Epílogo

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Jess escuchó los pasos lentos sobre la escalera y supo quién se acercaba solo por el sonido que producían. Siempre había tenido talento para eso de descifrar las pisadas y ahora le servía de maravilla cuando quería saber quién venía o cual de sus hijos caminaba de un lado al otro en el pasillo.

En aquel caso, sabía que se trataba de Bree, aunque aquella no era la forma en la que solía caminar, lo que le confirmara que se había excedido en su fiesta de la noche anterior.

Para no lucir como si estuviera esperando por ella o peor aún, espiandola, Jess volvió a concentrarse en su plato y en no ensuciar su camisa con miel. Su hija entró en la cocina unos segundos después con la gata Cleo caminando entre sus pies. Pasó de largo junto a ella y se dirigió directo al refrigerador.

Jess se giró para poder mirarla y la encontró con la cabeza en el interior del aparato, probablemente buscando qué atacar.

—Buenos días Bree —murmuró entrecerrando los ojos y dando un trago a su taza de café.

Aquella era una forma mediocre de disimular su molestia, pero no se le podía exigir demasiado cuando su hija adolescente se creía lo suficientemente grande como para desafiarla.

—Eh... Hola, mamá.

—¿Cómo estás?

Su hija al fin sacó la cabeza del refrigerador, parecía haberse rendido en su búsqueda y llevaba una botella de jugo de manzana en las manos. Se sirvió un vaso que tomó de un trago y luego un segundo. Dejó la botella en la encimera mientras se encogía de hombros.

—Bien, creo. Me duelen un poco los pies, la espalda y la cabeza; hace calor y tengo un poco de resaca, pero no le digas eso a papá.

Oh, niña, puedo ser peor que tu padre, créeme.

—¿Estuviste bebiendo, Bree? Creo que fuimos muy claros con tus límites, y además de todo llegaste tarde.

—¡Claro que no!

Al menos no tenía el descaro de mirarla a la cara mientras le mentía. ¿Debía darle ese punto?

—¿En serio quieres discutir esto conmigo cuando tengo un fragmento de la cinta de seguridad que te filma llegando a las 3:48 de la madrugada, Bree Henderson?

Esas palabras al menos fueron suficientes para arrancar del rostro de su hija esa expresión presumida que había tenido segundos atrás, entonces pasó a adoptar una de falso arrepentimiento que Jess ya conocía bastante bien. En lugar de responder de inmediato, Bree se tomó un momento para acariciar a la gata de la discordia.

Jess la odiaba, pero terminó aguantando al animal porque no le quedaba de otra. Su hija la había rescatado unos meses atrás de las calles y desde entonces ella se había estado repitiendo que cada día faltaba menos para que Bree se la llevara con ella a la universidad y así no tendría que verla.

Y ahora ¿Qué sigue?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora