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Desperté en una habitación, familiar, por supuesto. Era la habitación de Robert. Escuché varias voces, todas, cerca de mí. El primero en acercarse fue él, mi novio.

– Amor, ¿cómo estás? – me preguntó.

Sentí mariposas en todo mi estómago y le sonreí.

– Siento que he dormido horas.

– Solo dormiste unas tres. Tuviste una contusión.

Y recordé cómo William iba a violarme.

– Él…

– En la estación de policías. Justin pudo agarrarlo y un amigo nuestro que es abogado y otro que es policía lo llevaron para allá, estamos esperando a que nos digan que tenemos que ir a dar declaraciones. Ese idiota tiene que pagar en la cárcel.

– Su novia… ¿dónde está? – pregunté mientras me enderezaba en la cama.

– Está en el comedor. Al fin pudo decir lo que le hizo ese hijo de… – interrumpió lo que iba a decir.

– ¿Puedo hablar con ella? – le pregunté.

– Sí, enseguida la llamo.

Plantó un beso en mi frente y salió de la habitación para decirle a la novia de William que quería hablar con ella. Entró y me dedicó una sonrisa.

– Hola Lincey – me saludó. Se sentó en la orilla de la cama y acarició mi pierna. – ¿Cómo te sientes? – me preguntó.

– Mejor.

Un silencio incómodo inundó la habitación.

– Sé lo que te hizo. Pido una disculpa en su nombre ya que iba a casarme con él y eso me hace algo responsable…

– No, no lo digas. No eres responsable de nada – arrugué la nariz. – Toda la culpa la tiene él, nadie más. Ni siquiera se te ocurra decir que tú eres culpable. Supe lo que te hacía cuando vi el moretón – señalé su antebrazo con la mirada. – No mereces nada de eso. Solo quería pedirte que me acompañaras al juzgado, tienes que declarar. Lo que te hizo no está bien.

– Lo haré Lincey.

Se levantó y se fue.

– Mi vida, iré a comprar un poco de comida. Te dejaré. Justin estará aquí.

Tragué saliva. ¿Por qué demonios me tenía que quedar sola con un maestro en el sexo? ¿Por qué?

– Sí, claro. Te quiero – casi lo grité.

Escuché como la puerta se cerró al mismo tiempo en el que mi corazón y mi estómago se apretaron y gritaron.

– ¿Puedo? – se asomó Justin por el umbral de la puerta.

– Sí – susurré débil.

Escondí mi cuerpo dentro de las sábanas y me puse de lado. No quería ver esos bonitos y sabrosos labios y tampoco sus hermosos ojos miel.

– ¿Cómo estás? – muy bien, ya puedes irte.

– Mejor. Gracias por preocuparte.

Nos quedamos en silencio. Me senté y lo miré. Llevaba una chaqueta y unos jeans. Se había quitado las gafas y las había dejado colgadas en su playera blanca. Se acercó sigilosamente a mi rostro y besó mi mejilla. Después mi cuello y al final mis labios.

– ¿Y Selena? – susurré.

– No lo arruines – susurró suavemente.

Su lengua se asomó entre sus labios y lamió los míos. Abrí mi boca y dejé entrar a su lengua delicadamente. Sus manos viajaron a mi rostro mientras el beso se hacía más apasionado. Justin se encimó en mí y empezó a acariciar mis senos. Nuestras respiraciones se hacían cada vez más apresuradas.

– Dios mío, no sabes cuantas ganas he tenido de enseñarte cosas nuevas – dijo sobre mis labios.

Mordí mi labio. Tenía muchas ganas de volver a tenerlo dentro de mí, pero no me atrevía, no quería hacerle esto a Robert. Pero mi deseo me ganó.

– Hagámoslo rápido.

Sonrió coquetamente.

– Ahora te lo enseñaré lento y despacio. Rico y delicioso.

Se acercó a mí, levantó sus manos para tomar mi rostro pero yo se las tomé de las muñecas impidiéndoselo, me miró confundido y entonces lo besé con ansias, prácticamente devorándolo, como había extrañado su sabor, su lengua desenfrenada moviéndose y frotando la mía con la misma desesperación que yo sentía, quiso escaparse y entonces rompí el beso.

– Hoy tienes que enseñarme a controlarte – le pedí.

– A nadie le enseño eso, dulzura – dijo mirándome fijamente a los ojos y acariciaba mi rostro delicadamente.

– Entonces a controlar a los hombres en el sexo.

– Bien. Tengo algunas ideas. – me guiñó el ojo y volvió a besarme de esa manera tan suya.

Mis piernas se enredaron alrededor de su cintura, alcé los brazos y me quitó la blusa. Besó mi busto de nuevo y empecé a desabrochar su pantalón. Lo estábamos haciendo lento, muy lento, pero eso hacía que deseáramos más uno del otro.

Volví a besar sus labios y lamerlos sensualmente. Le quité la chaqueta y después la playera. Él empezó a jugar con mis shorts y de repente me levantó para quitarlos y solo dejarme con mi ropa interior. Me recostó en la cama y se alejó de mí.

– Cambiemos de lugar – dijo mientras me miraba. – Ten control sobre mí.

Alcé la ceja y lo miré con recelo. Éste hombre quería que tomara el control de verdad.

Me levanté de la cama y lo tomé de la mano cuando estuve cerca de él. Bajé sus pantalones y lamí su cuello. Me inundé de su rico olor aunado de una sensación de calor inmensa cuando pude tocar su miembro de nuevo. Dios mío, lo extrañaba. Extrañaba tenerlo así, desnudo, entregado a mí.

Le di vuelta y lo aventé a la cama. Se sentó y me sonrió maliciosamente. Me quité el sostén frente a él y después las braguitas. Lamió sus labios y me recorrió con la mirada. Le sonreí coquetamente y me acerqué a él, puse sus manos en mis piernas y después me senté sobre su miembro. Disfruté la deliciosa sensación de tenerlo dentro de mí una vez más. Empecé a moverme en círculos encima de él y después de arriba hacia abajo. Él solo acariciaba mi espalda y echaba su cabeza hacia atrás.

– Más rápido – me pedía, pero no podía más rápido, me gustaba lento y suave.

Cuando estuve algo exhausta de moverme solo me separé de él y me recosté boca abajo sobre la cama enseñándole mi trasero.

– Te toca a ti – le dije.

Sentí como sus manos acariciaron mi trasero y se acercaba más y más a mí.

– Qué delicia – soltó de repente.

Sentí la primera embestida y solté un gemido. Pegué mi rostro a la cama y seguí sintiendo cada una de las metidas y sacadas de su miembro dentro de mi feminidad. Lo disfruté, disfruté la dureza de su polla y lo caliente de ésta. La manera en que la dejaba dentro de mí y después la sacaba para después regresar a estar dentro de mí y volver a salir una vez más.

– Te sientes tan… mojada – dijo entre jadeos.

– Dame más – dije gimiendo, casi gritando de placer.

Justin me dio vuelta sobre la cama sin sacar su miembro de mí. Me puso boca arriba frente de él y empezó a moverse dentro y fuera de mí nuevamente. Acaricié su abdomen y empecé a respirar todavía más rápido. Sentí que me venía, que me venía fuertemente encima de él. Pero luego se escucharon pasos cerca, muy cerca. Justin abrió los ojos como platos y se salió de mí inmediatamente.

– ¡Carajo, es Robert! – exclamé.

Justin dio un brinco fuera de la cama y recogió toda su ropa, me aventó la mía y él se metió al baño mientras yo me ponía mis bragas y la blusa sin sostén debajo. Escondí el sostén debajo de la cama y luego me metí el short por las piernas. Me aventé a la cama y prendí el televisor. Acomodé mi cabello y limpié todo rastro de sudor en mi frente. Actué normal y esperé a que Justin saliera a tiempo del baño, pero no lo hizo.

– ¡Traje algo de comida china! – gritó Robert cuando entró.

– ¿Sushi? – pretendí estar emocionada.

– Por supuesto – entró a la habitación. – ¿Y Justin? – preguntó buscándolo.

– En el baño.

– Uhm… ¿por qué no usó el otro? – preguntó confundido.

– Es que estábamos viendo un programa y le dio algo de flojera ir al de la sala.

– Oh.

Robert se acercó a mí y empezó a besarme suave y delicadamente.

– Te quiero princesa – dijo separándose de mis labios.

– Yo a ti.

Alguien tosió. Nos dimos cuenta que era Justin quien había hecho eso cuando nos separamos y lo vimos al pie del escalón del baño mirándonos. Me hizo un gesto de “casi”. Lo ignoré y solo abracé a Robert por el cuello.

– Bueno, vamos a comer.

Y una vez más, me sentía asquerosa.
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Sex Instructor » BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora