Capítulo veintitrés

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No podía creerlo. Debía ser una casualidad, una simple casualidad. No podía haber sido Megan. ¿Por qué iba ella a hacer una cosa así? Era mi mejor amiga de toda la vida, era como una hermana para mí. Solo nos faltaba compartir la misma sangre. Ella no podía haberme hecho eso. Ella no.

Creía firmemente que era una simple casualidad, la esquina se pudo haber doblado sin querer. Esas cosas eran normales, el papel es muy frágil. Sin embargo, en el fondo... en el fondo no creía en las casualidades.

Sabía lo que debía hacer. Debía ir a comisaría. Llevaba unos días dándole vueltas, pero eso era lo más correcto. Al fin y al cabo ellos eran los profesionales, ellos sabrían tomar una decisión mejor que yo. El hecho de que no estuviera Scott era lo que me tenía tan indecisa. Si estuviera Scott se lo habría contado al segundo, pero no estaba...

Antes de acusarla por una esquina doblada quería hablar con ella. Sacarle el tema y tantear el terreno para ver su reacción. Por eso la cité en una cafetería cerca de casa.

Me vestí rápidamente y, después de coger las llaves, salí de casa. Mi madre ya ni siquiera preguntaba a dónde iba, sabía que estaba muy estresada y ella solo intentaba mantenerse al margen para no agobiarme más. Apreciaba eso. Mi madre había estado un poco insoportable, pero había vuelto a ser mi madre. Por fin.

Todavía Megan no había llegado cuando entré a la cafetería. Por primera vez en años había sido puntual. Me senté en una mesa junto a la ventana y pedí dos cafés para cada una. Sabía perfectamente cómo le gustaba a ella el café.

Habían pasado cinco minutos cuando Megan entró por la puerta, radiante como siempre, aunque seguía con mala cara. Parecía un poco mejor que la última vez que nos habíamos visto, pero seguía hundida.

―Hola. ―Esbozó una forzada sonrisa y se sentó junto a mí.

―¿Qué tal, Megan? ―Ella se limitó a alzar los hombros―. ¿Eso qué significa?

La camarera llegó con los cafés, le agradecimos y se retiró.

―Mal, joder, mal.

―¿Siguen mal las cosas con Ryan?

―Ni siquiera he sabido nada de él, no quiere ni verme. No contesta mis llamadas, no contesta mis mensajes...

Algo demasiado grave debía haber hecho mi amiga para que Ryan estuviera de esa manera. En esos meses había logrado conocer profundamente a Ryan y sabía que no se ponía de esa manera tan fácil.

Y ahí fue cuando caí. Ella me había contado que había hecho algo horrible, tan horrible que Ryan había decidido que no quería saber nada más de ella.

¿Qué era eso tan horrible que había hecho?

―Pero, Megan, ¿qué fue lo que hiciste?

Suspiró, soltando todo el aire contenido en sus pulmones, ―No... no puedo, Leila.

―¿Por qué? Si no me cuentas no puedo opinar y, por ende, no te puedo ayudar ―establecí.

―Fue algo muy malo, ¿vale?

―¿Algo tan malo que ni siquiera tu mejor amiga puede saber?

―Exacto.

―¿Y por qué se lo contaste a Ryan?

―Ya te lo expliqué... No quería empezar una relación con mentiras y... no podía guardármelo más.

―¿No confías en mí?

―¡Claro que confío en ti! Eres mi mejor amiga ―aseguró.

―¿Entonces?

―De verdad, Leila, no puedo. Ya perdí a Ryan por esto, lo último que necesito es perder también a mi casi hermana.

Lo que ocultan sus ojos ✔ | #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora