Poesías de una mente patética y enredada que traza el amor, el odio y la vida en versos. Porque la manera más valiente de enfrentar el miedo, cambiar de piel, subir escalones y enfrentarse al espejo, para este intento de persona, es en poesía.
Créd...
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Por momentos creía que la vida era muerte. Por momentos en cualquier parte y en cualquier sentido sucedía. Estaba allí y al mismo tiempo no lo estaba, podía sentirlo pero tampoco podía sentirlo. Como un cambio, un radical movimiento que lo desmoronaba todo.
Inerte en un estado incomprensible, desolado, consumido y cansado. El mejor de los infiernos y el peor de los paraísos. Parecía un sueño, una ilusión, la nada misma y un soplido. Una corriente incansable del silencio más estruendoso, martirizante en la conciencia y sigiloso en el alma.
Palpitaba incontrolable en el paladar, un amargo sabor de egoísmo y ambición, como sus ojos en mi expresión. Consumía mis sentidos y animaba el deseo de horror. Como sus jadeos aquella noche de amor y agonía.
En segundos el panorama cambió, el pánico crujía destrozando la ternura y el calor. Sólo bastó una sonrisay un chasquido para que los sueños cayeran hechos cenizas y el mundo sucumbiera a la avaricia.
Lo visto ante mis ojos era una bestia, venía a destrozar la proeza y dejar un camino de súplicas insolentes. Entonces lo note, la realidad golpeaba los deseos, concebía miserias.
Parecía efímero pero era eterno. Al abrir los ojos todo era igual, aun así seguía percibiendo esa esencia turbia y sombría. Mi corazón latía desbocado, algo parecía alterarlo, mis sentidos desaparecían.
La rutina regresaba y la normalidad agobiaba. Con desesperación volvía a cerrar los ojos, esperando que ese algo me regresara al tormento más placentero que he tenido.
Asfixia, era lo único que quedó. Aunque los gritos resonaran y las lágrimas quemaran. Sin razón audible y con improperios de sobra. Por nadie y por todos de igual forma.
Lo dejé ir sin quererlo en realidad. El martirio se había acabado, las dolencias caminaban por nosotros y la ausencia era la vil compañía. Suspire, nada más quedaba, nada para mí.
Salvados, así se sentían. Herido, roto e incrédulo sólo era cierto. Esperaría por el sabor de sus labios consumidos en llamas.
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