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Estaciono y saco dos cervezas del asiento del copiloto. Subo la colina despacio, los girasoles y la gente que camina con aires de desinflados me los paso antes de notarlo. Los pies se me hunden en el pasto.  Cuando estoy pensando en lo que voy a decir ya he llegado, tengo dos cervezas heladas, no se puede pedir más, él no me puede pedir más.
Me siento en el pasto y dejo la mía a un lado, la otra la abro y la volteo en la tumba, la espuma se desplaza hasta los bordes donde el pasto está un poco más podrido. Hugo que se ha sentado a mi lado la mira con pena.

—La mierda está espesa estos días —dice como si lo mismo lo dijese diez veces al día. Le sale tan natural que estoy tentado a ponerme a aplaudir.

—Efectivamente —respondo yo tomando mi cerveza y abriéndola.

—¿Y? ¿Lo mandaste a la mierda o qué tal?

—Me mandó a la mierda él y lo mandé a la mierda yo —Fue algo mutuo por eso es bastante grave. Ninguno está dispuesto a ceder, y esta vez no me quedan más fuerzas para ser yo. Estoy harto de ser yo. Ser el que es calmado cuando todo se va a la mierda no es muy dulce que digamos, además el hombre me desespera hasta morir a veces. Y de besos nada.

—Entre los dos no hacemos ni uno, huevón —dice agarrándose el pelo de las entradas y encogiendo las rodillas contra el pecho—. Mi mina me decía que estaba cansada. Que la tenía harta. Que no se casó con el huevón que esconde la cabeza en la tierra cada vez que hay algo que no cuadra. Yo le decía que la mierda con el tiempo se vuelve rancia. No me creía, pensaba que todo lo que le decía era mentira o por lo menos no toda la verdad y lo más gracioso es que yo nunca le mentí.

Hugo está pálido, baja las manos y se mira las uñas como si hasta el se comprara la mierda que está diciendo. Como si hablara de ayer en la tarde. Me parece confundido. Desbocado. Un río. El Nilo.

—Se casó con otro —murmuro aunque no me gusta decirle esto, no me gusta nada—, hace un mes exactamente. Trece de julio. Me invitó a la boda igual, fue bonita, estaba feliz.

Intenta no demostrarlo, pero le duele. Solo han pasado dos años, tampoco es tanto tiempo para olvidar. Y quizá no para alguien que se ha quedado estancado durante ese tiempo. Sobre todo para Hugo siendo como es. Su incapacidad para ser olvidado lo es todo para él.

—Ya, está bien —Se ve que no está bien, hay arruguitas en los bordes de sus ojos—. Tampoco esperaba que me guardara luto para siempre. —Dice eso, pero la verdad es que sí lo esperaba. Tantísimo. Uno no se muere todos lo días después de todo, no espera que lo olviden en un aleteo de colibrí, uno espera más de todos, por lo menos estar en sus mentes el tiempo suficiente para que comiencen a surgir las canas y las arrugas.

—Aparécetele por el sueño y las espantas, de seguro que le remueves la conciencia aunque sea un poco.

—Nunca me quiso. Se casó conmigo porque era lindo, me lo dijo. Cuando me empezó a salir guata, me dio la patada. Y de sexo ni hablar. En el último tiempo ni siquiera me la quería mamar. La tocaba y se arrancaba.

Un elefante se balanceabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora