LA TIENDA DE LOS DESEOS

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Me pregunta que cómo es posible. Me quedo helado, mitad porque no entendí la pregunta y segundo porque me duele todo. Desde las pestañas hasta la cintura, más allá no lo siento. Y siento no sentirlo porque eso podría significar un millar de cosas. Solo espero... maldita sea. Me echo hacia adelante, la mandíbula se me abre hasta que duele y lo suelto todo, ugh, las papas, la bebida, las empanaditas, todo en un revoltijo asqueroso.

—Hombre —dice y me remuevo inquieto—. Huevón abre los ojos. Vamos.

Estoy asustadísimo, muchísimo más que cuando me enteré que era inevitable que chocara contra el puto árbol en medio de la puta carretera, pero quién diablos se le ocurre... cómo diablos nadie lo vio antes y lo quitó. Por qué me pareció tan inmenso e intimidante, no puedo entenderlo, es de locos y puedo asegurar que yo no lo estoy, no hasta esta mañana por lo menos.

—¿Cómo has logrado salir del coche antes de que se incendiase en tu condición, huevón?

—¿Qué?

Me sacude el hombro y en eso me despeja la cara de algo que tengo goteando. Oh, carajo. Abro los ojos, pero no puedo ver una mierda, los vuelvo a cerrar. Unas manos frías me tocan por debajo de la camisa. Creo que me quejo, pero no estoy tan seguro, siento punzadas por donde toca. Está tan helado.

—Oye, huevón, levántate.

—No siento las piernas.

—Uh —dice.

Quiero echar un vistazo hacia abajo, pero me da miedo ver.

—¿Qué?

—Digamos que en vez de piernas tienes ramas, huevón. Castigo divino. Por pitearte el árbol y todo. ¿Vas a levantarte o no? Tengo a otro a quién espantarle las moscas y que me agrada muchísimo más de paso.

—¿Quién eres tú?

—¿Qué quién soy yo? Soy algo como un ángel. Te estrellaste porque te querías ir, ¿no, huevón? Bien, aquí estoy, te vine a buscar con toda la pampa.

Me despejo los ojos porque se me han vuelto a llenar de eso que fluye desde arriba y los abro medio receloso. Veo a un tipo en cuclillas con unas ramas enormes por alas.

—Eres un ángel rarísimo.

Además está fumando. Exhala el humo como si se consumiera una delicia.

—No sabes cuánto esperaba que un huevón como tú se accidentara para poder fumarme uno de estos. No sabes cuánto. Te daría un beso, huevón, así de tanto.

Intento verme las piernas apoyándome con los codos, pero el tipo me empuja hacia abajo con firmeza. Me exhala el humo en la cara y toso.

—Quédate quieto.

—¿Por qué? Quiero verme las piernas. ¿Qué le ha pasado a mis piernas?

—Huevón, quédate quieto. Deja que me lo acabe, ¿bien? Quédate redondito y bonito ahí mismo.

Un elefante se balanceabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora