Con frecuencia, los mismos peligros sirven para salvarnos la vida. (Quintiliano)
Un suspiro. Tres segundos pasan antes de que decida ponerse finalmente de pie y camine suavemente hasta el enorme espejo frente a su cama.
Es sencilla la resignación cuando de una persona sumisa se trata. Pero Danderella Danielle no era sumisa ni siquiera por casualidad, entonces cuando su madre le había informado dos semanas atrás que tenían que mudarse a un nuevo lugar, la reacción más comprensible por parte de una chica tan insurgente como ella sería la siguiente:
KA-BOOM.
Jamás. Nunca. Imposible. Estás demente. Ni lo pienses; son posibles respuestas que podrían esperarse de una joven de 17 años, con amigos que se rehúsa a abandonar, los pasillos de una maravillosa escuela que sabe que no pisará nunca más y un apuesto novio que, por más increíble que sea, sabe que no soportaría el peso de una relación a distancia que complicaría las cosas en más de una vez, y terminaría por acabar tarde o temprano.
Pero para su des fortuna o beatitud, Danderella no contaba con ninguna de las cosas anteriores que seguramente, en zapatos de alguien más, hubieran resultado ser contrariedades muy significativas para dificultar el proceso de mudanza de la familia Haynes. Apellido que su padre poseía y que por razones muy específicas, la joven prefería no utilizar para uso personal.
El proyecto más reciente –y más importante, al parecer– de su “increíble” arquitecto padre, prácticamente se resumía en la construcción de un nuevo, enorme y lujoso centro comercial. La desafortunada villa más cercana a la ciudad, había sido la elegida. El lugar ganador, quién sería prácticamente desalojado y destituido en su totalidad para así convertirse en una plaza grandísima, llena de tiendas de ropa del momento y carísimas marcas famosas en las que seguramente, su hermana menor Rachel, gastaría absolutamente toda su mesada.
Rachel, su hermana de 14 años pero con un aparente físico de 18, además de amarse muchísimo a sí misma, estaba completamente enamorada de la ciudad por igual; por lo que en un principio se había encontrado completamente recia ante idea de cambiarse de residencia y abandonar a la sociedad que tanto la adoraba… y viceversa.
El padre de ambas muchachas pasaba la mayor parte de su vida complaciendo a su hija menor, pero por única vez, dentro de los catorce años de vida de Rachel, el Sr. Haynes se había permitido no concederle a su preferida lo que con tanto fervor le había implorado casi de rodillas.
Se había excusado, al parecer negándose a estar separado de su familia por tanto tiempo; su trabajo le impediría estar en la ciudad de manera frecuente, a pesar de que la villa solo se encontrara a un par de horas de la ciudad. Para su enorme suerte, Rachel había accedido a la idea después de unos días en los que él hubo de prometerle, prácticamente, bajarle todas las estrellas mismas a sus pies. Y en cuanto Rachel terminó de despedirse de sus cuantiosos amigos y preparar sus incontables pertenencias también, la familia Haynes partió hacia un nuevo lugar para instaurarse por tiempo indefinido.
Sólo eso. No importó lo que ella dijera, incluso lo que su madre pensara o quisiera. Su padre había tomado una decisión por su cuenta y no había pero que lo valiera. Para su fortuna, no estaba muy interesada en replicar, así que no hubo ningún tipo de enorme revolución que impidiera que se mudaran la siguiente semana después de que se diera la enorme noticia.

ESTÁS LEYENDO
Cerezas Negras (En edición)
Teen FictionDanderella siempre creyó que para describir a su vida necesitaría de una sola, corta y pequeña palabra: CAOS. Pero por obvias razones, eso fue antes de que Alan -problemas- O'conner apareciera en su vida y le mostrara lo que caos realmente significa...