incorporé con voz ronca.

– ¿Hace cuánto llevas dormida? – me preguntó.

– No, no lo sé.

– ¿Qué demonios? – dijo mientras desviaba su mirada.

Vi a donde él estaba viendo. La botella de vodka.

– ¿Haz estado tomando? – se alzó de un brinco de la cama y empezó a gritar.

– No… bueno, un poco. No es nada.

– ¿No es nada? ¡Lincey! ¡¿Qué no vez que eres muy pequeña para hacer esas estupideces?! – gritó furioso.

– Papá, es una puta botella de vodka.

– ¡Exacto! ¡Esa puta botella de vodka te puede matar!

– ¿Pero qué temes? Si ni siquiera estás aquí. Ni tú ni mi madre – comencé a gritar.

– Pero tu madre y yo no estamos jugando, queremos una buena vida para ti. ¡Y nos pagas con esto! – tomó la botella del piso y se acercó a mí.

– ¡Carajo papá! Tengo dieciocho años, ya no soy una nena.

– ¡Para mí lo eres!

– ¡Pero no lo soy!

– Lo seguirás haciendo en cuanto vivas aquí.

– ¡Oh, eso te encantaría! Así no me revolcaría con cualquier idiota como lo hizo mi madre – solté sin pensar.

De repente un ardor tremendo aunado con una caída dolorosa me hizo estremecer. Mi padre se dio de lo que había hecho y se inclinó sobre mí. Intentó ayudarme.

– ¡No te me acerques! ¡Maldito cerdo! – me levanté como pude, tomé las llaves del auto de mi madre y bajé las escaleras tan deprisa como pude. Sentí las lágrimas empezar a rodar por todo mi rostro.

Me metí al garaje y me metí al auto.

Manejé hacia la ciudad, de nuevo con Justin, sin si quiera pensarlo, solo lo hice.
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Les dije que iba a subi cap y bueno, aquí esta c:

Sex Instructor » BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora