Cap. 9 Encerrona

12 0 0
                                    

El último ciempiés gigante se coló por una puerta entreabierta al final del lóbrego e inacabable corredor.

Naesha se detuvo, apoyada sobre su espada barata, momento en el que sus compañeros pudieron ver, asombrados, un flujo de sangre —no previsamente amarilla— brotando de uno de sus costados.

La bárbara había sido herida en alguna pelea, o tal vez por otra lanza en la trampa-resorte que casi había acabado con Elore.

Y no había soltado ni una queja.

"Deberíamos dejar ya esta estúpida persecución", propuso Goff en tono conciliador, pues temía herir a Naesha en orgullo. "Aquí no hay nada más que gusanos y sabandijas. No hay gloria ni tesoros".

La puerta delante de ellos acabó de abrirse con un largo crujido siniestro. Lo que reveló a continuación, confirmó la idea del enano: un feísimo duende acariciaba la cabeza del ciempiés que los había conducido hasta allí —o quizás era su trasero, ¡nunca se sabe dónde empiezan o acaban estos bichos!

Rodeando al duende y a su mascota, una multitud de otros duendes los aguardaba con sucias sonrisas.

"¡Son demasiados! ¡Es hora de correr!", gritó el enano. Naesha solo echó una última mirada de desprecio a los duendes por encima del hombro, mientras se apresuraba a seguir la luz tambaleante del mediano, que ya le llevaba ventaja.

CUATRO CONTRA LA OSCURIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora