Capítulo diecisiete

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Durante una semana, había intentado todos y cada uno de los días contactar con Scott. Dos veces; una por la mañana y otra por la noche. Todas sin recibir respuesta. Tampoco había cruzado palabra con mi madre para nada más que lo necesario al convivir en la misma casa. Mi padre estaba muy disgustado por aquello, pero era consciente de que tenía a dos mujeres muy orgullosas y rencorosas y que aquello no se iba a solucionar fácilmente.

Lo había intentado en varias ocasiones, pero no había logrado arreglar nada. Por último ya se había dado por vencido, o eso creía yo, pues esos últimos días no había intervenido en el problema. Parecía que ya se estaba acostumbrando... y en el fondo no quería eso.

Él era el único que podía hacer que nos arregláramos y, por muy rencorosa que fuera, no podía estar toda la vida así con ella. Al fin y al cabo era mi madre y la adoraba como a nadie. A él le importaba demasiado la estabilidad emocional y la felicidad de la familia, por lo que él podría hacer grandes esfuerzos, como siempre había hecho, para solucionar este tipo de roces. Mi padre era demasiado tranquilo y odiaba estas peleas, más aún entre nosotras, las dos mujeres más importantes de su vida.

Aquella era una mañana lluviosa, en la que lo único que quería hacer era beber chocolate caliente mientras me sumergía en historias en las que los chicos sí contestaban al teléfono, para recordarme lo miserable que era mi vida y deprimirme aún más si cabía. Así que eso hice.

Estaba tumbada en mi cama, con un libro abierto en mis manos, cuando mi madre apareció en mi habitación. Me incorporé y la miré durante unos segundos, con los ojos expresivos, esperando a que me ordenara que hiciera algo o me preguntara qué quería para comer. Pero, para mi sorpresa, se sentó a mi lado y rebufó.

Sí, rebufó, se encogió de hombros y no dijo nada.

Me quedé mirándola, sin saber cómo reaccionar y, al ver que ella ni siquiera me miraba, tenía la vista en un punto fijo, decidí imitarla. Rebufé, me encogí de hombros y ambas estallamos en una sonora carcajada que retumbó por toda la casa.

Se giró hacia mí para acogerme entre sus brazos, en los que yo me hundí.

—Lo siento, Leila —susurró en mi oído.

—Da igual —respondí.

—Sabes que a veces digo cosas sin pensar y... —Suspiró profundamente.

—Da igual, de verdad.

Era mejor olvidarlo y continuar adelante. Yo era consciente de que mi madre, al igual que yo, era muy impulsiva y eso era algo que no se podía cambiar, por lo que no me quedaba otra que aceptarlo. No podía estancar nuestra buena relación en una metedura de pata suya (porque había sido una metedura de pata suya), había que perdonar y seguir. En eso consistía la vida.

Se me formó un nudo en la garganta al pensar que, de estar Blake aquí, se sentiría muy orgulloso de lo que estaba haciendo. Siempre me recriminó que era muy rencorosa y eso era algo que tenía que mejorar para ser un poquito más feliz, aunque sabía que yo ya era muy feliz con él. Solo un poquito más. Y lo que había hecho con mi madre no era de una persona rencorosa en absoluto. Había decidido olvidar el rencor.

Blake me habría mirado con sus ojos brillantes de orgullo y con una amplia sonrisa que mostrara todos sus perfectos y rectos dientes. Después, me habría dado unas palmaditas en la espalda mientras me susurraba al oído: "¿Ves que no era tan difícil, cabezona?"

Iba camino a casa de Ryan. Sí, quería verme otra vez. Y sí, había aceptado. A Scott podía molestarle, pero si ni siquiera tenía la decencia de hablar las cosas conmigo me temía que iba a seguir molestándole. Parecía él el niño de la relación, aunque tuviera más de 10 años que yo.

Lo que ocultan sus ojos ✔ | #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora