Una mirada

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"Recuerdo el día en que tuve en mis brazos a mi hijo recién nacido, por más que trataba de buscarle un parecido a Selim veía a Mehmed en su lugar y recordé entonces el inicio de los días más felices de mi vida en los que creía que las flores nunca morían"...
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Caí y enferma poco después de la boda,no lo había visto, pero no entendía como estábamos casados...

Me hallaba tan débil que necesitaba la ayuda de Muhtereme para ponerme en pie, no pude salir a los jardines del palacio en meses...

No había un sólo ruiseñor cantando cerca, no veía la neblina de la aurora de la mañana... Sentía frío, veía oscuridad, me soplé las manos intentando en vano que el calor de mi respiración calmara mi cuerpo.

-No sea tan apresurada princesa si no atiende las indicaciones de la doctora no se recuperará en el tiempo previsto-

-A veces me gustaría que mi salud no fuera tan frágil, Nazcan al contrario ha podido con todo, hasta con la viruela- dije esbozando una sonrisa al recordar a mi pequeña hermana. Nazcan y yo nos llevábamos un aproximado de 4 años padre me aseguró antes de marcharme que pronto habría un matrimonio para ella, que viviría lejos y tendría que convertirse en una infiel.

-Mire joven señora hay palomas, son muy hermosas-

Muhtereme se acercó al marco de la ventana y tomó a un pichón gordito que apenas aprendía a volar, la criatura buscaba cobijo y permitía ser acariciado.

-¿Qué crees que signifique ver aves recién nacidas por aquí?-

-tal vez que pronto tendremos un pequeño Shezade en el palacio- soltó entre risas

-Oh vamos Muhtereme, apenas sé su nombre y que vivimos en su palacio, ni si quiera tengo una mínima idea de cómo luce, después de todo la "boda" fue una representación y mi hermano hizo del novio-

Estaba tan confundida y en esa actuación de lo que debía pasar la noche de bodas me sentí realmente incómoda, la rodilla de mi hermano aplastando mi vientre me hizo darle un puñetazo por impulso y el pobre Mehmed acabó con un gran golpe en su cabeza y cayéndose de la cama.

-Khatun salgamos, el aire fresco le hará bien además los jardines son preciosos y en los meses que llevamos aquí no hemos podido apreciarlos correctamente-

Muhtereme siempre tomaba la iniciativa, liberó al pichón, me ayudó a levantarme y enroscando su brazo al mío nos dispusimos a explorar nuestro nuevo hogar, este palacio sigue resultandome un enigma, no parece ser muy ostentoso, lo que demuestra la sencillez del shezade, me han dicho que el palacio del shezade Selim y el Topkapi Sarayi son mucho más hermosos, pero no me molesta Kefe, su paisaje pintoresco y mucho más cálido que el de Crimea me hace quedarme mirando sus maravillas, nunca había visto hojas de plátano, ni tulipanes sólo los veía a través de las pinturas de Nazcan y las habladurías de las sirvientas del palacio de padre. Era todo tan único, tantas flores, tantos aromas exquisitos, si estuviera sola jugaría como una niña, metería mis pies en las fuentes que rodeaban todo el jardín y tiraría gotitas a todo el que pasara, la dulce ilusión de verme abrazando a mis futuros hijos aquí pareció verse materializada por breves instantes.

-¿Qué tal si acompaña la tarde con una melodía de laúd mi señora?- propuso mi buena amiga, siempre traía el laúd de mi abuela junto a mí cada vez que salía a los jardines del sitio dónde habitaba, lo llevaba junto a mí y esta vez no era la excepción.

Escuché detrás de nosotras murmullos, debían de ser las concubinas del harén y con el asombro con el que observan el laúd, pude discernir que son más huecas de lo que creí, han de ser presumidas, creyendo que la belleza es la llave de todas las puertas de la vida, pero sin darse cuenta que perderán su valor apenas salga una cana en sus claras melenas rubias.

-¿Qué quieres escuchar?-

No sabía que el silencio era la norma general del harén, que siempre debía procurarlo, era el signo de la virtud manifiesta en el imperio que dominaba el mundo y de la estirpe del sultán, el dueño de las gargantas de los hombres, rey de los creyentes y de los incrédulos. Uno de los eunucos nos paró si quiera antes de empezar a tocar, era de los que se encontraban junto a las cuatro columnas del diván, bajo el letrero que tenía la palabra que nombraba este lugar.

-¿Por qué no puedo?, ¿cuando es sabido que Allah no encuentra virtud en la música?- pregunté

-el shezade no lo permite, puede interpretar su balada en su alcoba o en alguna de las fiestas de las favoritas si se le es solicitado-

Muhtereme estaba visiblemente enojada, ¿cómo se atrevía ese eunuco a hablarme como a una simple odalisca, a la khatun de Crimea?, de un estatus casi tan noble como el mismo shezade, la única allí que era una verdadera mujer libre entre un tumulto de esclavas petulantes con ínfulas de Kadina o Gözde que poseían como única virtud el tener una piel bonita y buen aroma. Iba a tomar la palabra en medio de una discusión que no existía, cuando apareció a quién sin nombrar nos habíamos referido como el causante del conflicto con sus prohibiciones.

Lo miré, mis ojos sólo pudieron entornarlo a él, era muy apuesto, de facciones suaves y una mirada tierna y compasiva, no era el estereotipo de hombre otomano con barba y de rasgos toscos, no en lo absoluto.

-Sinam, déjala tocar, me gustaría oírla- tenía una voz tan tranquila como el susurro del viento entre los castaños que nos daban sombra. Se sentó justo a mi lado, casi tiemblo de nervios, mi primera vez delante del hombre que se suponía debía ser mi esposo cuando la ceremonia oficial se llevara a cabo...No me cabe en la cabeza imaginar el momento en que la compuerta entre mis piernas deba acogerlo y se rompa esa cortina de damásco roja escondida, creo que de eso se trata mi mayor miedo respecto a toda esta situación, aún no sé si estoy lista para ser una mujer.

Ejecuté mi mejor canción, trataba sobre un ruiseñor que habitaba en una jaula de oro y que a pesar de ser bien cuidado no conseguía cantar, porque le faltaba conocer el amor y la compasión. Un mechón de mi cabello se deslizó en uno de sus dedos, era tan oscuro un castaño casi azabache que me diferenciaba demasiado del resto de mujeres del harén, su toque era tan delicado como si tuviera miedo de romperme, que me disipara con el más mínimo contacto igual que la niebla de las mañanas o como si tuviera la tela más valiosa y preciosa entre sus manos. Dejé de mirar el laúd para enfocarme en él, la música fluía de igual manera pero estaba hipnotizada de ese primer encuentro.

-¿Cuál es tu nombre?-

-Ayse-

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Ha pasado mucho tiempo, pero bueno, necesitaba salir de eso que tanto me mortificó, trataré de ser más constante ahora y gracias por el apoyo ^^.

Un besito.

Ayse HafsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora