Alba

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Alba Reche se movía apresurada entre las personas que habían comenzado a transitar a pie por la Gran Vía. Buscaba desesperadamente llegar a la cabeza de la marcha para entregar las banderas que días atrás había pintado junto a sus compañeras del movimiento feminista. Sabía que los ojos del mundo estarían sobre España, más precisamente sobre Madrid así que necesitaban transmitir mensajes claros. A pesar del apuro, leía algunos carteles a la pasada y el pecho se le hinchaba del orgullo: ''Somos el grito de las que ya no tienen voz''; ''Antes puta que sumisa''. Estaba empezando una de las manifestaciones más convocantes de los últimos años. El 8 de marzo de 2018 quedaría marcado a fuego en la historia española. 120 ciudades pondrían el grito en el cielo contra la desigualdad de género y sus ramificaciones.

La joven había participado activamente en la organización de la protesta y formaba parte de la lista de mujeres que darían discursos breves al final. Estaba nerviosa y casi no le quedaba voz de tanto corear cánticos, pero no podía detenerse a pensar en las palabras que diría. Quería que fueran espontáneas, sinceras y filosas. Los flashes la enceguecían a medida que avanzaban por la calle principal. Igualmente sacudía con fuerza la bandera que rezaba ''Juntas y fuertes, feministas siempre. Paro Internacional contra el Heteropatriarcado. Movimiento Feminista de Madrid''. Tenía un nudo en la garganta, ver esa multitud tan comprometida con la lucha la conmovía, pero no quería quebrarse. Recordó qué fue lo que la llevó a indagar en el feminismo y no pudo evitar sentir una punzada. De ese acontecimiento tan oscuro vislumbró la luz del inconformismo, del hambre de justicia y así se inició en las lecturas que empoderaban a la mujer. Su primer arma fue el libro de Simone de Beauvoir, '' Le Deuxième Sexe'' (El segundo sexo), obra que devoró en dos días y releyó cada vez que tuvo oportunidad. Al terminar el colegio, estudió periodismo y se enfocó en la visibilidad de la comunidad LGBTIQ y el periodismo feminista.

Cuando giraba el rostro para vigilar la marcha podía reconocer a muchas personalidades famosas que habían decido participar. La mayoría se acercaba a saludarla y a agradecerle por el inmenso trabajo que realizaba. Entre ellas, le sorprendió la presencia de Inés Jimm, una influencer y youtuber sevillana que tenía muchos seguidores en Instragram. En cuanto cruzaron miradas, para sorpresa de la rubia, Inés tomó la iniciativa de acercarse.

―Alba, ¿no? ―le preguntó desde la cercanía, con una sonrisa sincera. La otra apenas pudo escucharla por la bulla de la muchedumbre.

―Sí. ¿Tú eres Inés? ―Claro que sabía quién era, pero tenía que manifestar algo de duda para alargar la presentación y poder pensar en lo que iba a decir a continuación.

―Exacto, Inés Jimm. Soy youtuber..., bueno, eso creo. Un gusto ―sentenció la morena para luego inclinar su cuerpo y saludar cálidamente a Alba con un beso en la mejilla. Todo esto sucedía mientras los demás se habían detenido para oír el discurso de Tamara López, una abogada popular―. Desde que me enteré hace unos días estaba segura de que iba a asistir, costara lo que me costase. Estoy muy comprometida con el movimiento, la verdad.

―Gracias por venir, en serio ―La realidad era que Alba nunca pensó que tantos famosos fueran a sumarse, esperaba que promocionaran la convocatoria, pero no que formaran parte ya que no suelen exponer sus ideologías por miedo a perder fans. No quería quedar como intensa, pero le hacía especial ilusión invitar a la instagramer a la cena que organizaría con su agrupación esa misma noche. Luego de pensarlo durante unos segundos, agregó― Y..., si tienes tiempo, esta noche podrías sumarte a la cena que compartiremos con periodistas, comunicadoras y activistas feministas en Hattori Hanzo. Después de todo eres influencer y trabajas en y con la comunicación.

La cara de Inés se iluminó. Había deseado durante mucho tiempo reunirse con activistas para aprender más sobre el movimiento. No pudo ocultar su alegría y una sonrisa amplia le adornó el rostro. Alba la observaba expectante.

― Amo esa taberna japonesa, he ido un par de veces con unos colegas. Por supuesto que iré esta noche. Te advierto que soy tímida así que, por favor, encárgate de presentarme cuando llegue, ¿sí? ―Alba asintió incrédula. ¿Cómo podía ser tímida una chica que publicaba su día a día en las redes sociales? No lo entendía, pero tampoco lo expresó por miedo a ofenderla. Ya se encargaría de conocerla más.

―Entonces pásate a eso de las 21:00, seguramente estaremos al fondo del local ya que juntaremos mesas para sentarnos todas juntas.

Cuando se despidieron, Alba volvió a encabezar la manifestación. Varios medios intentaron entrevistarla, pero la rubia fue clara: la conferencia de prensa se realizaría al día siguiente por la mañana. La agobiaba la prensa funcional al sistema, esa que apretaba a las personas para tergiversar la información y publicar mierda sobre la resistencia. En cambio, su manera de hacer periodismo nada tenía que ver con esa. Ella creaba espacios para que los oprimidos pudieran hacerse escuchar. Quería ser el instrumento de los revolucionarios y los excluidos para acabar con la desigualdad.

En la multitud predominaba el color morado. Banderas, rostros y dorsos desnudos reclamaban. Conmovía la unión y la fuerza. Todas rompieron en llanto al llegar al final del recorrido. Alba se sentía desgarrada. Lloraba de impotencia. A veces se sentía tan cansada de luchar. Cada día había un caso de femicidio o violencia de género nuevo. Ni hablar de la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia. La crisis económica potenciaba la mierda de la sociedad y el Estado continuaba saliendo ileso. Los ricos se hacían más ricos y los pobres más pobres. Miró a su alrededor y encontró a todas sus compañeras llorando y supo que debía acercarse al micrófono que acababan de depositar delante de ella. Era el momento.

Caminó a paso lento, como si le doliera el cuerpo. Sentía que cargaba en su espalda el peso de las injusticias, de la indiferencia de los gobiernos y de la complicidad de la sociedad. No levantó la mirada hasta después de respirar profundo. Carraspeó para aclararse la garganta y soltó las primeras palabras.

―Es curioso, ¿no? Nos llaman ''feminazis de mierda'' y nos comparan con el Holocausto, pero nos matan a nosotras ―Volvió a clavar sus ojos húmedos en el asfalto―. Comenzaron a llamarnos así porque queríamos decidir sobre nuestro cuerpo y vida. Nos quieren mirar desde arriba para controlarnos porque libres somos peligrosas, peligrosas para el patriarcado. Como dijo uno de mis escritores favoritos, Eduardo Galeano: ''[...] el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo'' ―Los aplausos y gritos se extendieron por varios segundos en los que Alba aprovechó para tragar el nudo que amenazaba con cerrarle la garganta―. Y para terminar, déjenme decirles que estamos juntas en esto y en todo, somos hermanas. Recuerden que el feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente. Las quiero muchísimo y sigamos gritando por las que ya no tienen voz. Gracias por venir. 

FEMINISTA  ♦ Albalia/AlbayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora