De máscaras y sentimientos

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Ayer estaba contándole a mi mamá de lo bien que me iba en la vida, en la universidad. 

Le conté que me siento bien estando sola en mi departamento para convivir conmigo misma, que ya se ha vuelto soportable.

Le conté que hago ejercicio, que me dan ganas de ir a correr con muchas ganas; que como mejores cosas, y tengo más cuidado.

Le conté de todas las personas con las que hablo, de cuantas veces he hablado en público y he hecho platicas o chistes con los demás.

Hable de todas las clases que amo y de como estoy en excelencia académica, los eventos y logros que han acontecido en mi vida.

Hable de lo feliz que me siento.

No puedo describir la alegría en su rostro mientras me escuchaba, de su mirada brillante y aliviada escondida entre sus arrugas de desvelo por el pasado.

Me contó de cuan preocupada se sentía, de pensar que no lo lograría. 

Me contó que realmente pensó lo peor, que todos los enterados me han visto sonreír y están sorprendidos de que haya logrado superarlo sola. 
Sonreía aliviada al decirme que llego a creer que iba a necesitar medicamentos, que tardaría años en terapias, que me hundiría y jamás saldría.

Reí y la abracé. 

"Ya todo pasó", susurré.

Pero muy dentro de mi estaba rota, llena de lágrimas contenidas y de gritos que jamás podrían salir a la superficie, que se ahogarían junto a mi alma en un abismo de terror.

No pude contarle de cómo enloquezco en la oscuridad, de como mi llanto ha perdido volumen pero ha crecido su intensidad, de los mareos repentinos que me tumban a sollozar en el suelo frío de una habitación vacía.

No le pude contar de mi estrés y ansiedad a la hora de comer, de cuan poco he estado ingiriendo, y cuanto me he matado de dolor en el gimnasio; de cuanto esfuerzo me toma agarrar las fuerzas para no desmayarme de repente.

No pude contarle de cuanto me cansa estar entre las personas; de cuan extraña me siento en sociedad, y que no he encontrado dónde encajar. De estar rodeado de desconocidos, y creer que mi ausencia sería un privilegio.

No pude hablar de todas las veces que he querido rendirme, pero que mis trabajos son lo único en lo que puedo meter la cabeza para no cometer una estupidez. 

No pude admitir mi depresión.

No puedo describir la tristeza que me causa no poder sonreír con sinceridad, de no poder vivir con animosidad. De la pesadez de mis párpados, del dolor de mis muñecas, de lo rígido en mi cuello y los nudos en la garganta que terminan con mi paciencia.

Simplemente no puedo.

Lo inefable del almaWhere stories live. Discover now