—¿Vas a estar conmigo para siempre? — La tierna voz de Junsu se dejaba oír por su habitación de paredes azules.
Una pila de peluches ordenados en la cama, más una pequeña silla en frente de él eran sus únicos acompañantes.
La madre de Junsu era una mujer joven, incluso demasiado cuando había nacido su primer hijo Junho cuando tan solo tenía dieciséis años. Junsu habría nacido seis años después de él. Su carrera profesional se había ido por la borda en cuánto sus hijos llegaron a su vida, la necesidad de contar con el apoyo de una persona que la ayudara con el cuidado de los niños mientras ella seguía sus estudios la obligó a renunciar a ellos, dejando de lado lo que más amaba hacer en la vida; Diseñar.
Era quizás una suerte que el padre de sus dos hijos, quien más tarde se convertiría en su marido, la haya apoyado tanto como lo había hecho hasta el momento. Gracias a los esfuerzos constantes que el hombre ponía en sacar adelante a su familia, es que ahora ellos podían decir con orgullo que tenían una pequeña pero acogedora casa propia, además de un vehículo (nada demasiado ostentoso) que les alivianaba el trabajo cuando deseaban llevar a los niños a pasear.
Pero lo cierto era que, a pesar de que todo lo anterior sonaba así de bueno y bonito, los jóvenes padres se habían encargado demasiado de mantener la estabilidad en esa pequeña familia. La madre trabajaba a tiempo completo como cajera en un reservado restaurant cercano al centro de Seúl. El tiempo para ellos se había vuelto tan escaso y agotador, que Junho se vio obligado a entrar a un internado de varones, en donde solo podían salir los fines de semana y días festivos.
¿De Junsu?
El pequeño estaba de ocho a cuatro de la tarde en un colegio cercano que se encargaba de educarlo y prácticamente alimentarlo. A la hora de salida, era la vecina baja y gordita la que se encargaba de cuidarlo hasta las nueve de la noche, tiempo en que el padre de Junsu llegaba a casa.
La soledad, la falta de actividad y de amor familiar habían hecho de Junsu un niño callado y retraído, de pocos amigos (por no decir ninguno). En casa estaba en su alegre habitación riendo de cosas que solo ocurrían en su cabeza. Estos actos habían comenzado con irregularidad, la mujer que cuidaba al pequeño Junsu había notado los cambios que el niño iba sufriendo con el tiempo, como esas inocentes risas se iban convirtiendo en conversaciones más extensas que duraban horas, el carácter del niño cambiaba de un segundo a otro, parecía vivo y feliz cuando se sumergía en esas conversaciones inexistentes para todos, pero era alguien completamente diferente cuando dejaba de hablar.
¿Ocurría eso cuando su "amigo" se iba? La mujer quería creer que era de esa forma, pero el tema pasó a tornarse serio cuando una tarde que fue a recoger a Junsu a la escuela, la profesora la detuvo poniéndola al corriente de lo que ocurría con Junsu al interior del salón de clases. Ya no hablaba con nadie que no fuera consigo mismo, se había alejado de los pocos niños que eran sus amigos y los evadía todo lo posible, esto provocaba que el resto de sus compañeros se sintieran ofendidos y lo atacaban, gritaban insultos, y una de esas veces incluso lo golpearon tratándolo de "tonto" y de loco por hablar solo, de ser un fenómeno por no ser igual al resto.
Por supuesto, la mujer cumplió con contarles a los padres de Junsu lo que sucedía, y ellos, igualmente preocupados, notaron el tono de voz angustiado de la vecina.
—Junsu, cariño... ¿Con quién estás hablando? — La madre del pequeño entró a su cuarto sorprendiéndolo, Junsu abrió los ojos tan inmensamente que le causó cierta gracia.
Pero no dijo nada. Junsu volvió a ese imperturbable silencio.
—¿Amor? ¿No quieres presentarme a tu amigo? — Recordó el consejo claro de la terapeuta infantil de Junsu, hacerle sentir al pequeño que su amigo era bienvenido.
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En mis fantasías [YooSu]
FanficTener un amigo imaginario es una alta probabilidad en la mayoría de la población infantil. Para JunSu, sin embargo, su amigo imaginario había perdurado demasiado en el transcurso del tiempo.