Capítulo 11

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—Estoy segura de que en algún lugar esto es considerado tortura —jadeó Jessica, con las manos sobre las rodillas, mientras intentaba recuperar la respiración—. En serio... en serio pienso investigar seriamente al respecto. Pienso investigar... muy seriamente.

Una tos la atacó, impidiéndole seguir aleccionando a Allyson con respecto al abuso que ejercía sobre ella. Igual debía ser masoquista o algo peor, porque cada día de cada semana de cada mes de todos los años que llevaban corriendo juntas se decía que no lo haría más, pero al final terminaba despertando a las seis de la mañana tres veces por semana para dejar que ese monstruo con glúteos hermosos la torturara un poco más con la promesa de que conseguiría un par igual si la seguía.

—Cualquiera pensaría que después de tantos años deberías ser una persona capaz de correr diez kilómetros sin rozar los límites de la muerte —se burló Allyson a su lado, sin detener su trote—. De haberte conocido en la escuela te habría llamado Jess "Piernas de pollo" Davis. ¿A qué es cool, Penny?

Jess ni siquiera se giró para mirar a su cuñada. Con la imagen de Allyson trotando junto a ella era suficiente.

Seis kilómetros. O al menos eso le parecía haber recorrido y si aparecía un fotógrafo de Vogue y le pedía a Allyson una foto, de seguro quedaría estupenda en la portada. Jessica ni siquiera estaba segura de poder llegar hasta el próximo pino sin desmayarse. Eso de que el corazón le latiera entre las sienes no era nada bonito.

—No puedo dar un solo paso más, Allyson. Creo que tendrás que llevarme a emergencias.

—No seas dramática, Jessy, no has corrido ni la mitad de la rutina —dijo Penny, con tono serio, como si ella, con ese bote de helado en la mano, tuviera derecho a decir algo—, se supone que estamos aquí para acompañar a Ally.

—No hables de acompañar cuando vienes comiendo helado a pasos de tortuga —le señaló Jess— Yo que vengo corriendo desde hace varios kilómetros puedo quejarme y tú no me puedes juzgar, Penélope.

—¿Cuánto? —Se burló, la muy maldita— Apenas has corrido ochocientos sesenta metros, Jess.

—Ochocientos cincuenta y siete, en realidad. Con ustedes como apoyo no lograré ganar el maratón este año tampoco.

Al parecer Allyson comprendió que Jess no dejaría de sostenerse las rodillas y resoplar como si se asfixiara, así que dejó de trotar y se dejó caer en el suelo junto a ella.

—No importa que no ganes este año, nada podrá ser más vergonzoso que esa vez que te ganó el anciano, o cuando el calvo que llevaba a su hija en los hombros llegó primero que tú. Estás respaldada.

—Al menos yo no me desmayo tras corretear a mi hijo de cuatro años por el jardín.

—Ese fue un golpe bajo, Allyson, ya te dije que no había comido nada ese día— se quejó Jess dejándose caer también sobre la hierba.

—Está desquitándose con todos que Dave no estará para el maratón — señaló Penny.

Jess esperaba que se dejara caer junto a ellas, pero suponía que no lo hacía porque era una de las pocas ocasiones en las que podía mirarlas desde arriba.

—¿Qué? No estoy desquitándome nada, ella me atacó primero.

—Admítelo, cariño — susurró Jess, empleando un falso tono maternal. Le acarició el pelo, despeinándola a propósito y luego la empujó la cabeza de Allyson hasta su hombro—. Te ofrezco un hombro en el cual llorar, pero sin mocos. Nuestra amistad no llega tan lejos.

—Yo soy tan buena amiga que no has comenzado a llorar y ya tengo el helado —declaró Penny, ofreciéndole el bote—. Y puedes moquear sobre mi abrigo si quieres.

Y ahora ¿Qué sigue?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora