Parte II

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El sol de mediodía entraba a raudales por la ventana que nunca fue cerrada la noche anterior y que ambos en ese momento maldecían. Seguían desnudos con los cuerpos sumamente cerca, poniéndose los pelos de punta inconscientemente. Los dos sentían una resaca avecinándose sobre ellos, solo que ninguno había bebido, por lo que la sensación no podía explicarse porque estaba en un nivel más cercano a la magia que a los hechos y ninguno estaba dispuesto a creer.

Gavvy, aún tumbada en la cama, se encontraba mirando al techo. Cabeza fría, corazón de hierro siempre había sido su lema y ahora tenía que meditar bien sus pasos para no tropezar más adelante en un lío del que no quería ser nudo. Ella no era de creer y por eso odió a Ashton nada más despertarse esa mañana, porque esa mañana y no otra sentía como el increíblemente caliente polvo de anoche era su última oportunidad de quedarse embarazada y eso no le agradaba. Las esperanzas nunca fueron sus aliadas.

También pensaba en que ella no era del tipo que se quedaba a dormir hasta la mañana siguiente. Pero con él simplemente ni lo había pensado antes de caer dormida.

Ashton miraba a algún punto de la habitación sin prestar realmente atención, ya que todo lo que le interesaba estaba pasando por su mente. Pensaba en Gavvy, en la Gavvy de anoche, y en que no se podía permitir eso una segunda vez. Porque aunque vieses a Ashton el chico caliente que nunca rechaza un buen polvo, detrás estaba el Ashton que escribía canciones a una musa sin cara. Él era de corazón puro pero dañado y sabía que si daba poder a Gavvy sobre él acabaría destruído.

También pensaba en que él no era del tipo que se quedaba a dormir hasta la mañana siguiente porque siempre iba de habitación de hotel en habitación de hotel.

Todo lo que pasaba por ambas cabezas tenían que ver el uno con el otro y sobre todo en por qué pensaban tanto sobre el otro, pero ni él ni ella quería manifestarlo oralmente. Pasado un tiempo, Gavvy se incorporó de la cama, dejó caer la sábana en el colchón y desapareció. Cuando Ashton escuchó el sonido del agua correr supo que se estaba duchando. Y no sabía qué hacer, porque por un lado tenía que dejarla ir pero, por otro, quería revivir lo de anoche aunque supiese que llegaría la vez en que fuese la última. Finalmente, fue eso lo que le hizo decidirse, el saber que habría una última vez sí o sí, así que se paseó desnudo hasta el baño donde certificó su pensamiento acerca de la belleza de aquella chica de anoche.

La alcachofa de ducha empapaba la cabeza de la morena, resbalando el agua por su espalda hasta llegar a sus pies para ser tragada por el desagüe. Tocó el hombro de ella, haciendo que se sobresaltara y bajó la mano acariciando su brazo hasta llegar a su vientre.

- Tengo una cuantas preguntas más -dijo la chica, sin girarse.

Ashton rodó los ojos y empezó a masajear los hombros de Gavvy.

- Lo suponía -contestó- pero, por cierto, buenos días.

Giró la cabeza y le miró como si ella fuera una científica y él el sujeto a investigar.

- ¿Cuál es tu porcentaje de espermatozoides fértiles?

El castaño rodó los ojos.

- Pues aquellos que sean como larvas con colas que naden sanos entre mis huevos.

- ¿Te lo puedes tomar un poco en serio?

- Cariño, me acabo de levantar, no tengo cerebro para pensar ni en lo que me apetece desayunar.

- Está claro que cerebro no tienes, ni ahora ni nunca.

- Pero, sin embargo, -dijo enfatizando sus palabras lentamente- te has dado cuenta de que tengo otras cualidades que te gusta aprovechar.

InerciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora