Capítulo diecinueve

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―¿Qué haces aquí? ―pregunté sin detenerme a mirarlo a la cara. Por la silueta de su cuerpo ya sabía de quién se trataba y fingí que la búsqueda de mis llaves era más importante que él.

―No puedes simplemente colgarme así ―respondió a la vez que se levantaba para pararse frente a mí.

―Oh, claro que puedo. ¿No lo viste?

―No te comportes así...

―¿Cómo?

―Como una niña inmadura.

―Es lo que soy. Soy una niña para ti.

―No digas eso, Leila.

―Es la verdad.

―A mí eso me da igual.

Cogió mi cara entre sus manos y fracasó en el intento de estampar sus labios contra los míos. Fracasó porque, por supuesto, yo no lo permití, haciéndole la peor cobra de su vida. La cobra que debió destrozar su autoestima. Trataba de fingir entereza, pero por dentro me moría de ganas de besarlo. Después me acordaba de lo que me había encontrado en su apartamento y esas ganas desaparecían.

―No parece que te dé igual.

Ladeó la cabeza con el ceño fruncido, ―¿Por qué dices eso?

―La chica de tu apartamento no parecía muy pequeña...

No podía contenerlo más. Si lo hacía, iba a reventar. Yo no era de las que se callaban las cosas, era totalmente incapaz.

―Leila...

―No. No hace falta que me expliques. Al fin y al cabo tú y yo no somos nada.

―¿Cómo?

―Lo que escuchaste. Solo me querías para entretenerte y ya está. Soy una niña...

―Leila, para mí tú eres mucho más de lo que crees. No quiero escucharte volver a decir esas cosas.

―Vale, papá. ―Rodé los ojos.

―Entonces... ¿quieres explicaciones o no?

―Ahórratelas.

―Bueno, te las voy a dar igual. ―Carraspeó antes de continuar―: Esa chica era mi mujer. O sea, mi exmujer.

Abrí los ojos como platos, ―¿Te casaste?

―Hace unos años, sí.

Esperé unos segundos antes de responder para tratar de asimilarlo. Todos mis intentos fueron en vano.

―Tu exmujer... Anda que lo mejoras...

―Nos separamos hace mucho. Entre nosotros ya no hay nada más que una bonita amistad.

―Vaya por Dios... ―Suspiré.

―¡Qué celosa mi niña!

―¡No soy celosa! ―repliqué.

―Sí, ya lo veo...

Puse mi mejor cara de enfurruñada, aunque fue un intento fallido porque Scott estalló en sonoras carcajadas que me hicieron volver a la realidad de que mis padres estaban tras aquella pared. Recé por que no estuvieran escuchándonos.

―¿Y por qué estabas en ropa interior? ―inquirí, alzando la ceja.

―Porque me acababa de despertar. La muy cabrona viene a verme a horas inhumanas ―explicó con una sonrisa que hizo a la Leila celosa salir a la luz.

―¿Y por qué tiene que ir a verte? ―Scott continuó riendo.

Leila celosa, escóndete otra vez, por favor. No me hagas quedar en evidencia.

Lo que ocultan sus ojos ✔ | #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora