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Elsa, por su lado, unos días más tarde, intentaba reprimir los bufidos que amenazaban con salir de su boca cada minuto. Decir que comenzaba a cansarse de su situación era quedarse corto, ella estaba muy harta de su condición y la última conversación que había mantenido con Jack se lo había recordado irremediablemente.

Al principio debía admitir que al enterarse de que estaba enamorada de Mérida su mente había sido un completo caos. No habían pasado muchos meses desde la muerte de sus padres y, después de tantos años reprimiendo su verdadera sexualidad, había sido una odisea aceptar que quería algo más que amistad con la chica pelirroja que por tantos años había sido la mejor amiga de Anna. Tampoco negaba que había sido un desafío mostrarse "serena" a su lado por casi dos años.

Por eso, era normal que comenzara a desesperarse cada día más, ¿cierto? Además, para colmo de males, recién se había enterado que la arquera quería seguir sus estudios universitarios en Escocia. Elsa respetaba su decisión, ella habría hecho lo mismo y hubiera terminado sus estudios en Noruega si sus padres no hubieran fallecido años atrás. Pero, por otro lado, también se recriminaba porque eso la presionaba todavía más a la hora de confesarse. Si no lo hacía en el poco tiempo que le quedaba, ¿cuándo lo haría? Porque declararse por mensajes de texto o mediante una llamada telefónica no entraba entre sus planes.

Se levantó del suelo donde estaba sentada y comenzó a dirigirse a una de las tantas cafeterías que poseía la universidad.

Estaba tan absorta en sus pensamientos que no vio a la causante de estos hasta que Mérida la saludó animada. Obviamente tras verla su rostro se sonrojó hasta alcanzar el mismo tono que las cerezas que tanto le gustaban. Por una vez agradeció mentalmente que su piel fuera de un tono tan pálido, no era la primera vez que Mérida la veía con las mejillas tan ruborizadas debido al intenso calor del verano y podría echar la culpa al mismo sin problemas.

—H-hola Mérida— la saludó con timidez. Por suerte también podía culpar de su nerviosismo a la sorpresa por haberla encontrado de sopetón saliendo del edificio—. ¿Qué haces aquí?

—Bueno, tuvimos que aplazar el entrenamiento que teníamos ayer por un examen. Tuvimos que incluso acortarlo para que Hércules pudiera ir a ayudar con la decoración.

—¿D-decoración?— Mérida asintió con la cabeza.

—Sí, ya sabes. La fiesta de Meg será la semana próxima— le explicó sonriendo.

—Oh, cierto— tragó saliva, al pasársele un pensamiento por la cabeza—. ¿Y y-ya pensaste con quién piensas ir?

—No pienso ir— respondió con simpleza—. No lo digo para ofender a nadie, pero sinceramente no se me apetece estar rodeada de borrachos. Y tampoco entra entre mis planes ver como las parejas se besuquean en la pista de baile— hizo una mueca de disgusto que le robó una sonrisa a Elsa de inmediato—. Prefiero pasar la noche viendo películas de terror con Hiccup. Es más divertido verlo a él gritar. Sobre todo cuando está cubierto con las sábanas temblando, es tan tierno.

La mujer rubia se sorprendió al ver un ligero rubor en las mejillas de Mérida y tuvo que reprimir el sollozo que quería salir de sus labios al descubrir quién era el responsable. Anna le había contado sus sospechas tiempo atrás, aún así jamás pensó que pudiera ser verdad.

¿Que a Mérida le gustaba Hiccup solo era una suposición, cierto?

—Ya veo— su voz fue más baja de lo normal y a Mérida ese detalle no le pasó desapercibido—. Espero que lo disfruten— dijo, finalizando sus palabras con la sonrisa más falsa que había hecho en su vida.

—Gracias— la pelirroja sonrió también y su sonrisa fue la más radiante que Elsa había visto hasta la fecha.

Pero, en vez de alegrarse, sintió una daga perforar su corazón hasta hacerlo pedazos.

RecíprocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora