La mujer en la silla pregunta si lo he intentado. Niego, uno mis manos como si estuviera rezando (yo no rezo) y las hundo entre mis muslos regordetes. Toma una lapicera de un portalápices a mi derecha y escribe, pero no puedo leerlo, está volteado y lo que comprendo de su escritura prolija es mi nombre y mi edad. Y siento que eso nos es correcto con cansancio, agotamiento, estrés.
Me pregunta si pienso mucho en ello. Por lo habitual sí, le respondo con voz trémula, y no me gusta mi voz, es desagradable como si estuviera a punto de ponerme a llorar. Aprieto los labios.
—¿Por qué crees que te sientes así? —pregunta con falsa amabilidad.
Sus ojos son escrutadores y sus labios gordos carmín, ella no es alguien consumida por los malos pensamientos. Ella no va a comprender. Me dirá que tengo que respirar, que tengo que medicarme. Mi cuerpo grita ante eso, se estremece y se echa a temblar, sudor frío en mi piel. Sudor frío y eso no me gusta. Quiero gritar, pero me calmo, no quiero parecer una loca.
—Mira —dice traqueteando los dedos contra la mesa, sus dedos son tan delgados como ramitas a pesar de que es enorme—, soy tu consejera. —Aprieto los dientes—. No tienes que preocuparte por lo que me digas, es confidencial.
A mi madre sí, a mi madre sí que le dirá todo. Asiento porque he aprendido que cuando lo hago el trago se vuelve más fácil. Un buen asentimiento le encanta a un adulto, le dice que toda la mierda que sale de su boca es correcta, que puede seguir hablando hasta que desgaste las palabras.
—¿Lo has planificado? ¿Cómo, cuándo, dónde? —Digo que sí a la primera pregunta y miro el suelo, si yo pudiera recordar entonces sabría qué hice mal. Su brazo se mueve hacia el ratón del escritorio. Teclea y luego se detiene—. Estuviste a punto de morir —su voz queda—, pero tu madre te encontró y te llevó a tiempo. Sé que no le hablas —eso lo dice arrastrando las palabras— ¿La culpas por salvarte?
No digo nada y pienso que esa noche era otra noche en que mi madre estaría en su turno de tarde y de pronto no lo estaba, de pronto estaba en casa.
No digo nada, la mujer en la silla se me queda viendo con cara de no sé. Quiere presionarme, hacerme sangrar por las narices, hacerme desgastar las palabras porque ellas no significan nada, pero creo que determina que es factible porque después de una corta pausa me pregunta si Jon se fue a casa de mi padre porque presentaba un peligro para él. Le digo que no hay manera que lo sepa y que además le tocaba un mes con papá.
—¿Y tú? —Me pregunta—, ¿cuándo es tu turno? —Le digo con la voz ligeramente crispada, que nunca porque el papa de Jon no es mi papá. Y agrego, para su deleite, que nunca me quiso cerca de Jon de todas formas.
Pregunta:—¿Te lo ha dicho? O lo has supuesto por ti misma.
—Porque lo sé. —Es simple. Podría no saber un montón de cosas, pero esto es algo que entiendo bastante bien.
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Un elefante se balanceaba
FantasyPuede ser lo que tú quieres que sea, de verdad, lo que tú quieras. .............Relatos............ ------------------------