NO HAY MÁS DOLOR

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—Espera.

—¿Qué?

—Estoy demasiado...

—No, no lo estás. Estás bien. Dale.

—Killa.

—Solo es piel. Eres hermosa ¿vale?

—Pero...

—No soy guapo, ¿dale? Y todavía me quieres. Dejémoslo así; tú no eres hermosa y yo no soy guapo. Y listo. No necesitamos fingir ser gente que no somos. Me fastidia. Me harta. Me quieres porque te hago reír y yo te quiero porque eres buena persona. No tiene nada que ver con la belleza. Ahora ¿puedo terminar de quitarte la blusa?



ll

Estoy tomando una cerveza. Vista al techo, ya sabes. La cabeza en las putas nubes y no me hace bien, pensar demasiado, me pone ansioso. Mi cabeza en un desastre de esos de una persona acumuladora. Imágenes perdidas en la alcoba que nadie ha pisado por más de lo que puedo decir. Comida con moho bajo la cama. Platos sucios acumulándose en la mesa, algunos limpios en el lavaplatos. El desastre por dentro.

Me paso una mano por el pelo y miro las luces arriba, las miro tanto tiempo en suspenso que cuando cierro los ojos la sigo viendo detrás de mis párpados.

La puerta del baño se cierra de golpe, la arcada. Tomo un trago y pienso en el papel tapiz de la casa. Está hecho una mierda.

Sale del baño y va en busca de un vaso de agua, me ve sentado y se detiene. Tiene ojeras  y el rostro pálido, llegando a la lividez fantasmagórica y eso que sé una mierda de fantasmas. ¿Cuentas Gasparin? Claro que no, estoy siendo un idiota. Pero lo hago mucho normalmente, así que no me quejo.

—Hola —dice.

Levanto la barbilla, la cerveza tibia entre las manos. La miro mal, pero no puedo aguantarme. Soy como un volcán dormido que, de pronto, no lo está.

—¿Vas a seguir con eso?

Mueve el pie, nerviosa.

—¿Seguir con qué?

—Tuviste un lavado de estómago la semana pasada. ¿Vas a seguir con es eso? —Me aclaro la garganta intentando sonar calmado, cuando no me siento así en absoluto—. Prometiste... me hiciste promesas. ¿Lo recuerdas?

—Killa.

—No, no me vengas con esa mierda. —La voz me sale muerta, no se por qué—. El Killa comprensivo se ha cansado. Ya está. Cansado. Muerto.

Mira el suelo como una niña pequeña regañara. Dejo la cerveza en la mesita y me entierro las manos en el pelo. Tiro duro.

—Una mierda —digo—. No te importa que me muera de preocupación. Y no es una exageración infundada. Trece son las veces que me han llamado del hospital. Trece. Un número de mierda para cualquiera y doce han sido tuyas, Así que ¿Hasta cuándo vas a seguir con eso? —No contesta, es más, no tiene la intención de hacerlo. Se lo veo en las manos apretadas, la conozco bien, qué puedo decir. Llevamos cinco años en este tira y afloja de mierda. Me levanto y voy al dormitorio, cojo mi mochila, saco una muda del armario, la meto en la mochila con brusquedad. Esto no me lleva para ningún lado, la verdad. Tengo susto. Tengo una angustia constante en el pecho cada vez que suena el móvil y no la tengo a la vista. No sé si es parte del amor, pero preocupación seguro que sí. Voy directo a la puerta de salida, pero me detengo a mitad de camino— ¿Tienes una respuesta para mí?

Un elefante se balanceabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora